Magdalena - Capítulo XXV - El mismo ataúd
Bienvenidos una semana más a Magdalena. Ya son veinticinco capítulos a nuestras espaldas, ¡no queda nada para llegar al treinta y a su gran final!
Hoy os traigo un escrito largo, lleno de acción y de sorpresas. No quiero desvelar nada más.
Como siempre, el índice para los rezagados:
LISTADO DE CAPITULOS
Prólogo y Capítulo I - Reencuentro
Capítulo IV - La prisión del tiempo
Capítulo VII - Al llegar el alba
Capítulos IX y X - Un café con Ángela & Joshua Güendell
Capítulo XII - Magna Quidem Illustrans
Capítulo XIII - Visita a medianoche
Capítulo XIV - El hombre de sus sueños
Capítulo XV - Alcohol y cocaína
Capítulo XVI - El Movimiento Panonírico
Capítulo XVII - Sangre y vómito
Capítulo XVIII - Caballo de Troya
Capítulo XIX - Marineros de agua dulce
Capítulos XXI y XXII - La ciudad sin ley & Una teoría del todo
Capítulo XXIII - Visita a medianoche
Capítulo XXIV - Urgencia nocturna
Capítulo XXV – El mismo ataúd
Taylor miró a ambos
lados. Conocía bien aquel barrio, había crecido en él. No quedaba mucha gente,
la mayoría ya había huido o estaba muerta. Los militares ordenaban la salida de
los civiles que aún quedaban y cruzaban disparos con los acólitos, que
desaparecían entre la Bruma tan rápido como hacían acto de presencia,
fundiéndose con el terror del ambiente. A pesar de que él iba armado nadie le
detuvo. No debía ser el único ciudadano que había tomado las armas para
defenderse.
Tras avanzar por la
calle, llegó junto a la biblioteca. Junto a la puerta y entre cartones encontró
un rostro que recordaba de su infancia, cuando aún era un niño travieso.
- Señora Benfren -
dijo amigablemente mientras se acercaba.
- ¡Detente! ¡No me
hagas daño! - gritó la mujer, desesperada.
- ¡No, no! ¡Soy
Taylor! - se defendió.
- ¿Taylor Longshallow?
- preguntó la voz.
- El mismo - respondió
él.
La mujer dejó a un
lado su escondite y se reveló completamente.
- No veas cuanto me
alegro de que estés bien. ¿Sabes qué tal está Magdalena? - preguntó la mujer
directamente.
Taylor no sabía a qué
venía aquella pregunta.
- No - mintió. - Fui a
buscarla pero no estaba.
- Me preocupa esa
chica. El día del atentado aquel, el de los terroristas... ¿sabes cuál te digo?
- Sí, hace poco - dijo
haciéndose el tonto
- Ese día la vi por
aquí. Estaba muy acelerada. Buscaba no sé qué libros que no teníamos y no
dejaba de mirar a todos lados, y luego, ¡pum! Las cosas comienzan a torcerse y
mira cómo estamos ahora.
- No creo que todo
esto sea culpa suya, señora Benfren. Pero bueno, tenemos asuntos más urgentes
ahora, ¿no? Por ejemplo mirar cómo salir de aquí - la dijo fingiendo una
sonrisa.
La bibliotecaria
asintió. Estaba aterrada y hablaba por los codos, quizá liberándose a sí misma
del estricto silencio que la obligaban a mantener en su local.
- Tienes razón,
Taylor. Todo esto me pilló justo en la biblioteca, y al final, ya sabes, no he
sido capaz de avanzar mucho.
- Siga todo en línea
recta por donde he venido. Está despejado - afirmó intentando tranquilizarla.
- ¿Estás seguro de que
no va a aparecer una de esas cosas y me va a destripar? - preguntó la mujer
buscando una confirmación.
- Estoy completamente
seguro, además, yo la cubriré desde aquí. No tema, dentro de poco encontrará a
los militares que la llevarán a un lugar seguro.
