Magdalena - Capítulo XIX - Marineros de agua dulce
Tras los fantásticos bocetos que os enseñé previamente esta semana, hoy os invito a disfrutar de un nuevo capítulo de Magdalena.
La introducción, en esta ocasión, será breve. La historia poco a poco se avecina a su fin y los peones están tomando posiciones sobre el tablero, a fin de cuentas, ¿quién no es un peón cuando se trata de un juego de adultos? Ya entenderéis a lo que me refiero.
Ante todo, el índice actualizado:
LISTADO DE CAPITULOS
Prólogo y Capítulo I - Reencuentro
Capítulo IV - La prisión del tiempo
Capítulo VII - Al llegar el alba
Capítulos IX y X - Un café con Ángela & Joshua Güendell
Capítulo XII - Magna Quidem Illustrans
Capítulo XIII - Visita a medianoche
Capítulo XIV - El hombre de sus sueños
Capítulo XV - Alcohol y cocaína
Capítulo XVI - El Movimiento Panonírico
Capítulo XVII - Sangre y vómito
Capítulo XVIII - Caballo de Troya
Capítulo XIX – Marineros de agua dulce
La
tenue luz de aquel hostal de carretera los avisaba de que se acercaban a su
destino. “Hostal Caribe”, ponía en el letrero que daba a la cafetería. Apenas
habían podido parar en un par de gasolineras a repostar, turnándose entre
Magdalena y Taylor el papel de piloto debido al cansancio. La noche anterior la
habían pasado durmiendo en aquel vehículo destrozado, el mismo que miraban con
mala cara los trabajadores de las estaciones.
- No
vendréis de Manrilem, ¿no? – les preguntó uno de ellos algo más osado.
Su
cuerpo estaba lleno de aceite y sudor, y su pelo, en el mejor de los casos,
escaseaba.
- ¿A
ti que te importa? – respondió Ángela desde el asiento de atrás, mientras se
debatía entre la vida y la muerte.
El
hombre se encogió de hombros y se marchó. Poco después, la radio del coche, que
a pesar de todo aún funcionaba, comenzó a retransmitir. Colas de refugiados de
Manrilem buscaban asilo en otras ciudades del mismo estado tras lo acaecido en
la ciudad. El ejército achacaba la insurrección a peligrosos grupos terroristas
armados, así que enviaron destacamentos enteros a restablecer el orden.
Podría
haberse quedado ahí. Podría haber pasado lo peor. Podría haber sido un caso
aislado, una venganza contra la población civil organizada por el Culto tras la
destrucción de su iglesia, pero cuando al día siguiente las malas noticias
aumentaron, los tres pasajeros se dieron cuenta de que sus acciones únicamente
habían servido como detonante, o ni eso. Los asaltos desde dentro, las masacres
de civiles, la guerrilla urbana y el ataque de extrañas criaturas se
reprodujeron en numerosas ciudades, sumiéndolas en la Bruma. Las grabaciones se
confundían con el miedo.
-
¡Mirad esto! – gritó Ángela.
Desde
su teléfono móvil, la chica reprodujo un vídeo en que se podía ver a varias
Criaturas de la Bruma asaltar un pequeño comercio en una localidad de montaña,
arrebatando la vida a sus dueños. La red estaba plagada de peticiones de ayuda,
de gente escondida para sobrevivir y de pequeños grupos armados que intentaban
abatir a aquellos seres y a los acólitos que luchaban de su lado.
- No
tenemos ni idea de en cuantos lugares está pasando esto – dijo Taylor,
visiblemente preocupado.
- Sólo
espero que los demás estén bien. Lo mejor será que entremos, ya habrá tiempo
para hablar – respondió Magdalena.
Aparcaron
como pudieron en una de las plazas reservadas para los huéspedes. Había otros
tres o cuatro vehículos allí estacionados, pero el resto estaba vacío. En la
recepción, una mujer mayor los recibió de forma amable, intentando disimular el
terror que vivía por dentro.
-
Buenas noches, señora. Queremos una habitación para tres, por favor – dijo el
chico.
-
Buenas noches. ¿Con cama de matrimonio o una supletoria?
