Magdalena - Capítulos XXI y XXII - (La ciudad sin ley & Una teoría del todo)
Hoy os traigo una sesión doble de Magdalena.
Sí, ya lo sabéis: estamos en la recta final de la novela (coincidiendo con el final de este año 2021). No creo que sea casualidad.
Pero... ¿Qué voy a saber yo? Sólo soy el escritor.
Sin más dilación y como siempre, os dejo el índice de la novela. Ya sabéis que haciendo click arriba podéis suscribiros a la newsletter para no perderos ningún post.
LISTADO DE CAPITULOS
Prólogo y Capítulo I - Reencuentro
Capítulo IV - La prisión del tiempo
Capítulo VII - Al llegar el alba
Capítulos IX y X - Un café con Ángela & Joshua Güendell
Capítulo XII - Magna Quidem Illustrans
Capítulo XIII - Visita a medianoche
Capítulo XIV - El hombre de sus sueños
Capítulo XV - Alcohol y cocaína
Capítulo XVI - El Movimiento Panonírico
Capítulo XVII - Sangre y vómito
Capítulo XVIII - Caballo de Troya
Capítulo XIX - Marineros de agua dulce
Capítulo XXI – La ciudad sin ley
La
señora los detuvo bruscamente.
-
¡Ni hablar! ¡No deis ni un paso más! – gritó.
-
¡Apártese, señora! ¿No ves que sabemos lo que hacemos? – la respondió Taylor
mientras forcejeaba con ella.
-
¡Es que no podéis ir allí! ¡Ese no es el camino correcto! – dijo ella volviendo
a gritar.
La
mujer estaba realmente agitada. Ninguno de los tres entendía por qué una
desconocida intentaba, con tanto ahínco, frenarlos.
-
¿Y cuál es entonces? – la preguntó Ángela suspirando.
-
La Colmena. ¡Tenéis que ir a la Colmena! En esa torre únicamente hallaréis la
muerte.
-
Tal vez nos halle ella a nosotros antes si nos quedamos de brazos cruzados –
dijo ya más calmado el chico.
-
Yo no sé nada, únicamente que debéis de ir a una casa de la Colmena que conoce
una de las dos chicas. ¿Quién de ustedes es Magdalena?
La
afectada, extrañada, dudó en si debía de levantar la mano o no, pero tras
reflexionar unos instantes sobre la situación en que estaban inmersos, lo hizo.
-
¿Cómo sabías mi nombre?
-
Ella me lo dijo. Sabía que estabais aquí, tiene contactos en todos los lugares.
Es una buena mujer.
Magdalena
respiró hondo. Con la mirada la inquirió el nombre de la mujer.
-
Mila Hollyfrey – dijo finalmente.
Magdalena
se sobrecogió. Taylor y Ángela se miraron extrañados, pero entendieron la expresión
de su compañera a la primera. “Lo dejamos para más tarde”, vino a decir.
-
¿Y te ha dicho el por qué o los motivos?
-
Nada de nada. Me llamó al teléfono de dirección y me dijo que os advirtiera,
que tú sabías que casa era porque allí os conocisteis, y que no había tiempo
que perder.
Magdalena
cerró los ojos y abandonó el hostal en dirección a lo que en otro momento había
sido un coche. Dudaba sobre si el vehículo sería capaz de aguantar, pero no
quedaba otra. Taylor se acercó al asiento del conductor.
-
Esta noche no – dijo ella.
El
hombre, mudo, volvió a su relegado asiento de copiloto. La Torre Lemon
encendida iluminaba la noche con más fuerza que la luna.
-
¿Quién era esa tal Mila? – preguntó Ángela.
-
Taylor… ¿recuerdas lo ocurrido tras el CID?
“Cómo
iba a olvidarlo”, pensó él. En vez de responder en voz alta, asintió.
-
Aparecí desnuda en nuestro parque, pero Mila me encontró y me cuidó. Luego os
vi a Salcedo y a ti, y el resto es historia.
-
¿Pero la conocías de algo? – preguntó Taylor.
Magdalena
negó con la cabeza.
-
Sabes que no pudo ser casualidad, ¿no? Que ella estuviera allí, que llame ahora
al hostal… - insinuó Ángela.
-
La recepcionista dijo que tenía contactos en todos los lados. Quizá forme parte
del Movimiento Panonírico – afirmó el chico.