- ¿Y tú? ¿Piensas
quedarte aquí? No serás uno de ellos... - dejó caer extrañada.
Taylor se rio ante
aquel comentario. Le parecía muy absurdo.
- De serlo ya te
habría devorado. No se preocupe por mí - bromeó.
La señora Benfren dio
los primeros pasos hacia la dirección que la indicó el chico, pero se detuvo en
seco.
- Es por Magdalena,
¿no? Vas a buscarla.
- Más o menos -
asintió él.
- Siempre supe que te
gustaba esa chica. Aún recuerdo cuando erais pequeños y eras capaz de hacer cualquier
trastada con tal de impresionarla.
- ¡Señora Benfren! Si
no se da prisa, no podré garantizar su seguridad. ¡Corra!
La mujer sonrió ante
las mejillas enrojecidas de Longshallow y se dio la vuelta, perdiéndose en la
Bruma. El joven esperó un par de minutos por si debía de ir en su ayuda, pero
no fue alertado por ningún ruido.
"¿Tan evidente
era?", pensó avergonzado. Desde que la conoció accidentalmente, siempre se
había sentido fascinado por la risueña sonrisa de Magdalena, y esa fascinación
con los años quizá había dado paso a otra cosa. No fue hasta hace muy poco que
descubrió todo el dolor que se escondía bajo aquella máscara. "Todos hemos
crecido", pensó. "Y ahora hay que añadir el problema del tal Apguul,
las transformaciones de la niña... y Ángela."
A Taylor le preocupaba
lo que había hecho con ella en los bajos fondos de Manrilem. Ángela le parecía
una chica atractiva, pero no sentía nada por ella más allá de la amistad,
siquiera después de haber intercambiado sudor y fluidos. Aquel acto instintivo
que le había llevado a unirse con ella podría convertirse en su mayor enemigo
si sobrevivía lo suficiente como para tener una conversación seria con
Magdalena. "Y todo eso si no acabo como Clark", pensó para sí mismo.
El tono irónico de su reflexión le hizo sentirse mal por el destino de aquel
chaval, que pese a sus rifirrafes iniciales, había logrado caerle bien.
Tras tantas
reflexiones, había logrado llegar a la Piquera. Por el suelo pudo encontrar miembros
amputados de militares y cadáveres de Criaturas de la Bruma. Ahora se veía
obligado a extremar sus precauciones. Para empezar a hacerlo, comenzó a andar
agazapado tras las hileras de coche que estaban a ambos lados de la calle. Eran
vehículos de calidad, mucho mejores a los de la Colmena, pero la mayoría habían
sufrido graves daños estructurales.
Junto a una columna de
piedra se vio obligado a detenerse un segundo. Del interior de uno de los
coches provenía un sonido carroñero, el de un animal alimentándose. Piel
desgarrándose y mordiscos hicieron las delicias de un exsoldado aventurero.
Alzó levemente la vista y pudo ver como en el asiento trasero de un monovolumen
un acólito devoraba el cadáver de una mujer.
Taylor sacó con
delicadeza su cuchillo y se concentró al máximo para no alertar al ser hostil
con su respiración. Si lo dejaba vivir, tendría un adversario asegurado
impidiendo su retirada, uno que en cualquier momento podría pisar sus talones;
pero si hacía demasiado ruido podría alertar a otros de los suyos. Estaba
jodido, ya que con los dientes que tenía el mutante, tampoco podía tapar su
boca mientras lo asesinaba. Tenía que ser un corte limpio, y para ello debía de
hacer que levantase su cabeza durante unos instantes mientras dejaba de comer.
Necesitaba distraerlo.
