Magdalena - Capítulo XXIX - Anfíedis
¡Buenas tardes!
Una semana más os hago entrega de vuestra dosis de literatura distópica. El más bonito de los capítulos (a mi gusto): el 2IX, el veintinueve, el penúltimo.
Anfíedis, la hermana de Apguul. La batalla final ya ha comenzado en SPOILER (uy, ha estado cerca), y es el momento de prepararse. Las esperanzas se han concentrado en este preciso instante, pero antes, el índice.
LISTADO DE CAPITULOS
Prólogo y Capítulo I - Reencuentro
Capítulo IV - La prisión del tiempo
Capítulo VII - Al llegar el alba
Capítulos IX y X - Un café con Ángela & Joshua Güendell
Capítulo XII - Magna Quidem Illustrans
Capítulo XIII - Visita a medianoche
Capítulo XIV - El hombre de sus sueños
Capítulo XV - Alcohol y cocaína
Capítulo XVI - El Movimiento Panonírico
Capítulo XVII - Sangre y vómito
Capítulo XVIII - Caballo de Troya
Capítulo XIX - Marineros de agua dulce
Capítulos XXI y XXII - La ciudad sin ley & Una teoría del todo
Capítulo XXIII - Visita a medianoche
Capítulo XXIV - Urgencia nocturna
Capítulo XXVI - Sangre de mi sangre
Capítulo XXVII – El reencuentro
Capítulo XXVIII - Huida simulada
Capítulo XXIX – Anfiédis
Finalmente habían llegado. El polvo y el barro del camino
cubrían las ruedas de aquel viejo cuatro por cuatro, y las pocas provisiones
que tenían las sacaron del maletero.
- Será mejor que comamos algo antes de continuar. Luego
igual es tarde – advirtió Taylor.
Apenas habían podido improvisar un par de bocadillos de
lomo, un tercero de tortilla, y poco más. Sabían que el tiempo apremiaba y que corría
en su contra con más fuerza que nunca. Magdalena les había guiado hasta aquel
lugar, y de su certeza dependían muchas vidas. La batalla quizá había comenzado
ya, y si no, poco faltaba. Longshallow no acostumbraba a ponerse nervioso, pero
había descansado poco y, a pesar de todos los peligros a los que se había
enfrentado, ninguno era comparable a esta última prueba.
- Espero que no la hayas liado, ¿eh? Que tengo las rodillas
reventadas – le dijo Benjamín a su amiga.
Magdalena había perdido gran parte de la inocencia que la
caracterizaba, aunque quizá siempre se trató únicamente de un escudo protector
con el que cubrir el dolor que guardaba dentro. Girándose hacia el chico, se
limitó a sonreír, nerviosa como todos.
Paso al frente y ayudada por un palo de senderismo, inició
la caminata con determinación. Estaba convencida de que era el lugar correcto.
El sendero se antojaba angosto y duro, pero el camino había sido delimitado con
anterioridad. No estaba ahí, a la vista de todos, pero su instinto la hizo ver sendas
ocultas por donde únicamente correteaban los lagartos.
- Es que ya verás, me va a morder una serpiente, seguro – se
quejaba Benjamín.
- No me seas melodramático después de haber llegado hasta el
centro de Cadmillon y de haber plantado cara a esa aberración – le increpó
Taylor mientras le daba una palmadita en el hombro.
- Bueno, pero ahí estaba Sreader. ¿Has visto que bíceps
tiene? Eso da mucha seguridad.
- ¿Y estar conmigo no? – le preguntó su amigo fingiendo estar
molesto.
- Bueno, tú estás demasiado flaco. Ya podría perder yo algo
y que lo ganaras tú – bromeó.
En verdad, Benjamín había reducido su peso desde que
comenzaron las hostilidades. El ejercicio físico, al cual no estaba
acostumbrado, y la dieta forzosa azuzada por la falta de apetito habían causado
estragos en sus grasientas curvas, pero aún quedaba mucho trabajo por hacer. Poco
a poco comenzaron a ascender. Magdalena había advertido de que no debían de
alcanzar la cumbre por que la nave aparecería antes.
- Lo que me intriga a mí – comenzó a decir Taylor tras una
hora caminando – es por qué vamos a encontrar esa nave, si en miles de años
nadie que haya pasado por aquí lo ha hecho.
- La nave de Anfiédis debe de generar algún campo
holográfico o protector – respondió la chica.
- ¿Y nadie que haya recorrido este camino se ha dado cuenta
antes? – insistió él.
- Ya has visto el poder de Apguul. Anfiédis era su hermana, estoy
segura de que los de su raza guardaban varios ases en la manga. Si he tenido
esas revelaciones será por algo, ¿no creéis?
Ambos asintieron. Tampoco tenían muchas más opciones. Cada
cinco metros parecía que se enfrentaban a una bifurcación, a la vez que la
temperatura descendía según ellos ascendían. A la segunda hora de marcha,
encontraron una caverna.
- Entremos – ordenó la chica.
- ¿Estás segura? – preguntó esta vez Benjamín.
- Sí.
Al carecer de antorchas, utilizaron las linternas de sus
teléfonos móviles como única luz. Los ruidos que provenían de los rincones
húmedos y oscuros desviaban la atención de los foráneos constantemente mientras
se adentraban en las profundidades de la tierra, volviendo a descender. Había
hongos y murciélagos despistados que no dudaron en saludar a los recién
llegados. Finalmente, siguieron de forma paralela el curso de un río
subterráneo que los guio hacia luz natural. Habían abandonado la caverna llegando
a un pequeño collado que comunicaba con las montañas colindantes.
