1984
Una de las novelas que he leído recientemente y más me ha gustado es 1984, de George Orwell.
La obra fue publicada en 1949, hace nada más (y nada menos) que 73 años. Creo que esta cifra es mayor a la edad de la mayoría de lectores de esta entrada. La novela, que aborda el conocido tema de la ciencia ficción distópica (tan usado en novelas actuales para representar sociedades futuristas donde no nos ha ido demasiado bien), creo que podría incluso considerarse literatura de terror.
He de destacar aquí que no me refiero ni al terror que se siente cuando caminas en la más densa oscuridad y temes que algo aparezca y te roce, ni al que se siente cuando finalmente tus temores se confirman; no se trata de monstruos, sino de hechos. Y es que, mientras leía la novela, mi cuerpo reaccionaba estremeciéndome al establecer paralelismos entre la sociedad presentada en el escrito y la realidad.
La mayoría de personas conoce (o ha oído hablar) esta novela por su villano principal: el Gran Hermano (o, de forma más correcta, el Hermano Mayor). Este personaje, homónimo al reality show televisivo, representa al Partido. Pero, para conocerlo mejor, hablaremos del planteamiento que George Orwell nos presenta para el futuro.
En 1984 el mundo está dividido en tres superpotencias autónomas e independientes: Oceanía, Eurasia y Asia Oriental. La manipulación de la información hace creer a la población que siempre se encuentran en conflicto, cuando en realidad solo combaten (de hacerlo) en los territorios fronterizos. La novela transcurre en un distópico Londres (Oceanía).
Oceanía es gobernada por el Partido, cuyo rostro visible es el Hermano Mayor. Este se representa en pantallas y carteles que están siempre observando a los ciudadanos en busca de cualquier indicio de duda o traición a los ideales del partido. El Partido es, pues, un objetivo vivo (aunque no en el sentido orgánico de la palabra). La sociedad se divide en base al poder dentro del mismo: el círculo interior (burocrático), los demás funcionarios, y la gran masa de población que se mantiene entretenida para que no se rebele (los proles, el proletariado).
Si ya comienzas a intuir por donde van los tiros, el paralelismo más espeluznante tiene lugar al conocer los entresijos internos del Partido y de los Ministerios. Para ejercer su férreo control, se obliga a los ciudadanos a participar en manifestaciones organizadas contra prisioneros de guerra, se inventan traidores a los que odiar, y se focaliza el sentimiento nacionalista en una eterna sensación de angustia y pavor. Si te desvías ligeramente de la corriente, mueres. Y, lo que es peor, la manipulación psicológica llega a un punto en que tú mismo necesitas ser castigado por alejarte del amor al Hermano Mayor.
Otra práctica que lleva a muchos analistas sociales a pensar que vivimos en una sociedad orwelliana es, como ya había introducido, las políticas de manipulación social utilizadas por el partido. Entre ellas podemos encontrar dicha represión política y social (Policía del Pensamiento), o la pura manipulación de la historia y de las noticias.
Aquí entra en juego el Ministerio de la Verdad, donde trabaja nuestro protagonista. En dicho Ministerio (tengamos en cuenta que el nombre otorgado a cada Ministerio es irónico, un cruel espejo de lo que realmente son) se modifica la Historia para que encaje con lo dicho por el Partido. Por ejemplo, si hoy el periódico indica que el Gran Hermano predice lluvia para mañana, y mañana no llueve, mañana se modificará el periódico de hoy (ayer) para decir que no habría lluvias. Este es un caso menor: la manipulación llega a incluir eventos enteros como los avances tecnológicos.
Creo que, en vistas de la situación actual del mundo, cualquier lector entiende por donde van los tiros. 1984 no es la novela precursora de las distopías modernas (ese papel le corresponde a la novela rusa Nosotros, de Zamiatin, 1924), pero sí es la más célebre en occidente.
Yo mismo he planteado una distopía, Magdalena. En mi caso (buscando un público lector más juvenil), no dejé de lado el concepto de un gobierno dictatorial encubierto, pero me centré en el aspecto religioso de la hora de dotar de un negro horizonte de sucesos a la humanidad.
Será cuestión de tiempo si dicho futuro se convierte en presente.
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