A su alrededor
únicamente encontró restos de cristales rotos. "Será suficiente",
pensó. Mientras el seguidor de Apguul estaba entretenido, arrojó el cristal por
debajo del coche hacia el otro lado. El ruido fue insuficiente y él siguió
alimentándose, esta vez del hígado del muerto. Taylor tomó un nuevo cristal y
lo lanzó por encima, haciendo que estallara al alcanzar el suelo.
"Esta vez
sí", pensó. El hombre alzó la cabeza en busca de la fuente de aquel sonido
el tiempo suficiente como para que Taylor lo degollara, derramando un fluido
oscuro mezcla de rojo sangre y verde flúor.
Tras asegurar su posición,
siguió avanzando hasta un callejón. Tenía que recurrir a callejuelas
secundarias donde fuera más complicado encontrar enemigos. Aquella estaba
llenar de graffitis a favor del Culto, pequeñas semillas de la oscura
revolución que estaba ahora germinando. Taylor escuchó sonido proveniente de
las alcantarillas.
Una tapa estaba
ligeramente corrida así que se asomó un poco. Apenas se filtraba luz, pero los
ojos rojizos de las Criaturas de la Bruma reflejaban su avance implacable a
través de los túneles. "Son demasiados", pensó. Durante el tiempo que
miró pudo ver decenas de pares de ojos escurrirse a través de las sombras más
oscuras, cada uno de ellos más que capaz de acabar con un ser humano adulto.
"Son el depredador definitivo. Son ágiles, rápidos, y letales en las
distancias cortas." Aquel pensamiento parecía bastante desalentador, pero
agitó su cabeza y se lo quitó de encima rápidamente. No era el momento de darse
cuenta de la magnitud del problema que enfrentaba, sino de acabar con él.
Se apartó de las
alcantarillas y continuó su camino, llegando nuevamente a una calle
principal.
-
¡Gruuuaaaaaagh!
El rugido vino de la
plaza central. Dos pequeños tramos de carretera separaban la zona residencial
del lugar donde los bares y restaurantes solían poner sus terrazas. Allí no
había un alma, y las sillas, mesas y platos eran los únicos custodios del
desastre que estaba teniendo lugar. Taylor no alcanzó a escuchar al causante de
aquel sonido, pero no necesitaba más para saber que no lo había emitido uno de
los buenos.
Con cuidado mantuvo su
rutina de cubrirse tras los coches, observando el reflejo en los cristales de estos
en busca de aquella forma de vida hostil. Tampoco podía despreocuparse de los
demás enemigos. Su corazón se puso a mil cuando la silla de una terraza se
estrelló contra un vehículo cercano tras haber salido despedida por los aires.
- ¡Gruuuuaaaaaaagh! -
escuchó nuevamente, esta vez un poco más cerca.
Al rugido lo siguieron
más ruidos de objetos voladores y de sus consiguientes impactos contra el suelo
urbano. Entre la Bruma pudo intuir una silueta monstruosa de unos tres metros
de altura que se acercaba a él.
"Joder, no puede
haberme visto. Es imposible." El joven llevaba el arma cargada, y dudó
sobre si girarse y disparar. La bestia avanzaba lenta pero inexorablemente
hacia su posición, y un espejo retrovisor reveló un pequeño rostro infantil en
la cima de una enorme masa deforme marrón. La piel nacía de la propia boca del
niño, que no tenía lengua, y una capa de pelo rizado lo cubría todo. Sus piernas
terminaban en pezuñas como las de los toros, y sus brazos habían sido
sustituidos por tentáculos de una gran variedad cromática, desde el verde
esmeralda al púrpura nigromántico.
"Otra vez no.
Otra vez no", repitió en su cabeza. Contuvo la respiración, dispuesto a
disparar al infante en la cabeza, pero era consciente de que aquella variedad
de mutante era extremadamente resistente. Así eran Magdalena y el doctor
Kirfeller. Esta vez le había tocado a un pobre niño sufrir la condena de
Apguul.
