Magdalena - Capítulo XXVI - Sangre de mi sangre
Buenos días, tardes, o noches; en resumen, feliz jueves.
Ya nos acercamos al final, y hoy uno de los grandes misterios de la novela va a ser revelado.
No digo nada. Únicamente os dejo con el índice completo, y os adelanto que vienen cambios estéticos en la web. Me reitero en mi silencio y os permito disfrutar de nuestra Magdalena.
LISTADO DE CAPITULOS
Prólogo y Capítulo I - Reencuentro
Capítulo IV - La prisión del tiempo
Capítulo VII - Al llegar el alba
Capítulos IX y X - Un café con Ángela & Joshua Güendell
Capítulo XII - Magna Quidem Illustrans
Capítulo XIII - Visita a medianoche
Capítulo XIV - El hombre de sus sueños
Capítulo XV - Alcohol y cocaína
Capítulo XVI - El Movimiento Panonírico
Capítulo XVII - Sangre y vómito
Capítulo XVIII - Caballo de Troya
Capítulo XIX - Marineros de agua dulce
Capítulos XXI y XXII - La ciudad sin ley & Una teoría del todo
Capítulo XXIII - Visita a medianoche
Capítulo XXIV - Urgencia nocturna
Capítulo XXVI – Sangre de mi sangre
Maelstrom derrapó bruscamente. Habían dejado atrás la
ciudad, pero sus peores pesadillas lo perseguían mientras el recuerdo atontaba
sus sentidos, marcándolo por haber abrazado aquellas doctrinas. Ahora, lo único
que podía hacer era expiar sus errores. Había tenido que conducir a toda
velocidad para llegar a tiempo a la mansión del hematólogo, la cual estaba
rodeada por vallas electrificadas.
“No hay rastro del Culto por aquí”, pensó el hombre. “No les
interesarán mucho los lugares apartados de las ciudades.” Garret Longshallow,
su antiguo camarada, había advertido al señor Marañón de su llegada.
- ¿Quién es el desdichado que me llama a estas horas? –
preguntó una voz al otro lado del telefonillo.
- Puede usted llamarme Maelstrom. Vengo de parte del señor
Longshallow.
- Ah, sí. Pase, pase – dijo amablemente.
Tras ser recibidos por un joven mayordomo, el varón tomó a
una aún inconsciente Magdalena entre sus brazos y entró con ella por la entrada
principal. La chica respiraba tranquila, y el riesgo de su transformación había
pasado… al menos por el momento. Bajo una gran escalinata de mármol había
salido a recibirlos un señor que tendría más de cincuenta años, la barba larga
y blanca, y el cabello escaso. Dos tirantes escoltaban los cuadros de una
camisa y un pantalón de pana amenazaba con romperse por la cintura si el hombre
cenaba demasiado.
- Usted debe ser el señor Marañón – dijo con voz ronca el
recién llegado.
- El mismo que viste y calza, aunque a estas horas, de no
ser por la advertencia de su llegada, me habrían encontrado en pijama – bromeó.
- No sé como puede dormir tranquilo con todo lo que está
pasando ahí fuera – recriminó Maelstrom.
- Tranquilo o no, no me quita el sueño. Siempre han existido
guerras, y en ellas, siempre han muerto inocentes. ¿Acaso a ti te impiden
dormir los conflictos que tienen lugar en el extranjero, aquellos cuyas
víctimas te son desconocidas? No lo creo, caballero.
- Su amigo Garret Longshallow podría ser una de esas
víctimas.
- Mi amigo Garret siempre ha sido una cabeza loca. Con tal de
obtener la verdad, una carta conque jugársela era pretexto más que suficiente,
pero no perdamos más el tiempo con formalidades absurdas. Esa niña debe de ser
la infectada.
El hombre respiró y afirmó con la cabeza. No se había
quitado la capucha.
- Miguel, indique al caballero como llegar a mi cuarto de
juegos. Yo iré enseguida.
Marañón volvió a subir lentamente por las escaleras mientras
aquejaba dolores cervicales. Después entró en una de las habitaciones. El
mayordomo se acercó a Maelstrom y le indicó que lo siguiera hacia una de las
puertas laterales de la planta baja. La estancia no reparaba en gastos, con
paredes tapizadas, suelo de madera de pino zendriano, y varios retratos
realizados a lo largo de siglo y medio de tradición familiar. Al rebelde le
pesaban los brazos, pero su cometido era más importante. Tras seguir a Miguel,
llegó a una sala de consultas donde había un pequeño quirófano y toda una serie
de instrumental médico.
- Esperen aquí. El señor llegará enseguida – indicó el
mayordomo.