-
No creo. A su familia la asesinaron Criaturas de la Bruma. Seres como yo, lo sé
porque me lo dijo. Pero, conmigo… se comportó con ternura. Con el odio que
tiene dentro… no sé.
Estaba
confusa. “¿Y si todo estaba planeado?”, se preguntó a sí misma. “¿Quién es
realmente Mila Hollyfrey?”
-
Bueno, lo que está claro es que esa señora nos ha dicho que vayamos a esa casa,
así que pisa el acelerador pero tampoco mucho, que este coche nos deja tirados
en cualquier momento – dijo Ángela bromeando.
A
velocidad de crucero cuando comienza a alejarse del puerto, el vehículo comenzó
a llevar al trío de pasajeros en dirección a Cadmillon. Los nervios recorrían
de sur a norte su piel, azuzados por el resplandor verdoso que atravesaba el
cielo nocturno.
La
carretera estaba desgastada, y en ciertos tramos podían encontrarse cadáveres
que no siempre podían esquivar. “No ha podido pasar tanto tiempo desde que se
han revelado. No es normal que hayan asaltado los caminos”, pensó Taylor. Con
delicadeza, tomó su arma, preparado para lo peor que aún estaba por llegar.
La
maleza que rodeaba al sendero susurraba gritos de dolor. La hierba se movía
fruto de los quehaceres de los animales salvajes, o eso preferían pensar. Un
disparo acompañó al ruido del motor y Magdalena se estremeció.
-
¡No frenes! – gritó Taylor antes de disparar nuevamente.
Ángela
intentó armarse torpemente. Un grupo de mutantes se encontraba en un área de
descanso cercana. El exsoldado derribó a uno de ellos, pero dos tomaron motocicletas
de cross y aceleraron para perseguirlos. Llevaban casco y un equipo completo, y
el coche, pese a los esfuerzos de la piloto, no podía dejarlas atrás. Taylor
disparó contra uno de ellos, pero tuvo que agazaparse cuando le dispararon de
respuesta.
-
¡Cuidado! – gritó Ángela.
Aquel
mensaje iba especialmente dirigido a Magdalena. Si la alcanzaban estaban
perdidos, ya que era la única que conocía el lugar al que tenían que ir. Uno de
los persecutores se puso a la par de su vehículo, y cuando apuntó, Taylor agarró
el arma con fuerza y la desvió, haciéndolo perder el control y cayéndose de la
moto. El otro los flanqueó por la izquierda, acercándose peligrosamente con un
paquete de dinamita en la mano. Magdalena frenó en seco y el sectario no pudo
hacerlo a tiempo, detonándole el explosivo antes de poder arrojarlo.
-
Menudo susto – dijo el varón suspirando.
Había
faltado poco, pero tras abatir a sus adversarios, los tres pudieron continuar.
Deberían de estar atentos a cualquier esquina y a cualquier rincón oscuro.
Pasado un tiempo se acercaron a las inmediaciones de la ciudad. Había hogueras
encendidas a lo largo de todo el perímetro de esta y se escuchaban disparos.
Familias enteras intentaban huir de aquel infierno entre gritos y sollozos.
-
Parece que se están poniendo feas las cosas en la Colmena – dijo Ángela.
-
Aquí siempre están mal – la contestó Magdalena.
No
pudo evitar pensar en su tío. Habían pasado mucho tiempo juntos, lo suficiente
como para para considerarlo su padre adoptivo. Era un hombre cascarrabias, pero
a ella no podía negarle nada.
Una
mujer se acercó corriendo al coche.
-
¡Dejadme subir! ¡Dejadme subir! – gritó desesperada.
-
¿Señora Hollyfrey? – preguntó Taylor extrañado.
La
mujer hizo caso omiso a sus palabras e intentó abrir la puerta.
-
¡Estese quieta! – gritó la piloto.
-
¡Hay que salir de aquí! ¡Esas cosas lo están destrozando todo! – exclamó con
lágrimas en los ojos.
-
Lo siento, bonita, pero venimos para quedarnos – afirmó Ángela con tono
chulesco.
La
mujer retrocedió y los miró asqueada.
-
Estáis igual de locos que esos seres.
Tras
hablar, esbozó una sonrisa y se desvaneció. Los tres compañeros dieron un
respingo.
-
¿Qué diablos ha sido eso? – gritó la del asiento trasero.
-
Un puto fantasma – afirmó el chico con cierto temor. – Quizá el alma en pena de
algún muerto por esta catástrofe.