- Ya hemos alcanzado nuestro retiro espiritual. ¿Ahora qué?
¿A cuál de las demás montañas debemos dirigirnos? – quiso saber un exhausto
Benjamín.
Magdalena miró a su alrededor varias veces. Había algo de
familiar en aquel ambiente, algo que la erosión no había conseguido borrar.
- ¿Qué miras? – indagó Taylor. - ¿Es este lugar?
La muchacha siguió oteando el horizonte y entonces lo supo.
Se apretó con fuerza la muñeca y extendió el brazo hacia delante, abriendo la
mano. Acto seguido, un brillo comenzó a surgir del suelo, mientras una cortina
de tonos arcoíris ascendió revelando la verdad a los presentes.
- Pero qué cojones… - murmuró el más gordito de los tres.
Ante ellos había un extraño vehículo cuya manufactura,
claramente, no era humana.
- Es tal cual lo vi en mis visiones. Los Nakamatis usaban esto
para la guerra. Debe de ser el transporte personal de Anfiédis.
Tras hablar, Magdalena se dirigió ante la nave, que abrió su
escotilla trasera y dejó libre un pequeño acceso al interior. La chica se giró
hacia sus compañeros y los animó a entrar. El interior del transporte no era
demasiado espacioso, pero tenía una cabina que seguramente hubiera servido de
aseo, un pequeño espacio central donde irían las tropas, y una estancia
principal llena de luces extrañas donde había un único asiento con un piloto.
Taylor agarró a Magdalena antes de que siguiera.
- No estamos solos – susurró señalando al asiento.
Ella apartó su mano y se adelantó. Lo único que allí había
era un cadáver. Su rostro, femenino, se bañaba en color mármol y descansaba
esbozando una sonrisa con sus labios. Ante la atónita mirada de los tres, se
desvaneció, dejando únicamente la armadura que lo cubría.
- Supongo que ella era la hermana de Apguul – dedujo
Benjamín.
Magdalena asintió. La recordaba perfectamente de sus
visiones. Tras mirar el exoesqueleto blindado, comprobó que las medidas
encajaban perfectamente con su cuerpo. Haciendo acto de la valentía que había
reservado para la ocasión, tocó la placa pectoral de la armadura, que reaccionó
ante el contacto con su piel. Como si estuviera formada por un enjambre de nano
robots, perdió su forma para recuperarla cubriendo a la chica.
- ¿Estás bien? – preguntaron alarmados los dos chicos al
unísono.
- Sí… creo que sí – titubeó ella.
Estiró sus extremidades y se sintió como si no llevara nada.
Era extremadamente ligera. Tras recordar como la Nakamati luchaba con el rostro
cubierto, pensó en ello y el exoesqueleto reaccionó automáticamente.
- Parece que le voy pillando el tranquillo – dijo con un
tono amable.
- Pues a ver qué hacemos con esto – le respondió Benjamín,
que miraba al gran cuadro de luces que parecía controlar la nave.
Un ruido interrumpió la escena. Taylor había tirado algo sin
querer tras abrir lo que parecía un pequeño armario. En su interior, una espada
flotaba sostenida dentro de una caja cuadrangular.
- Bueno, ya tenemos la espada interfásica – afirmó.
Benjamín, buscando sentirse útil, se sentó en el asiento del
piloto.
- A ver, esta tiene que ser para subir – comentó mientras
tiraba de una palanca. El resultado, lejos de lo esperado, fue hacer tocar el
suelo debajo de la nave. – Quizá hacia el otro lado.
Sus dos amigos le miraron aterrados. Habían confiado sus
vidas a alguien que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. «Al fin y al
cabo, en eso consiste la amistad, en la confianza ciega», descubrió Taylor
mirando a su amigo pilotar y a Magdalena vestida como una antigua diosa de la guerra.
Benjamín consiguió acelerar los motores de gravedad de la
nave y hacerla despegar. Tras varios intentos infructuosos, logró que se
desplazase bruscamente.
- ¡Ten cuidado! – advirtió Magdalena.
Lejos de escucharla, Benjamín siguió probando suerte.
- Y este debe de ser el arma principal… - murmuró.
Un haz láser impactó contra una montaña, provocando la caída
de un peñasco. El piloto novel consiguió realizar una maniobra arriesgada para
esquivar el impacto. Antes de que pudieran hablar, Benjamín los interrumpió de
nuevo.
- Mirad. Esto parece un indicador de campo de fuerza. Más o
menos me voy apañando. Parece ser que puede proyectarse sobre un punto
concreto, pero si lo hacemos la liamos que deja de funcionar, ¿entendido?
Sus dos compañeros dijeron que si con la cabeza, incapaces
de negar tal afirmación. Eufórico, Benjamín dirigió la nave hacia la Torre Lemon,
acelerando cada vez más ante la atenta mirada de los pasajeros.
- Una pregunta, Magdalena… - comenzó a decir Taylor.
Por un momento, ella pensó que, animado por la incertidumbre
y por las circunstancias, él se iba a declarar, así que abrió sus ojos y arqueó
las cejas.
- ¿Por qué has podido levantar el campo holográfico? –
preguntó finalmente para decepción de la chica.
- No lo sé – reconoció cabizbaja. – Supongo que al correr
parte de la sangre de Apguul por mis venas, aunque quede poca, y él ser hermano
de Anfiédis, se haya retirado al reconocerme como alguien familiar.
Taylor asintió y le llevó el soporte de la espada. Magdalena
tomó el arma y la alzó.
- ¡A por Apguul! – gritó con fuerza.
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