Con cada paso que daba
estaba más cerca y Taylor más tenso, preparado para luchar. Contó hasta tres, y
al llegar a dos, las pisadas se detuvieron. La criatura se giró hacia otra
dirección y torció el rumbo. El muchacho aguantó la respiración hasta tenerlo
lejos, allá donde la Bruma lo cubría completamente. Paso a paso, Taylor se
escabulló en un nuevo callejón, y luego en otro, esquivando a una pequeña patrulla
de acólitos. Finalmente llegó al perímetro que marcaba la entrada a la zona más
rica de la ciudad. Dos furgones de policía ardían en su entrada y cuatro
agentes yacían muertos en sus inmediaciones.
- Sigue avanzando -
susurró una voz en su cabeza.
La conocía
perfectamente. Le había visto ya demasiadas veces. No tenía más remedio que
seguir sus indicaciones. Se sentía observado y le inquietaba no haber
encontrado ni rastro de aquellos a los que buscaba, ni siquiera sus cadáveres
por el suelo. “¿Qué cojones querrá ese tipo de mí?”, se preguntó. “Magna Quidem
Illustrans”, repitió en su cabeza. Tras seguir inconscientemente los pasos
de sus compañeros, se maravilló ante la escalinata del zigurat. Paso a paso se
adentró en su interior, atravesando las sombras que finalmente dieron paso al
salón del trono.
- ¡Taylor! – gritó
Benjamín nada más verlo.
- ¿Qué estáis haciendo
aquí? – preguntó éste, extrañado.
Frente a él, veía dos
rostros conocidos, uno familiar, tres desconocidos; y un poco más lejos, al líder
espiritual del culto junto a dos personas de negocios. Al mirar a su antiguo
coronel, le reconfortó no encontrar decepción en su mirada.
- Al fin habéis
llegado – dijo solemnemente el maestro de ceremonias. – Seréis los primeros en
asistir al despertar del Arquitecto. Tenía especial interés en ti – añadió
señalando a Taylor. – Tus acciones en el pasado reciente nos han causado
problemas menores, y nuestro señor dictamina que es necesario purificarte.
El flujo que corría
desde el trono a través de los conductos dejó de fluir, y durante unos instantes,
la tensión rezumaba en el ambiente. Taylor miró directamente a los ojos de la
criatura, que aparentaba descansar inerte, pero él sabía que no era así.
- Oye Taylor, si mi
hermano no está contigo, ¿dónde está? – preguntó Giandro algo molesto.
El exsoldado no sabía
si decirle la verdad en ese momento o esperar, aunque si iban a morir, prefería
ser sincero. Antes de que pudiera pronunciar palabra, Apguul abrió los ojos,
reflejando en ellos una inteligencia alienígena que poco tenía que ver con la
humana. Lera y Joseph comenzaron a vitorear de alegría bajo su atenta mirada, y
el siniestro obispo caminó a su lado y susurró palabras en voz baja que ninguno
consiguió acertar. Por respuesta, únicamente obtuvo una mirada del Nakamati.
- El amo es justo y
misericordioso. Os permitirá marchar, siempre y cuando sobreviváis a una prueba
de fe. ¡Traed al prisionero! – gritó su emisario.
De entre las sombras
aparecieron dos acólitos arrastrando a un hombre maniatado y mutilado. Era
Fabio Salcedo.
- ¡Hermano! – gritó
Giandro.
El hombre intentó
correr hacia el cautivo, pero tras ser señalado por Apguul, una fuerza
invisible lo derribó.
- ¡Otorga a tus hijos
la bendición de la vida eterna! – gritó el sacerdote.
Apguul abrió la boca y
exhaló un vaho verdoso sobre el prisionero y sus dos seguidores, que abrazaron
a Fabio salcedo mientras las toxinas comenzaron a hacer efecto. Su piel comenzó
a fundirse y a retorcerse mientras los gritos de dolor llenaron el interior del
templo. Los rebeldes contemplaron la escena aterrorizados, y Sreader tomó
rápidamente su arma pesada.
