Magdalena - Capítulo XVII - Sangre y vómito
Bienvenidos de nuevo a Magdalena. Ante todo, reconocer la gran acogida y a los fervientes seguidores en estos casi nueve meses de publicación. Como en toda historia, comenzamos a acercarnos al desenlace de forma peligrosa, así que disfruten de la emoción de este capítulo antes de que las verdades sean reveladas.
LISTADO DE CAPITULOS
Prólogo y Capítulo I - Reencuentro
Capítulo IV - La prisión del tiempo
Capítulo VII - Al llegar el alba
Capítulos IX y X - Un café con Ángela & Joshua Güendell
Capítulo XII - Magna Quidem Illustrans
Capítulo XIII - Visita a medianoche
Capítulo XIV - El hombre de sus sueños
Capítulo XV - Alcohol y cocaína
Capítulo XVI - El Movimiento Panonírico
Capítulo
XVII – Sangre y vómito
La
explosión hizo caer al suelo del local a todos los presentes. Cada uno se
sujetó de la mejor manera que pudo, pero uno de los gorilas se golpeó la cabeza
contra el suelo, derramando sus sesos sobre el pavés y horrorizando aún más a
los presentes.
-
Taylor, ¿qué coño ocurre? Creo… que nos hemos pasado con la bebida…
Tanto
Ángela como el chico estaban desorientados, confundidos por los excesos y por
el temblor. Nada más detenerse, una nueva explosión provocó que tuvieran que agarrarse
fuertemente a lo que pudieran. Las botellas volaron y estallaron en pedazos,
derramando su contenido en licor por doquier.
-
¡Joder! ¿Se puede saber qué pasa? – gritó el hombre del traje.
Un
disparo de escopeta destrozó el torso del segundo matón, acabando con su vida.
En el arma había un segundo cartucho, y tras ella, Magdalena apuntaba al
narcotraficante.
- Vas
a sacarnos de aquí, pedazo de hijo de perra – le dijo.
Taylor
estaba alucinando. Aquello no podía ser cierto, su amiga no pintaba nada allí,
y mucho menos, hablando de aquella manera nada más matar a un hombre.
- ¿Se
puede saber quién eres tú? ¿Por qué te has cargado a uno de mis hombres? –
preguntó él, lleno de ira.
Estaba
regordete, notándose así su mala vida y la falta de ejercicio físico. Lucía un
rostro recién afeitado y largas entradas, aunque su pelo terminaba en una
coleta de color rubio teñido. Como ya habían visto antes, no era muy alto,
tendría la altura de Ángela. Él hizo el ademán de levantarse para encararse a
Magdalena, pero ella no dudó en encañonarlo con su arma.
- Da
un paso más y disparo, así que piénsate si quieres acabar como tu amigo – dijo
ella con tono firme.
El
varón tragó saliva y retrocedió. Sus axilas denotaban su nerviosismo cuando
rompieron a sudar, y por su frente corrían gotas frías.
-
¡Está bien, está bien! ¿Quién eres y qué coño quieres de mí?
-
Quiero que nos saques a mí y a estos dos amigos de esta puta ciudad ahora
mismo.
- Pero
niña, ¿qué dices?
-
Fuera se están poniendo las cosas feas, ¡así que espabila!
-
Magdalena… ¿eres tú? – preguntó Ángela muy desorientada.
- No
sé qué os ha pasado, pero estáis hechos un asco – respondió la otra chica. – Da
igual, tenemos que irnos. ¡Ya!
Tras
volver a amenazar al hombre con su arma, este se apresuró a levantarse y se
apoyó en la barra del bar. Taylor y Ángela hicieron lo mismo.
-
Tengo un cochazo aparcado fuera, verás, tenemos que salir por aquí… - dijo él
dirigiéndose a la salida trasera.
Magdalena
lo siguió de cerca, apuntándolo, y los dos borrachos hicieron lo que pudieron
para mantener el rumbo mientras diversos “¡Hip!” se escapaban de sus bocas.
