Magdalena - Capítulo XXIII - Visita a medianoche
Hoy es el Día de las Escritoras. A pesar de ser un hombre y de toda la polémica generada por Carmen Mola en esta edición del Premio Planeta (al cual, por cierto, me presenté sin suerte), desde aquí envío todo mi apoyo a aquellas mujeres dedicadas a la creación literaria (independientemente de su éxito).
Por mi parte, creo que los libros no tienen género, y el único sexo que me gustaría encontrar en ellos es el que cada escritor o escritora realiza con sus musas. No seré yo quien entre en temas polémicos, ya que hemos venido a leer.
Mi pequeña aportación hoy también tiene nombre de mujer: el de una mujer empoderada en busca de su propio sentido. Aquí tenéis el capítulo número veintitrés de Magdalena de los treinta que conforman la obra.
Como siempre, el índice:
LISTADO DE CAPITULOS
Prólogo y Capítulo I - Reencuentro
Capítulo IV - La prisión del tiempo
Capítulo VII - Al llegar el alba
Capítulos IX y X - Un café con Ángela & Joshua Güendell
Capítulo XII - Magna Quidem Illustrans
Capítulo XIII - Visita a medianoche
Capítulo XIV - El hombre de sus sueños
Capítulo XV - Alcohol y cocaína
Capítulo XVI - El Movimiento Panonírico
Capítulo XVII - Sangre y vómito
Capítulo XVIII - Caballo de Troya
Capítulo XIX - Marineros de agua dulce
Capítulos XXI y XXII - La ciudad sin ley & Una teoría del todo
Capítulo XIII – Visita a medianoche
Tras
correr la cortina, volvió a sentarse, incapaz de sentir nada que no fuera
indiferencia.
-
Estoy harta de que pasen tantos coches… - murmuró Alyn.
Sobre
una mecedora descansaba Benjamín con los ojos secos de tanto llorar; y recogida
contra la cama, estaba su madre desconsolada, incapaz de asumir la cruda
verdad.
-
Si esos cabrones no se hubieran llevado mi taxi… - respondió Salcedo, también
en un murmullo.
-
Hubiera dado igual, no tenemos a dónde ir. Ni siquiera tengo muy claro cuánto aguantaremos
aquí.
Las
palabras de la señora Gingercloth rompieron el trance del chico gordo, que la
miró directamente a sus ojos de color jengibre.
-
Al menos los servicios sociales se llevaron a mi padre.
-
Da gracias por no haber acabado como él.
Las
palabras de Giandro calaron en Amanda, provocándola más lágrimas. Los cuatro
habían acabado el día en un motel de las afueras, cubriendo todas las entradas
y salidas por el miedo a ser descubiertos. Cuando sonó la puerta, todos,
incluida la señora Lorenz, contuvieron la respiración.
-
Voy yo – dijo Alyn en voz baja.
La
mujer reunió el poco valor que la quedaba y se levantó, caminando lentamente en
dirección a la puerta. El timbre volvió a sonar, y cuando la mujer se asomó a
la mirilla, al otro lado lo único que encontró fue un hombre menudo y con
granos.
-
Servicio de habitaciones – dijo con voz aguda.
Alyn
suspiró tranquila y entreabrió la puerta. El chico la entregó la comida que
habían encargado y la mujer cerró nuevamente, dejándola sobre una mesa de cristal.
-
Mamá, no puedes negarte a comer. No ahora – le dijo Benjamín a su madre.
-
No tengo apetito – respondió ella, seca.
-
Amanda, come – dijo Alyn con tono inquisitorial.
-
Que tú no añores a tu marido porque te dejara tirada no significa que todas
seamos así – respondió la señora Lorenz con desprecio.
La
madre de Taylor se acercó a ella y la dio un tortazo con la mano abierta.
Amanda se llevó las manos a la roja marca que se la había quedado, y durante
unos instantes, dejó de llorar.
-
No vuelvas a hablarme así de Garret en la vida, ¿queda claro?
Amanda
asintió, saliendo del shock en que prácticamente había estado las últimas
horas. Su hijo no hizo ningún ademán de defenderla, no porque temiera a
Gyngercloth, sino porque sabía que su madre se había pasado. Todos estaban
realmente nerviosos y la situación comenzaba a escaparse de sus manos.
Tras
sentarse alrededor de la mesa redonda a comer, cosa que hicieron en silencio,
Salcedo tiró los restos a la basura. Habían pedido arroz tres delicias con
pollo agridulce, cerdo que seguramente era perro marinado, y nudos.