- Mi padre no quiere
erigir su reinado eterno sobre las semillas de la traición. Estos dos sujetos
renegaron de las obligaciones para con su pueblo únicamente para saciar sus
ansias de poder. Políticos y empresarios… ¡Retorceos en los fuegos del
purgatorio!
La amalgama formada
por sus cuerpos dio lugar a una bola deforme de grasa y extremidades sobre la
que comenzaron a surgir placas óseas en forma de espinas. Una gran apertura
hacía las veces de enorme boca mientras los fémures se fracturaban para formar
afilados dientes, y el resto de la masa se alargó dando la apariencia de un
gusano a la bestia. Esta vez sí que no quedaba nada de Fabio Salcedo. Sreader
disparó contra Apguul, pero un campo de fuerza lo protegió de todo daño.
Alargando una de sus grandes garras, retorció el armamento de Sreader, dejándolo
inutilizado.
- ¡Joder! – gritó el
coronel. Su única herramienta para detener al Nakamati había sido destruida y
no había logrado nada a cambio.
El gusano de carne se
lanzó rápidamente contra una de las mujeres, devorándola viva, mientras sus
picos óseos la destrozaban. Los demás abrieron fuego contra la criatura,
causándola numerosas heridas bajo la atenta mirada del círculo interior del
Culto. Nada más terminó con la mujer, alzó su tronco contra el grupo, y del mismo
surgieron los seis ojos de los humanos que la habían formado. Taylor agarró a
Benjamín mientras disparaba su fusil y tiró de él hacia la oscuridad. Sabía que
si la bestia lo atacaba, sería su final.
Sreader comenzó a
disparar a la criatura en los ojos, pero de sus párpados surgieron escamas
óseas que rebotaron los disparos. El ser intentó devorarlo, pero el militar lo
esquivó y clavó su cuchillo en su tronco antes de que lo derribara de un
coletazo. Otro hombre lanzó una granada contra la sierpe, que se enrolló sobre
su cuerpo. La detonación llenó de yagas su piel pero no la detuvo. Sin
pensarlo, golpeó con todo su peso al soldado, espachurrándolo. El coronel se
reincorporó y sacó su pistola.
- ¡No podemos dejarlos
ahí! – gritó Benjamín mientras su amigo lo empujaba.
- ¡No seas imbécil y
déjanos esto a los profesionales! – gritó Taylor.
Uno tras otro, todos
los rebeldes corrieron por el pasillo mientras la amalgama orgánica los
perseguía, abandonando el templo de Apguul e internándose en la Bruma.
Necesitaban luchar en un espacio abierto. Taylor indicó a Benjamín que se
ocultara tras las ruinas de los edificios gubernamentales, y a este no le quedó
más remedio que hacer caso. Con una ráfaga a discreción, Giandro captó la
atención de lo que quedaba de su hermano.
- No creo que a mamá
le guste esto – murmuró.
Mirando fijamente a la
bestia mientras esta se desplazaba hasta su posición, quitó la anilla de una
granda y esperó. Benjamín, que pudo verlo desde su escondite, se alzó y salió
corriendo en su dirección, pero era demasiado tarde.
- ¡No lo hagas,
Giandro! – gritó.
La sierpe devoró al
hombre, pero la granada detonó desde su interior, llenando toda la escena de
órganos y vísceras. Los cuatro supervivientes miraron apenas como su grupo
había quedado reducido a la nada, pero no podían detenerse. Debían de volver a
internarse en el zigurat y acabar lo que habían ido a hacer allí, aunque no
tenían ni idea de cómo hacerlo.
Antes de que pudieran
dar un paso hacia las escaleras, un sonoro estruendo los dejó boquiabiertos
cuando el templo despegó, disipando la Bruma de la ciudad mientras la pirámide levitante
partía en la dirección de la Torre Lemon.
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