Maelstrom apoyó a Magdalena en una de las camillas y estiró
sus extremidades. Necesitaba dormir, pero estaba acostumbrado a renegar de tal
placer. Solo los puros de corazón se merecían descansar. Tras casi quince
minutos, Marañón regresó vestido con su mono de trabajo.
- Vamos a ver. Por lo que me ha dicho el señor Longshallow, esta
chica tiene problemas en la sangre. Contaminación, creía él – comenzó a decir
el anciano mientras se acercaba a ella y la observaba con sus anteojos.
- Creo que el señor Longshallow se quedó corto con su
explicación – afirmó suspirando el otro hombre.
- Estoy al tanto de las investigaciones de Longshallow. En
cierto momento, fui uno de sus mecenas, ¿o acaso te crees que soy un simple
hematólogo? Cirujano, médico de familia… he pasado por casi todos los puestos
médicos alguna vez en la vida. ¡Salvar vidas es mi pasión! La gente, agradecida
con la figura mesiánica del buen doctor, ha permitido que dedicara parte de mi
fortuna a la filantropía. ¡Y las hipótesis de Garret eran muy interesantes!
Algo disparatadas, es cierto, pero según veo en los noticiarios no iba muy
desencaminado.
Marañón parecía un hombre muy culto, pero también muy
peculiar. Las disertaciones estaban poniendo a prueba los nervios de acero de
Maelstrom, que sentía la urgencia de salvar a la muchacha por si el resto de
los rebeldes acababa con Apguul. Con una mirada, el señor lo entendió todo.
- Está bien, está bien. Voy a tomar una muestra de su sangre
para analizarla. Será solo un momento.
Sin romper su descanso, Marañón tomó unos viales de la
sangre de Magdalena con una pequeña aguja. Ella únicamente se agitó. A pesar de
los tiempos que requiere analizar la muestra, nada más ponerla al microscopio,
el anciano se apartó horrorizado.
- ¡No me creo lo que ven mis ojos! – exclamó.
- ¿Qué sucede? – preguntó nervioso su acompañante.
- Toda la sangre de esta niña carece de factor Rh. En su
lugar, hay otra cosa que no puedo identificar, como si fuera una especie de infección.
Nunca había visto algo así. Siempre se ha dicho que los Rh negativos descienden
de los alienígenas, pero únicamente eran teorías. ¡Maldito Garret, por eso me
has enviado a esta muchacha! – gritó mientras alzaba el puño al cielo.
- Está bien, tranquilícese – dijo Maelstrom muy serio. – No
sé hasta donde le ha contado Longshallow, pero ahí fuera un tal Apguul está
intentando destruir el mundo tal y como lo conocemos. Él es un Nakamati, un
alienígena ancestral, y su sangre ha contaminado a generaciones enteras de
personas. Si no podemos curar a Magdalena, morirá.
- ¿Magdalena? Así que tiene nombre. Bien, eso la humaniza un
poco más. ¿Por qué es tan importante salvarla? ¿No crees que su biopsia podría
ayudar enormemente al avance científico?
- Dedíquese a salvarle la vida, o quizá sean dos los cuerpos
que mueran por culpa de la ciencia – dijo amenazante.
El señor se encogió de hombros.
- Está bien. Algo sí podemos hacer. Vamos a realizar una
especie de diálisis avanzada. Su sangre correrá a través de esta máquina – dijo
señalando a una de tantas – mientras yo la bombardeo con radiación. Parte será
extraída, y parte la combinaremos con sangre de las bolsas de donantes para que
se adapte a su organismo. No es seguro que funcione, pero debería. ¿Hace cuánto
que la sedasteis?
Maelstrom dudó, inseguro sobre si debía de responder.
- Dos horas – dijo finalmente.
- Entonces tendremos que trabajar con eso también. El dolor
va a ser prácticamente insoportable, así que debemos de anular todos los
sensores de este e impedir que se despierte. ¿Estás preparado?
Su acompañante asintió. Marañón aplicó un nuevo sedante y la
tomó una vía que conectó a la máquina de la diálisis. Luego tomó las bolsas de
sangre y terminó todos los preparativos. Iba a ser un proceso muy largo, pero
no había más opciones. Nada más comenzar, Magdalena abrió los ojos. Algo había
hecho reaccionar a su cerebro, pero se encontraba en un lugar muy lejano.
- ¿Dónde estoy? – preguntó subconscientemente.
A su alrededor pudo ver una estepa sin edificar, y algo más
a lo lejos, montañas. Había verde, todo estaba cubierto por una vegetación
exuberante. Hacia ella se acercaron homínidos largo tiempo olvidados que no
repararon en su presencia. Debía de haber iniciado un nuevo trance. Un destello
iluminó el cielo y los bípedos mamíferos corrieron a ocultarse. Desde el
firmamento descendió una especie de nave voladora que emitía luces de varios
colores. Su aspecto parecía circular, pero al acercarse pudo ver que el chasis
del vehículo era un rectángulo del cual partían dos semicircunferencias. De la
escotilla trasera descendieron varios humanoides esbeltos, equipados con
exoesqueletos de tecnología muy avanzada.