-
Habrá que ver qué hacemos ahora – dijo él, volviéndose hacia los demás.
-
Lo mejor será pasar aquí la noche y esperar a mañana por la mañana – respondió
Alyn.
-
Esto no es Cadmillon, quizá no nos busquen a estas horas y podamos aprovechar
la oportunidad para escapar.
-
Si tuviera un ordenador, podría ponerme en contacto con Ángela. Ella sabe dónde
estará tu hermano y dónde estará Taylor, y debemos advertirlos antes de que
vengan, o mejor aún, hacer que nos lleven con ellos – intervino Benjamín.
-
¿Y dejar a tu padre aquí, en un cementerio extranjero? ¿No tienes corazón? – le
preguntó Amanda de forma desgarradora.
-
¡Papá ha muerto! – gritó él girándose hacia su madre. - ¡Asúmelo ya! ¡Si no hacemos
algo, lo acompañaremos en breves!
Su
madre volvió a llorar, llevándose a la cara un pañuelo de tela blanco que más
bien parecía verde de la cantidad de mocos que contenía.
-
Lo que yo no entiendo es cómo esta ciudad ha caído tan bajo. Cuando mi marido y
yo estábamos aquí… era algo totalmente diferente, más parecido a lo que vimos
al llegar.
-
Si se empieza así, pronto se acabará como en Cadmillon – interrumpió Salcedo. –
En una ciudad libre no matan a nadie a
pie de calle, y mucho menos se crucifica a dos ancianos de esa manera.
Alyn
se inundó la cabeza con todos los recuerdos vividos con sus suegros, cuando aún
era joven y feliz. Ella siempre se había sentido sola en el mundo,
incomprendida, rodeada de carcasas que decían ser personas pero que únicamente
iban de un lado para otro y del otro para el uno, pero desde que conoció a
Garret Longshallow, comenzó a reír.
¿Había
sido él, o había sido ella? Tras más de veinte años, ya ni lo recordaba. Él era
un muchacho no muy alto pero delgado, impregnado con la ilusión de la juventud,
repleto de ganas de comerse el mundo. Acababa de graduarse en Historia y quería
demostrar al mundo que estaba equivocado, pero su investigación acabó
sumiéndolo en lo profundo, en las tinieblas de la soledad, alejándolo de su familia
y de sí mismo.
-
Lo que no entiendo es cómo después de disparar a mi padre fueron directos a por
los Longshallow – dijo Benjamín, interrumpiendo el trance que transportaba a
Alyn a un lugar mejor.
-
Lo realmente raro es que no te mataran a ti también – respondió Salcedo. – Lo
único que puedo hacer es dar gracias de que llegaras rápido, si no, habría más
cruces en aquel patio.
-
¡Tenemos que cargarnos ese puto Culto! – gritó Alyn. No era propio de ella
hablar así, pero era consciente de que aquel colectivo religioso la estaba
arrebatando todo lo que quería.
-
Lo primero es saber que tu hijo está bien – interrumpió Amanda. Había
conseguido reincorporarse haciendo un tremendo esfuerzo.
La
señora Gyngercloth asintió.
-
Por mucho que el alcalde esté a favor de esos fanáticos, no creo que al pueblo
de Manrilem le gusten estas cosas, ya visteis que rápido se movilizaron para
intentar ayudar a mi padre – dijo el más gordito y joven del grupo.
-
Es cierto, pero si las cosas se ponen feas y la gente sale a las calles… ya
visteis lo que pasó ayer en Cadmillon, el asalto a los edificios
gubernamentales y todo eso. Miedo me da las represalias que haya tomado el
Gobierno Central.
Las
palabras de Giandro calaron en el grupo, haciendo que durante largos segundos
nadie dijera nada. Finalmente, Benjamín decidió hablar.
-
¿No os parece raro? – preguntó.
Los
demás le miraron con curiosidad, dispuestos a escuchar lo que tuviera que decir
pero incapaces de adivinar sus pensamientos.
-
En Cadmillon se hacen llamar el Culto y sus seguidores son, en su mayoría,
proletarios. ¿Estamos todos de acuerdo, no?
Los
demás asintieron, expectantes.
-
Aquí en cambio su maldito nombre es el de los Visionarios, y sus seguidores,
por el contrario, son élites ricas. En eso creo que también coincidimos.
-
¿A dónde quieres llegar? – preguntó Alyn, nerviosa.