El
hombre se detuvo frente a un deportivo rojo cuyos cristales estaban tintados.
Sacó unas llaves de su bolsillo y con un toquecito, se abrieron las puertas
hacia arriba.
- Tú
primero – le dijo la mujer que estaba armada.
El
hombre se encogió de hombros y se dispuso a montar, pero un nuevo temblor hizo
que los dos borrachos cayeran al suelo y Magdalena perdiera el equilibrio. Él
aprovechó la situación para intentar robarle la escopeta, y tras forcejear y
caer al suelo, la propinó un codazo en la cara y se la arrebató.
-
Ahora vas a ver, zorra. ¿Quién te crees que eres para matar a Dimitri? – gritó
él mientras la apuntaba a ella.
Taylor
hizo el ademán de ir a por él, pero perdió el equilibrio y el hombre lo amenazó
con el arma.
- No,
no, no. ¡Nadie vacila a Nikita por los bajos fondos! – dijo él.
No muy
lejos, varias fogatas de humo verde comenzaron a ascender hacia el cielo.
- Debo
de estar muy mal, porque eso no puede ser lo que creo que es.
Las
palabras de Ángela sonaron en tono sorprendido, mientras los cuatro comenzaron
a ser conscientes de lo que estaba sucediendo.
-
¡Nikita! ¡Si no salimos de aquí ahora mismo, lo vamos a pagar muy caro! – gritó
Magdalena, casi en tono de súplica.
- ¡Qué
rápido te has aprendido mi nombre! ¿Por qué no te quitas ese pañuelo y te bajas
las braguitas? Nunca me he tirado a una calva, ¡va a ser toda una odisea no
poder sujetarte del pelo!
- Ni
se te ocurra ponerla un solo dedo encima o será lo último que hagas – dijo
Taylor con tono amenazante.
- Y si
no, ¿qué? ¿Vas a impedirlo tú? Si casi ni te sostienes en pie. Los Visionarios
me van a pagar mucho por tu cabeza y por la de tu compañera, pero antes déjame
entretenerme un poco con ellas dos. ¡Si te portas bien, igual hasta dejo que te
unas!
Ángela
vomitó, seguramente tanto por culpa del mafioso como de la combinación de
sustancias ilegales que corrían por sus venas.
-
Destruimos su puta iglesia. Los vimos hundirse en las profundidades. ¡Déjalo ya
y pirémonos de aquí! – le reprendió el chico.
- Eso
es lo que os habéis creído. Esos putos demonios son imposibles de erradicar. Su
líder controla esta ciudad, y nada más comenzar a derrumbarse la Iglesia del
Santo Prejuicio, dio la orden de buscaros. ¡No puedo sacármelo de la cabeza!
¡No para de susurrarme órdenes!
Nikita
comenzó a mirar en todas las direcciones, sintiéndose profundamente observado,
pero allí no había nadie más. En las calles comenzó a escucharse el jolgorio de
la población aterrorizada y el número de columnas de humo verde no dejaba de
multiplicarse.
- Si
no nos vamos ya, ninguno lo logrará, Nikita. Tienes que creerme – le dijo
Magdalena con un tono súper dulce mientras se acercaba a él.
El
hombre bajó la guardia y dejó que la chica lo rodeara con sus brazos. Cuando
ella lo sostuvo, aprovechó su debilidad para quitarle la escopeta. Dejándose
caer de rodillas, comenzó a llorar mientras se apretaba muy fuerte las sienes.
-
¡Sacádmelo de la cabeza!
Magdalena
fue incapaz de disparar al verlo en un estado tan lamentable, pero Taylor le
propinó una patada en la boca, haciendo rebotar su cabeza contra el deportivo y
dejándolo inerte en el suelo.
- ¿Qué
has hecho? – preguntó la única serena de los tres.
-
Solucionar el problema, ¿no lo ves? – respondió él mientras cogía las llaves
del coche.
- Trae
aquí – dijo ella mientras se las quitaba.