-
Seguramente solo se trate de una alucinación. Sea como sea, tenemos que seguir
– dijo Magdalena arrancando de nuevo.
No
es que ella no tuviera miedo, pero el cansancio y las ganas de conocerse a sí
misma la empujaban al abismo del valor insensato. Taylor y Ángela cruzaron sus
miradas animándose mutuamente. Ella era consciente de que aquel chico la
cautivaba, pero a pesar del fruto de su pasión, no creía que fuera recíproco.
“Tal vez me vea como una amiga con la que follar”, pensó. “Poco importa ahora,
lo primero es salir de este embrollo.”
Las
calles de la Colmena eran un hervidero de almas en pena corriendo a ocultarse
por sus vidas. La policía y los militares intentaban crear perímetros
defensivos, mientras los bomberos ayudaban a los civiles a montarse en
autobuses destinados a su extracción.
-
Me pregunto a donde irán… - dijo en voz baja la piloto.
-
Espero que no a sitios como el CID – respondió Taylor muy serio. – Supongo que
los dirijan a campamentos militares a la espera de ver que pasa con la ciudad.
-
Si os fijáis, la mayor parte del fuego viene de la Piquera y del Foro.
A
las palabras de Ángela las acompañó su dedo derecho señalando febrilmente el
centro de la ciudad. Para los más ricos, su reducto de libertad había acabado
convirtiéndose en una cárcel circular.
-
Tiene sentido. Esos locos buscan derribar el poder establecido, como vimos en
Manrilem. En Cadmillon, el poder se encuentra en el centro – dijo el muchacho.
A
pesar del descenso en la velocidad debido al trazado urbano, el coche dejó de
funcionar cual corcel exhausto. Magdalena intentó arrancarlo nuevamente, pero
fue en vano. Se había convertido en una víctima más de aquel conflicto.
-
Tendremos que continuar a pie. La casa de la señora Hollyfrey no está muy lejos
– dijo suspirando.
Los
tres viajeros descendieron del vehículo. En sus rostros se notaba el cansancio
haciendo mella en los retazos de su juventud, pero la adrenalina que corría por
sus venas los forzaba a avanzar incansablemente en pos de su objetivo. Pasaron
junto a una frutería cuyos cristales habían sido reventados por el impacto de
adoquines, y en su interior pudieron ver un grupo de jóvenes apropiándose de
suministros.
-
Siempre habrá los que se aprovechen del caos para salirse con la suya. ¡Salid
de ahí, cabrones! – gritó Ángela.
Los
chavales la miraron, advirtiendo el resplandor de sus armas gracias al fuego.
Ninguno de ellos llegaría a la mayoría de edad. Ante el gesto de la mujer de
tomar su arma, tomaron sus mochilas y huyeron.
-
Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos que de unos ladronzuelos
– dijo el chico.
Ella
lo miró molesta.
-
Pensé que te importaba la justicia y todas esas mierdas – dijo ella con frialdad.
-
Y me importan, por eso estoy aquí, pero ahora que unos críos roben cuatro
manzanas me parece únicamente un mal menor – respondió intentando calmar las
aguas.
-
Ya has visto lo que me ha costado a mí disuadirlos.
La
mujer levantó el moflete derecho y negó con la cabeza mientras saboreaba las
palabras.
-
Has tenido suerte, podías habernos metido en problemas. Imagínate que llegan a
ir armados y tu solución se convierte en una masacre de inocentes entre los que
podría estar cualquiera de nosotros.
Antes
de que Ángela pudiera responder, Magdalena se interpuso entre ambos.
-
Ya está bien, las cosas han ido como tenían que ir, no tenemos tiempo que
perder. Nuestro destino está a trescientos metros – dijo imitando el tono de
voz de un navegador GPS, provocando una sonrisa en los otros dos.
Tras
caminar un poco, frente a ellos se encontraba un parque que les era muy
familiar.
-
Así que aquí estamos… otra vez – afirmó Taylor.
Su
amiga asintió con la cabeza.
-
Han pasado muchos años desde aquella primera vez. Nuestras vidas han cambiado
tanto…
La
melancolía y la nostalgia danzaban alrededor de las palabras de Magdalena, que
alzó la vista hacia un cielo estrellado oculto por el humo.
-
Me pregunto dónde estará Benjamín ahora. Espero que esté bien.
-
¡Seguro que sí! – gritó la que pertenecía a su grupo. – Parece que no por su
condición física, pero tiene las pelotas cuadradas.