Taylor
miró a sus dos acompañantes. No estaba el “horno para bollos”, ni para repetir
lo que había hecho con Ángela un par de días antes. Era una lástima, tanto ella
como Magdalena le parecían dos chicas increíblemente atractivas y aquella era
una oportunidad de oro, pero seguramente ni ellas ni él tenían la cabeza
despejada para aquellos menesteres.
- Si
pueden ser camas individuales mejor, por favor – respondió educadamente. Se
acababa de quitar un incómodo peso de encima.
La
señora acompañó a los tres jóvenes a su habitación en la segunda planta. Olía a
rancio, como si llevara mucho tiempo cerrada, pero ellos tampoco es que olieran
mucho mejor. Nada más entrar, vieron que había un pequeño armario empotrado, un
teléfono, y una televisión que tendría poco más que treinta pulgadas.
- Veo
que no tenéis más equipaje. Si queréis que os lave la ropa, puedo subiros
varios albornoces y pijamas. Mañana la tendréis seca – dijo su anfitriona.
Ellos
asintieron y procedieron.
- Creo
que deberíamos turnarnos para ducharnos. Yo iré primero – afirmó Magdalena.
Cuando
ella se encerró en el pequeño baño y abrió el grifo de la bañera, dispuesta a
librarse de la roña que la cubría, Ángela y Taylor se quedaron sentados sobre
sus correspondientes camas. El silencio, al igual que sus ojeras, era un
incómodo compañero.
- Creo
que será mejor mantener una cierta discreción sobre lo que ha pasado entre
nosotros – dijo Taylor, rompiendo el mutismo.
- Ella
te gusta, ¿verdad? He visto como la mirabas y la compenetración que hay entre
vosotros – respondió la chica con voz triste.
- Yo
no he dicho eso, pero la conozco desde hace muchos años ya. Somos amigos desde
nuestra más tierna infancia, igual que con Benjamín, vamos. La tengo muchísimo
cariño.
-
¿Entonces qué más te da que sepa que pasó algo entre nosotros? Si es solo una
amiga… pero vamos, no creo que sea solo una amiga para ti. Vi cómo te
enfrentabas a ella cuando era una bestia, ¡y sé que era ella! – exclamó
iracunda.
Taylor
hizo un gesto con las manos para que hablara tan alto.
-
¿Todo va bien? – preguntó Magdalena desde la ducha.
- Sí,
sí. No te preocupes – la dijo Taylor, preocupado. – Ángela, eso no es cierto.
- Ah, ¿no?
La otra noche estaba drogada, pero no soy una estúpida. Sé lo que la pasó
cuando la Bruma se filtró en el coche. Sé que es uno de ellos y el único motivo
por el que alguien haría lo que has hecho tú es por amor.
- Está
bien, está bien. Te lo explicaré. El Gobierno Central de Cadmillon secuestró a
Magdalena y la internó en el CID. Yo no tenía ni idea de por qué, pero Clark,
su antiguo novio, y yo, fuimos a rescatarla. Allí vimos que estaban
experimentando con ella, con su sangre más bien. Un científico loco se la
inyectó y se transformó en una de esas cosas, como el anciano de la Iglesia del
Santo Prejuicio. Logramos abatirlo y escapar, pero Clark falleció – Taylor tuvo
que detenerse unos segundos por la emoción. – Cuando conseguimos huir por las
alcantarillas, la Bruma inundó la ciudad y Magdalena se transformó en una de
esas cosas.
-
Entonces tenía razón. ¿Y si nos asesina mientras dormimos?
- No
lo va a hacer. Ella no lo controla, Ángela, y está muy afectada por ello. ¿Ves
que se parezca a las Criaturas de la Bruma?
- No.
- ¿Y a
los acólitos y seguidores del Culto?
-
Tampoco.
- Creo
que ella es una víctima más de esos psicópatas. Igual la hicieron lo que al
anciano aquel, pero debería acordarse. Lo único que busca son respuestas y
acabar con todo esto, igual que nosotros. Está en nuestro bando – afirmó él, ya
más calmado.
-
Entonces, si no estás enamorado de ella, ¿por qué la salvaste?