- Así que este es el planeta – dijo uno de ellos. Su voz
sonaba distorsionada.
- Según Antíolar, sus características son similares al
nuestro. La vida abunda desde nuestra última visita, es el momento de pasar a
la segunda fase – dijo otra voz.
El grupo avanzó sin miedo a ningún posible depredador,
acercándose a los homínidos que, a pesar de su miedo inicial, se acercaron
instintivamente a ellos.
- Así que estos son los elegidos – dijo un tercero. –
Podrían servir, pero les falta mucho. Ninkurshag deberá de aplicarse bien.
- ¿Ninkurshag? Podríamos hacerlo nosotros mismos. ¡Él no
sabría que hacer! – gritó que había hablado en primer lugar.
- Apguul, basta. Conoces bien cuál es nuestra misión y qué
lugar ocupa él en la cadena de mando.
- Pero Anfiédis, hermana mía. ¿Por qué seguir sirviendo a
una cultura que no nos valora? No somos nada para ellos, una casta de
sirvientes – dijo persuasivo.
- Cumplimos con nuestro rol para preservar la armonía del
universo. ¿Acaso te parece poco? Hermano, controla tu ambición, no dejes que la
sombra crezca en tu interior.
Apguul, molesto, se alejó del grupo. Otro de ellos tomó a un
homínido de la mano y se dirigió con él a su nave. Antes de que llegaran, la
escena se volvió borrosa de nuevo. La ubicación había cambiado, ahora Magdalena
estaba en el interior de una de las naves nodrizas de los Nakamatis.
- ¡Apguul, sabes que no puedo hacer eso! – gritó un varón
alto y esbelto cuyo rostro no guardaba ningún signo de la edad.
- ¿Tan importantes son para ti estos seres? Nos lo deben
todo, ¡todo! Nosotros los creamos y nosotros les hemos dado su intelecto. ¡Han
nacido para servirnos! – gritó furioso.
A su alrededor, había mucha maquinaria muy avanzada. Parecía
un laboratorio, pero ella no estaba segura de ello.
- Nuestro objetivo era instaurar el libre albedrío, dejar
que se desarrollaran por sí mismos, no convertirlos en esclavos – dijo el
primero.
El cuerpo de Apguul era una nube de sombras verdosas que se
difuminaban en el ambiente, protegido de la visión de la muchacha.
- Los seres inferiores no se merecen el libre albedrío. Si
lo quieren, que se rebelen y se lo ganen. Eso es justicia. Nosotros somos los
amos del universo, se nos ha permitido esparcir la vida y dejar que se abra
paso, pero, ¿por qué conformarnos con ello? ¿Por qué no aprovecharnos? Ninkurshag,
te suplico que escuches mis palabras antes de devolver a ese esclavo junto a
los suyos. Antes de que se reproduzca.
La figura de Ninkurshag comenzó a cambiar, adaptando la
forma de un anuro. Las sombras que rodeaban al segundo Nakamati crecieron hasta
cubrirlo todo, trasladando a la chica a un nuevo momento.
- ¿Qué has hecho? – gritó una voz femenina.
- Cálmate hermana. Será nuestro pequeño secreto.
- ¿Secreto? ¿Dónde está Ninkurshag?
- Descansando. Sabes que no puedo eliminarlo de la
existencia, así que le he permitido dormir tras tan ardua tarea.
- Pero, ¿por qué? – preguntó desesperada.
- Teníamos ideas diferentes. Ahora, este pequeño siempre
sabrá de mí, al igual que su prole – dijo señalando a un homínido cautivo.
- Demasiado tarde, Apguul – dijo un varón que entró en la
estancia acompañando de un pelotón de soldados armados. – Varios homínidos ya
han sido puestos en libertad, sembrando la vida tal y como los Nakamatis la
defendemos. No te resistas, lo purgaremos a él y nos dirás donde se encuentra
Ninkurshag.