-
Yo también creo que está bien. Hemos vivido muchas cosas juntos desde aquella
primera Bruma, pero nunca pensé que acabaríamos viendo Cadmillon desde esta
perspectiva, destrozada por culpa de sus propios habitantes – reflexionó la
otra chica.
-
¿Por sus habitantes? La culpa es de esos fanáticos radicales – dijo el hombre
escupiendo un moco verde contra una roca.
-
Sabes que aunque ellos no sean los culpables directos, la situación hubiera
explotado igualmente. Entre la juventud, grupos como el nuestro nos estábamos
moviendo contra la injusticia. El Gobierno Central actúa como una dictadura y
la gente se ahoga en su miseria por su culpa.
-
Tienes razón, Ángela, pero no así. La ciudad está en ruinas, ¿qué más da quien
gane cuando amanezca? Va a ser muy difícil volver a la normalidad – dijo Taylor
chutando otra roca.
-
Quizá nunca tengamos que volver a esa normalidad simplemente porque nos hacía
daño. Tal vez esto sea una oportunidad para empezar de cero en un mundo más
justo.
A
las palabras de Magdalena las siguió un fuerte estruendo. Todos los edificios
del Foro habían comenzado a derruirse, y el polvo que levantaban a su paso se difuminaba
con tonalidades verdes.
-
No puede ser… - dijo el chico.
Los
tres comenzaron a correr antes de que fuera demasiado tarde, atravesando el
parque en cuestión de segundos siguiendo a la única que conocía el camino. La
gran polvareda se acercaba a ellos, y no sabían cuánto tardaría en llegar, pero
no sería mucho. Cuando llegaron frente a la casa de Hollyfrey, una señora
aguardaba en la puerta.
-
Os estaba esperando – dijo nerviosa. - ¡Pasad!
Tras
su grito, los tres entraron en la casa. En su interior únicamente estaban la
mujer y un hombre alto cubierto por una túnica negra.
-
¡Se acerca! – gritó Magdalena desesperada.
La
señora la miró a los ojos y ambas lo comprendieron todo sin necesidad de decir
nada más. Ella alcanzó a ver que la muchacha pertenecía al grupo de criaturas
que la habían arrebatado todo lo que quería; y la joven pudo ver un perdón que
no se merecía, pues la culpa de su condición no la correspondía a sus hombros.
-
¡Maelstrom, sácala de aquí! – gritó Mila.
El
hombre de la túnica reaccionó ante tal nombre. “Me suena”, pensó Taylor.
-
Sígueme – fue lo único que dijo mientras se dirigía a una puerta lateral.
La
onda expansiva los alcanzó, rompiendo los cristales y derribando muchos libros
de las estanterías. La cerámica, el vidrio y el papel formaron un caótico
mosaico sobre el suelo mientras cada uno se defendía como podía, sumando
hematomas y rasguños a su lista de males. Lo siguiente que pudieron ver fue
como la espesa neblina comenzó a filtrarse dentro del hogar. Maelstrom se
reincorporó rápidamente y tomó a Magdalena por el brazo.
-
¿A dónde te la llevas? – preguntó Taylor.
-
A un lugar seguro.
Antes
de poder actuar, la mujer se liberó de la rugosa mano del varón y comenzó a
retorcerse por el suelo. Tal y como había ocurrido en el pasado, su cuerpo mutó
transformándola en la grotesca criatura que había acabado con Clark y con un
montón de inocentes. Mila intentó inyectarla un vial, pero de un manotazo esté
cayó al suelo. En las calles se intensificaron los gritos de terror.
-
¡Guaaaaaaargh!
La
criatura se alzó sobre sus patas traseras y gritó iracundo. Luego se posó sobre
sus nudillos y comenzó a respirar agitada.
-
¿Qué demonios es esa cosa? – preguntó Ángela aterrorizada, forzando al monstruo
a clavar sus pupilas en ella.
-
¡Magdalena, se fuerte! ¡Lucha contra su control! – gritó Mila Hollyfrey tras
reincorporarse del golpe sufrido.
La
bestia agitó su cabeza frenéticamente.
-
¡Conozco a un médico que puede ayudarte, debes ser fuerte! – volvió a gritar.
Taylor
agarró a Ángela, que estaba inmóvil presa del terror, y la ocultó tras un sofá
mientras la indicaba con su mano que guardara silencio. Cuando se quiso dar
cuenta, había perdido su arma gracias a la onda expansiva. Estaba indefenso.