-
¿Acaso tienen que existir explicaciones para hacer el bien? Hacemos cosas
injustas continuamente y no nos justificamos, simplemente miramos hacia otro
lado. Por eso deserté. Ya es hora de comenzar a hacer lo correcto.
-
Supongo que tengas razón, pero no sé, me parecía que había algo más entre
vosotros. Que tampoco es que me importe, lo que pasó, pasó, y ya está. Estuvo
muy bien, pero yo no soy de esas que se acuesta con cualquiera – dijo Ángela
algo indignada.
Taylor
la hizo nuevamente un ademán con la mano para que controlara el tono de voz.
Ella miró al techo y suspiró.
- Pase
lo que pase, estamos juntos en esto. Cuando todo termine tendremos tiempo para
hablar bien las cosas – afirmó él.
El
agua dejó de fluir y Magdalena abandonó el baño, con la piel aún húmeda.
-
Siguiente – se limitó a decir.
Ángela
y Taylor se miraron, y finalmente fue el chico el que entró a ducharse.
- Así
que Taylor y tú os conocéis desde hace mucho, ¿no? – dijo Ángela con tono
conciliador.
- Sí,
desde que comenzó la Bruma. Éramos niños pequeños y estábamos asustados, y en
una de las evacuaciones, coincidimos él, Benjamín y yo. Luego con los años cada
uno ha tomado su camino…
- Es
triste, ¿no crees? Pasas media vida siendo inseparable de alguien para que a la
primera de cambio te sustituyan.
Magdalena
no tenía muy claro si las palabras de la chica volaban hacia ella como
cuchillos afilados, o, por el contrario, servían a una reflexión en voz alta.
Ante la duda, optó por la segunda opción.
- Es
realmente triste, pero no crea sustitución, ¿sabes? Simplemente uno se va
conociendo más a uno mismo y en consecuencia decide cómo quiere enfocar su
vida. Taylor se hizo militar, yo creo que en el fondo para huir de sus propios
fantasmas; y Benjamín comenzó a pensar por sí mismo y a buscar refugio en
aquellos, como tú, que compartís su ideología. No tiene nada de malo.
- Y
tú, ¿qué hiciste? ¿Llegaste a conocerte a ti misma? – preguntó Ángela en tono
inquisitorial.
- No
lo sé – respondió Magdalena con cierta pena. – Creo que llevo años huyendo de
la verdad y eso me ha impedido conocerme a mí misma como debería. Yo decidí
tener una vida normal, estudiar, tener pareja…
- Pensabas
que por tener una vida lo más normal posible automáticamente todo volvería a la
normalidad, ¿no?
-
Supongo que sí, Ángela, pero las cosas nunca han sido normales.
La
otra chica se levantó y apoyo su mano sobre el hombro derecho de Magdalena, que
a punto estuvo de romper a llorar.
- No
te preocupes, lo sé todo. Juntos llegaremos al final de este misterio,
entenderemos qué es realmente lo que te ocurre, y daremos su merecido a esos
bastardos del Culto, que son los únicos culpables – dijo con serenidad.
Ambas
mujeres habían dejado finalmente a un lado sus rencillas personales para lograr
empatizar. Sabían que lo que las deparaba el destino no era fácil y que la
unión era el ingrediente secreto para lograr la fuerza. Esta vez fue Taylor el
que abandonó el baño, encontrándose a las dos chicas hablando. Temía que Ángela
se hubiera ido de la lengua.
-
Bueno, ¡me toca a mí! – exclamó Ángela mientras se dirigía a tomar su turno.
El
chico se sentó frente a Magdalena, nervioso por lo que ella le pudiera
increpar.
- He
visto que estabais hablando – dijo él.
- Sí. Ángela
sabe lo que me pasa – respondió ella.
- Yo
no se lo he contado, ella sola ha llegado a la conclusión a raíz de un vídeo…
- No
pasa nada, no te preocupes. Es mejor así, no puede haber secretos entre
nosotros.
Taylor
tragó saliva.
- Y
ahora, ¿qué? ¿Vamos a la Torre Lemon y nos cargamos a la tal Lera? – preguntó
él intentando desviar la conversación.