La sombra sonrió, abrazó al ancestro de Magdalena, y ambos
se desvanecieron para sorpresa de los presentes. El techo se convirtió en suelo
y el suelo en techo, transportando a la joven a la planicie donde se comenzó a
construir una ciudad que en última instancia se convertiría en Cadmillon. Los
hombres trabajaban como autómatas para levantar una torre, mientras la figura monstruosa
de Apguul vigilaba todo el proceso. Ya no portaba su armadura ni se escondía
tras un velo de sombras, ahora era una Criatura de la Bruma mucho más grande y
fuerte. El cielo destelleó y numerosas naves descendieron de las estrellas, desatando
un gran haz láser sobre la estructura. Apguul se enfureció y extendió sus manos
hacia los vehículos, desatando relámpagos de energía que las dañaron. Los
hombres se abalanzaron sobre los Nakamatis, incapaces de herirlos, pero
muriendo sin miedo, sometidos al control mental de su amo. Apguul subió a lo
alto de su torre y se encaró a la nave que lideraba el ataque.
- Hermano, pon fin a esta locura. Los seres humanos están
muriendo como ratas por tu culpa – dijo un transmisor desde el vehículo.
Apguul sonrió, y multitud de Criaturas de la Bruma surgieron
de la ciudad, atacando a los Nakamatis. Estos iban armados con lanzas láser y
con las mismas armaduras que Magdalena había visto previamente.
- Badgdylon es el corazón de mi imperio, Anfiédis. Eres muy
estúpida por atacarme aquí – dijo con tono burlón al ver como cambiaban los
acontecimientos.
La nave disparó un rayo contra Apguul, y este detuvo el
impacto con su campo de fuerza antes de desatar su propia energía contra el
transporte, que se estrelló en un piso inferior de la torre.
- ¿No lo ves? Todos tus intentos son inútiles. En cuanto
finalice mi gran obra, todos los Nakamatis que comparten mi opinión vendrán
aquí. ¡Ese será el fin del libre albedrío! Primero este planeta, ¡y luego el
universo!
De los restos de la nave surgió la figura femenina cubierta
por su armadura. En su mano derecha portaba una espada de energía oscura.
- Sabes que no puedes dañarme. Somos hermanos, nunca un arma
blandida por ti podrá matarme. Ningún Nakamati puede matar a otro Nakamati –
afirmó Apguul.
A pesar de su advertencia, Anfiédis se batió en combate
singular con él. El villano logró esquivar varios golpes de su espada, pero
finalmente, una estocada apenas lo rozó, deteniéndolo en el tiempo.
“¿Qué me has hecho?”, preguntó telepáticamente a su hermana.
Esta, en respuesta, formuló otro pensamiento. “Es una espada interfásica. No
puedo matarte, es cierto, pero un leve roce de ella te retrasará un segundo con
respecto al universo, deteniéndote para siempre.” El rostro de Apguul consiguió
tornarse en ira, pero de nada le sirvió. Libres de su control, los hombres
huyeron y las Criaturas de la Bruma se diseminaron en las profundidades.
La siguiente escena que se le apareció a Magdalena era la de
Anfiédis llegando a un pequeño santuario construido en las montañas al sur de
Cadmillon. Allí atravesó con una nave, y para su sorpresa, en la puerta
encontró al primer homínido maldito por su hermano, el cual había comenzado ya
su metamorfosis hacia lo que ellos conocerían como el Magna Quidem
Illustrans. Por lástima se apiadó de él, que huyó al verla. En su mirada la
pareció ver el reflejo de la consciencia de su hermano aun fluyendo a través de
aquel conducto arcano, pero sabía que era imposible y que los hombres nunca
descubrirían la tecnología para volver a coordinarlo con el universo. Como
Magdalena había descubierto recientemente, Anfiédis se equivocaba, ya que
Apguul, conocedor de tal tecnología, guio sus pasos en un plan que le llevó
culminar milenios. La mujer volvió a su nave y activó un campo holográfico que
la permitiera esconderla allí, cerrando los ojos y abandonándose a una muerte
auto aceptada.
- Ahora los hombres finalmente serán libres – dijo mientras
cerraba sus ojos y sonreía por última vez.
Al momento de hacerlo, ella finalmente abrió los suyos,
profundamente agitada. Yacía en una camilla, y a su lado había dos
desconocidos.
- ¡Tenemos que marcharnos! – fue lo primero que gritó. – Un momento,
¿quiénes sois ustedes?
- Mi nombre es Maelstrom, no sé si me recuerdas. Este señor
que nos acompaña se apellida Marañón, y ha sido el encargado de liberarte de la
influencia contaminada de Apguul. Ahora eres una mujer libre – dijo dulcemente.
Magdalena se retiró las vías rápidamente pese a la mirada de
los dos hombres y se levantó acelerada.
- No sé que significa eso exactamente, ¡pero lo he visto
todo! Sé lo que ocurrió hace milenios, y se cómo matarlo. ¡Un Nakamati no puede
matar a otro Nakamati, pero nosotros sí! Debemos de ir con los demás ya mismo,
porque están bien, ¿no? – preguntó preocupada al recobrar los recuerdos de
Cadmillon cubierta por la Bruma.
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