El
monstruo se dispuso a atacar a Mila, pero Maelstrom lo golpeó con un nunchaku
en el talón, haciendo que se tropezara. La señora se dio la vuelta e intentó
alcanzar la puerta para alejarse de Magdalena. El golpe únicamente la había
enfurecido más.
La
criatura intentó alcanzar a Maelstrom con sus garras, pero el hombre esquivó el
zarpazo con una velocidad sobrehumana antes de volver a golpearla en su mano.
Alzándose sobre sus patas traseras una vez más, lanzó varios golpes hace él,
que continuó esquivándolos. Desesperado y sin más espacio para moverse, empujó
una de las estanterías contra ella, que la destrozó de un golpe pero le dio el
tiempo suficiente como para alejarse hacia la puerta.
Ángela
seguía horrorizada, pero con sus manos temblorosas logró señalar en la
dirección del vial que había intentado clavar Mila en el monstruo. Taylor lo
vio y se preparó para meter un sprint para alcanzarlo, pero Magdalena saltó
cerca del objeto mientras se enfrentaba a Maelstrom. El hombre no dejaba de
golpearla con su arma y de esquivar los golpes, pero era en vano. Rodó por el
suelo para alejarse de ella, dejando una pequeña vía libre hacia el vial.
Fueron
dos segundos vividos con la máxima intensidad. Taylor corrió y lo cogió,
tirándose cuerpo a tierra tras una silla caída para ocultarse de la bestia. Ella
arremetió con su cuerpo hacia su adversario, que la toreó. Del impacto destruyó
la pared derecha de la casa, dejando al descubierto un patio cubierto de Bruma.
La criatura gritó enfurecida y los dos hombres se miraron.
-
¡Estoy aquí, pedazo de puta! – la gritó Ángela poniéndose de pie.
Aquel
acto de valor insensato no tenía lugar en aquel momento del conflicto, y la
portadora de tales palabras se dio cuenta inmediatamente. El monstruo dio dos
grandes zancadas hacia la chica, y Maelstrom intentó detenerla, pero la bestia
se lo quitó de encima de un codazo. Ángela retrocedió dos pasos, el tiempo que
tardó Taylor en lanzarse contra la criatura, pero el primer zarpazo llegó a
tiempo. La mujer intentó cubrirse con sus brazos, e instantes después, todo se
llenó de sangre. La aguja atravesó la piel del ser, liberando todo el viscoso
líquido sobre su cuerpo. La sustancia actuó inmediatamente, haciéndola caer de
rodillas mientras volvía a su estado humano.
-
¡Ángela! – gritó Taylor.
Ella
estaba en el suelo prácticamente desmallada, pero seguía viva. Su antebrazo
izquierdo había sido destrozado por culpa de las garras de la bestia, y
sangraba mucho.
-
Lo siento… - dijo ella mientras su voz se disipaba.
-
¡No lo sientas tanto y aguanta, ostias!
A
su grito le siguieron dos lacrimales empañados por la desesperación.
-
No puedo… el dolor, es tan intenso…
-
¡Vamos, Ángela! ¡No te puedes morir!
Mila
y Maelstrom se acercaron. Magdalena respiraba mientras yacía dormida en el
suelo. La señora examinó el brazo de la chica.
-
Está perdiendo mucha sangre, pero no es letal – afirmó al tiempo que se levanta
rauda hacia otra habitación, volviendo con un botiquín en sus manos.
-
¿Piensas curarla con eso? – preguntó el chico.
La
muchacha se había desmallado, pero respiraba. El contorno de su cara dibujaba
una plácida sonrisa.
-
No te preocupes por ella, sino por ti. Observa a tu alrededor, chico. La ciudad
ha caído, la gran bestia se ha alzado – dijo el tal Maelstrom.
-
Me preocupo por quien me importa – respondió apretando los puños.
-
Entonces, deberás saber que tus amigos están ahí fuera dándolo todo. Tal vez te
interese acompañarlos.
-
Maelstrom, no pierdas más tiempo – le dijo Mila. – No sabemos cuánto tiempo
estará así.
El
hombre asintió con la cabeza y alzó a Magdalena como si se tratara de un saco
de patatas.
-
¡Espera! ¿A dónde te la llevas? – preguntó su amigo.
-
Con un científico que tal vez pueda ayudarla – dijo él.