-
Supongo que sí, pero en vez de matarla, deberíamos interrogarla. No sabemos si
ella está del lado del Culto, o buscando financiar sus experimentos para
combatirlos. Igual puede convertirse en una gran aliada.
- No creo,
no me da confianza. La forma en que alcanzó el poder y el hecho de que supiera
que esta enfermedad se transmite por la sangre… es muy sospechoso.
-
¿Enfermedad? – preguntó Magdalena arqueando las cejas.
-
¿Cómo lo llamarías tú?
- No
sé. Tal vez condición. Enfermedad es una palabra muy fea.
- Pero
vinculada a la esperanza de encontrar una cura. Hay muchas cosas de esto que no
sabemos, por ejemplo, si tú eres especial, ¡que está claro que sí! – corrigió
rápidamente. – Quiero decir, si es justo tu sangre la que muta a las personas,
o la de cualquier persona que ha mutado tiene la capacidad de hacer mutar a
otros, por qué tu aspecto es tan diferente del de las Criaturas de la Bruma, quién
es el sumo sacerdote del Culto…
-
Pocas personas podrán darnos respuestas por las buenas, y menos ahora que
parece que el mundo está en llamas, por eso debemos de interrogar a la señora Pyotrolai.
- ¿Y
tienes idea de cómo podemos colarnos allí?
- No
puede ser muy difícil, ¿no? Ni que se tratara de alguna base secreta. Entramos
por la puerta principal, y luego improvisamos – dijo Magdalena encogiéndose de
hombros.
- ¿Sabes
lo que son los detectores de metales? No podremos entrar armados.
-
Bueno, cuando estemos allí veremos qué hacer. Taylor… no sé cómo saldrá todo
esto, pero hay una cosa que quiero que sepas – dijo ella, nerviosa, dubitativa.
Los
latidos del corazón del chico se aceleraron ante la incertidumbre del qué
podría ella querer compartir con él que fuera tan importante. Incapaz de decir
nada, asintió.
- La
persona que cuidaba de mí en Cadmillon era mi tío. Mi padre perteneció al
Culto, pero desertó y conoció a mi madre. En esa huida, él se llevó consigo dos
libros a los que tu padre tuvo acceso y que el Gobierno Central me robó, dos
libros que hablan de la doctrina de esos fanáticos y seguramente sean la clave
de todo. Creo que podrían estar en la Torre Lemon.
-
¿Cómo? – dijo él, flipando.
- Creo
que tu padre podría estar vivo.
-
Pero… eso es imposible… tantos años sin comunicarse con nosotros… yo siempre he
querido creerlo, pero no sé…
- No
estoy segura, Taylor, pero si no encontramos los libros, él podría ser la clave
para resolver este entuerto. Sea lo que sea que encontremos en ese lugar, es
donde debemos de ir – dijo ella con voz firme.
- Pero,
vamos a ver. Si tu padre pertenecía al Culto, eso explica lo que te pasa a ti. Al
menos, en parte.
- Al
menos en parte, sí. Estoy muy asustada, Taylor, pero ahora es momento de ser
valiente.
Él
apretó con fuerza su mano.
- Eso
es, ahora es momento de luchar y de hacer algo por lo que nuestros hijos puedan
estar orgullosos – respondió.
-
¿Hijos? ¡Nunca me habías dicho que pensabas en ser padre! – bromeó ella.
Un
gran temblor sacudió la tierra con fuerza, haciendo temblar todo lo que había
en la habitación. Ángela salió rápidamente de la ducha.
-
¿Estáis todos bien? – preguntó ella nada más abrir la puerta.
Sus
dos compañeros asintieron. Un relámpago de luz verde, del mismo color que la
bruma, salió disparado contra la bóveda celeste desde la distancia. El haz de
luz partía de una estructura colosal y se perdía en el espacio.
- No
puede ser… - murmuró Ángela.
- Esa
es... la Torre Lemon… - tartamudeó Magdalena.
De
pronto, su televisión, que estaba apagada, se encendió, dejando a la vista
únicamente un palco y una solitaria figura muy conocida por ellos que se
disponía a hablar. Respondía al título de Magna Quidem Illustrans.
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