-
A que las dos instituciones religiosas son lo mismo pero adecuando el nombre al
tipo de acólitos que tienen. El Culto es un nombre con el que la gente de la
calle puede confraternizar más, mientras que el nombre de los Visionarios
parece estar más restringido a una pequeña élite, a aquellos entre las masas
que tienen esa capacidad para adelantarse al futuro; pero, sin embargo, sus
preceptos son los mismos.
-
Pecados, herejes, y todo eso – murmuró Giandro.
-
Eso es – respondió Benjamín. – Y eso me da que pensar, porque si con las mismas
ideas son capaces de atraer a las dos caras de la moneda de la sociedad, es
decir, ricos y pobres… ¿por qué aquí no les siguen los proletarios y en
Cadmillon las élites?
Un
escalofrío los recorrió a los cuatro cuando el joven terminó de formular su
pregunta, pero el sonido de un nuevo timbrazo hizo que Amanda soltara un grito
ahogado. El reloj marcaba más de las once y ya no podía tratarse del servicio
de habitaciones. Cuando Alyn hizo el ademán de levantarse para ir a mirar, el
taxista la interrumpió, caminando él en su lugar hacia la puerta.
-
¿Quién es? – preguntó sin abrir tras mirar por la mirilla.
-
Un viejo amigo – dijo una voz al otro lado.
Al
otro lado de la puerta había una figura de metro ochenta, cubierta de arriba
abajo por una túnica negra con capucha. Su tono era masculino, cascado por el
cigarro y por el alcohol. La señora Gingercloth lo reconoció al instante.
-
Abre – le indicó a Giandro.
No
muy convencido, el hombre abrió la puerta y miró directamente a los ojos azules
del recién llegado. Este le devolvió una mirada tan fría como el hielo y entró
en la habitación, quitándose la capucha y dejando al descubierto un cabello
castaño corto donde asomaba alguna cana y una barba de tres días. Sus rasgos
eran duros y solitarias arrugas marcaban su rostro. Alyn lo miró incrédula,
como si estuviese mirando directamente a un fantasma.
-
Eres… eres tú de verdad… - logró decir tartamudeando.
El
hombre asintió.
-
Pensé que habíais muerto – dijo ella.
-
Muchos lo pensaron, y no puedo culpar a nadie por ello – respondió él.
-
¿Quién es este hombre? – preguntó Amanda, curiosa. Le temblaban las manos.
-
Puedes llamarme Maelstrom.
-
¿Maelstrom? ¿Ahora te haces llamar así? – preguntó Gyngercloth.
Él
asintió nuevamente. Parecía estar tranquilo, pero algo le decía a la mujer que
creía conocerlo que no lo estaba.
-
¿Qué te han hecho? ¿Por qué has sido tú al que han enviado?
-
¿Enviado quiénes? – preguntó Salcedo, incómodo, mientras se acercaba a un
cuchillo.
-
Este hombre renunció a todo para abrazar la fe, ¿verdad? Y poco después, las
noticias dijeron que habías muerto en un accidente – dijo Gingercloth.
Salcedo
cogió rápidamente el arma y se la puso al recién llegado en la espalda.
-
¡Así que vienes a matarnos de parte de esos hijos de puta, como hicisteis con
los dos viejos, joder! – gritó.
-
Tranquilo, muchacho. No vengo a haceros daño. Hace mucho que me alejé de tales
doctrinas. Es cierto lo que dice la señora Longshallow, yo me uní a la que se
autoproclamaba fe verdadera durante sus orígenes, pero lo que descubrí allí me
hizo horrorizarme. El accidente no fue más que la mentira difundida por esos
cabrones para intentar encubrir mi muerte, pero contra todo pronóstico,
sobreviví; y una buena mujer que me encontró me hizo convertirme en el hombre
que soy ahora.
-
Ya no soy la señora Longshallow. Mi marido desapareció cuando comenzó la Bruma
y no sé siquiera si sigue vivo. Hace años que no sé nada de él – dijo ella con
pena.
-
Soy consciente de su desaparición, pero mientras él viva, te llamaré con su
apellido. Puedo asegurarte de que aún no ha cruzado la frontera al reino de los
muertos, y ahora mismo Garret es la única persona que puede ayudarnos.
Los ojos de Alyn se llenaron de lágrimas, incapaz de creerse lo que acababa de oír.
- No tenemos mucho tiempo – insistió Maelstrom.
Comentarios
Publicar un comentario
Prueba