-
¿Y quién me dice que puedo fiarme de ti?
-
Tu padre.
La
respuesta lo descolocó totalmente.
-
¿Mi…padre?
-
Así es. Soy un viejo amigo de tu padre – Taylor se aceleró y se puso en pie. –
No te preocupes, él vive. Está sano y salvo en Nirit junto a tu madre. Mila te
contará más.
Dicho
esto, el hombre se marchó, dejando a Taylor junto a una señora que se esforzaba
por curar las heridas de su amiga.
-
¿Qué ha querido decir? – preguntó.
-
Lo que has oído. Tu padre vive y se ha unido al movimiento Panonírico, el mismo
que yo lidero. Algún amigo tuyo, como Benjamín, también se ha rendido a nuestra
causa. ¿Qué harás tú, Taylor Longshallow?
Aquella
mención tan explícita a su nombre y apellido únicamente podían significar que
decía la verdad. Además, hablar de Benjamín…
-
¿Por qué nos has traído aquí? ¿Cómo sabes dónde nos encontrábamos?
Estaba
muy nervioso.
-
Los pajaritos cantan en muchos sitios durante sus vuelos migratorios, querido.
La única forma de enfrentarse a este enemigo es conocer los pasos que va a dar,
y aun así, mira a tu alrededor. Bruma, muerte y destrucción. Apguul se ha
alzado una vez más, dispuesto a desafiar al dios de los hombres tal y como hizo
en el pasado.
-
¿Apguul? – preguntó mientras pestañeaba repetidamente.
-
¿Nunca te habló tu padre de los Nakamatis? – dijo sin dejar de atender a
Ángela.
-
Me suena haber escuchado esa palabra cuando era pequeño.
-
Te haré un breve resumen, pues no nos sobra el tiempo. Los Nakamatis fueron los
dioses estelares responsables de la creación del mundo tal y como lo conocemos,
y Apguul era uno de ellos. En su corazón solo anidaba el odio, por esa razón
los demás de su raza lo olvidaron aquí.
-
Entonces, ¿ese tal Apguul es el dios al que adora el Culto?
Mila
Hollyfrey asintió.
-
El mismo. Su cuerpo descansaba bajo los cimientos de esta ciudad, donde disputó
la última batalla contra los suyos, pero su consciencia se mantuvo activa entre
su prole. Este es el resultado de un plan que lleva matizándose durante
generaciones – afirmó ella con tono sombrío.
-
Si él es el culpable de tanto dolor, debo de matarlo – dijo resoplando.
-
No será tan fácil. Apguul es un ser divino para el estándar humano. Sus agentes
se han infiltrado en todos los estratos sociales, y el caos se ha extendido a
muchísimas ciudades. Debes de ir al Foro, al círculo interior. Mis hombres y
tus conocidos están allí. Nuestra idea era derribar la Torre Lemon, pero tras
su activación y la llegada de tu padre, nos enfocamos en evitar el despertar de
la bestia. Ahora, creo que hemos fallado. ¡Sácalos de allí, Taylor! ¡Yo me
ocupo de Ángela! Ayúdame a cargarla en el coche, por favor.
Entre
los dos y con sumo cuidado, la ataron en la parte trasera de un viejo modelo de
Carmeles.
-
Cuando los encuentre, ¿dónde nos reuniremos? – preguntó él.
-
En Nirit. Ellos sabrán como llegar.
A
la mujer no la temblaba el pulso a pesar de las circunstancias. Se notaba que
la tocaba haber aprendido a ser dura por la fuerza, pero el gesto que había
tenido con ellos decía mucho de su persona.
-
Una cosa más, señora Hollyfrey.
-
Puedes llamarme Mila – dijo sonriendo.
-
Mila pues. ¿No tendréis por casualidad ningún arma?
La
señora abrió el maletero de su coche. Iba bien equipada, lo cual sorprendió al
chico, que tomó para sí un Karabiner 87 como el que usaba Salcedo, un cuchillo
táctico y una Smithson MP3, un modelo de pistola muy usado por la policía de
Cadmillon. “Estos del Movimiento Panonírico siempre tienen un arsenal a mano.”
-
Hasta que nos volvamos a encontrar, señor Longshallow.
-
Cuida bien de Ángela – suplicó.
-
Con todas mis fuerzas – respondió con un tono matriarcal.
El
humo del coche se fundió con la Bruma. Ahora se había quedado solo, y frente a
él se encontraba una horda de criaturas siniestras que lo separaban de su
destino.
Capítulo XXII – Una teoría del todo
Joshua
y Maykel caminaron nerviosos, siguiendo a la fila de soldados que se dirigía a
la Vía Muerta. Una columna de Lion-743 escoltaba a la infantería, apuntando con
las barquillas hacia los laterales por si aparecían aquellos seres.
Nadie
había advertido que dos de los hombres no pertenecían a ningún destacamento,
pero habían conseguido pasar disimulados añadiéndose al escuadrón de reclutas. La
mayoría de aquellos soldados nunca había probado el sabor del acero y de la
mierda en el campo de batalla, y ahí encontraban algo en común con ellos
mismos.
Los
grupos de mando se dedicaban a vocear órdenes a diestro y siniestro, corriendo
de un lado para otro. A medio nivel, un camión transportaba a un prisionero.
-
¡Dejadme salir! ¡Estáis cometiendo un grave error!
Era
Doble-W. Había perdido completamente la cabeza, decían los demás hombres.
-
Sigue gritando, golondrino – dijo un soldado golpeando la jaula con la culata
de su arma mientras otros tantos reían.
-
¡Cuando nos alcance la Iluminación, vuestros pecados os serán perdonados!
-
A ti te va a alcanzar la poronga de un toro bravo como sigas diciendo tonterías
– dijo otro, incitando al jolgorio generalizado.
Los
dos impostores se miraron.
-
¿Crees que habla enserio, Joshua? ¿Crees que dios nos juzgará por lo que
hagamos?
-
No empieces tú también – le respondió su amigo con brusquedad. – Ya has visto
de lo que son capaces esos hijos de puta. Engañan y matan por doquier.
-
Entonces a este pobre diablo, ¿crees que solamente le han comido la cabeza?
-
No me cabe ninguna duda – afirmó Joshua.
Los
focos de los tanques iluminaban la carretera. Por megáfono se avisaba de la
presencia de gargancondas y otras criaturas hostiles, pero confiaban en que las
ondas provocadas por sus pisadas sirvieran para ahuyentarlas. O mejor dicho, lo
esperaban.
-
¡Ante cualquier contacto hostil, disparad a bocajarro! – gritaron por
megafonía.
-
¿Qué crees que pasará si morimos en esta batalla? – preguntó Maykel.
-
¿A dónde quieres llegar?
-
No sé, Joshua, ya sabes. Si iremos al cielo o a algún sitio así.
-
¿Tú crees que hay algo después de la muerte?
-
Quiero creer que sí, si no, ¿qué sentido tendría todo esto?
-
No creo que el sentido de la vida tenga que dárselo necesariamente la muerte –
respondió Joshua de forma solemne.
-
Es una buena apreciación – dijo un tercer soldado que caminaba delante de
ellos. En su placa ponía Larsen.
-
Bueno, yo creo que todo esto únicamente es como el tutorial de un videojuego – añadió
Maykel. – Estamos aquí para aprender las reglas del juego a través de los
sentidos, y luego pasar a la siguiente fase.
-
¿Y cuál crees que es la siguiente fase? – preguntó el recién unido a la
conversación.
-
Pues supongo que alguna especie de cielo o de paraíso donde poder ayudar a los
demás con lo que aprendamos.
-
Pero eso ya podemos hacerlo aquí – le cortó Joshua. – Podemos usar todo lo que
aprendemos para ayudar a los demás. Quizá seamos como robots, ¿sabes? Pero
hechos de otro material. El libre albedrío, las decisiones que tomamos, los
gustos, la cultura… todo puede formar parte de un experimento súper complejo de
bioingeniería. ¿Os imagináis que estamos programados?
-
¿Qué todos estamos programados? Entonces nada tendría sentido. Prefiero mi
visión del mundo – respondió Maykel.
-
No, todos no. Todo. Realmente como si fuera un videojuego, pero sin nada más
después. Los sentidos nos permiten conocer las reglas del juego, y una vez
acaba tu vida, se acabó, no hay nada más – afirmó resignado.
-
Entonces todo esto estará lleno de NPCs, ¿no? Ya sabéis, “no jugadores” –
preguntó Larsen.
Los
dos amigos se encogieron de hombros.
-
¿Queréis dejar vuestras conversaciones de mierda para los descansos? ¡Ahora
tenemos trabajo que hacer! – gritó un sargento al acercarse.
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