Ángela
se sentó atrás y Taylor en el asiento del copiloto. Ambos estaban muy pálidos.
Magdalena suspiró y cerró el vehículo.
-
¿Pero tú sabes conducir? Con esas pintas de estirada que tienes… - dijo la otra
chica.
- ¿No
has visto cómo me he cargado a ese gorila? A veces las apariencias engañan,
bonita – respondió la del pañuelo.
- Dejad
de lanzaros cuchillos, que cómo no salgamos de aquí rápido, tú y yo sabemos lo
que va a ocurrir – le dijo Taylor intentando mirarla, pero la trayectoria de
sus pupilas se perdía en el infinito.
Magdalena
arrancó y comenzó a quemar rueda. Tras frenar de golpe al equivocarse con la
marcha atrás, Ángela se golpeó ya que no llevaba bien puesto el cinturón.
-
Poneos cómodos que viene un viaje movidito – dijo la piloto.
La
adrenalina corría por sus venas, pero era consciente de lo que la había dicho
Taylor. Tenía que encontrar cualquier salida de la ciudad, ya habría tiempo
para poder orientarse. Tras abandonar el callejón, vio a mucha gente por la
calle, familias enteras corriendo con sus hijos en busca de refugio. Destellos
de sangre y dolor encendieron los rincones más oscuros de su consciencia, pero
tan pronto como llegaron, volvieron a irse. Con cuidado, esquivó a los paisanos
mientras intentaba avanzar por las calles. Con un poco de suerte, encontraría
rápidamente el mar y desde allí alguna salida.
- A
este ritmo no podremos irnos nunca – dijo él.
- ¿Y
qué quieres que haga? Si no te hubieras puesto como un piojo podrías llevarlo
tú – le recriminó.
Encendiendo
la radio, la respuesta de Taylor sonó al ritmo de la música.
-
Mejor como una pulga – dijo con tono sarcástico en honor al grupo que sonaba en
el dial.
Magdalena
rápidamente apagó la radio. Aquel era uno de los grupos favoritos de Clark, y
varias lágrimas comenzaron a surcar sus mejillas.
Una
tapa de alcantarilla reventó a pocos pasos de ellos y la espesa niebla comenzó
a inundar la calle. Ella se puso nerviosa y aceleró, pero en el camino
atropelló a un señor mayor. Tras frenar en seco y mientras Ángela vomitaba,
miró por el retrovisor. El anciano no se movía.
- No
puede ser… lo he matado, Taylor… - dijo casi tartamuda.
- Ya
has matado a mucha gente, así que no te lamentes y sigue acelerando. Si no, ya
sabes que mucha más morirá por tu culpa – respondió el sin pelos en la lengua.
“Espero
que sea por el alcohol. Este no es el chico que recordaba”, pensó.
-
Esperad un segundo. Voy a bajar a ver si está bien.
En
cuanto se soltó el cinturón, Taylor la agarró fuerte del brazo. Ella lo soltó
con fuerza y lo miró desafiante, dispuesta a salir de todos modos, pero los
gritos provenientes de las aceras la hicieron cambiar de opinión.
-
¡Vamos, vamos, vamos! – gritó mientras pisaba fuertemente el acelerador.
De las
alcantarillas comenzaron a surgir las mismas abominaciones que la habían
atacado en el metro de Cadmillon. El suelo se impregnó de sangre, y los dientes
de las bestias comenzaron a atravesar la carne de los civiles
indiscriminadamente. A lo lejos sonaron disparos y aumentaron las explosiones.
Magdalena comenzó a alejarse y en el camino atropelló a varias personas, pero
esta vez no se detuvo.
-
¡Creo que voy a vomitar! – gritó Ángela instantes antes de volver a hacerlo.
- Qué
ascazo – dijo la piloto mientras ponía una mueca acorde a la circunstancia.
Tras
un giro brusco y un derrape, el olor a rueda quemada comenzó a inundar la
cabina. Taylor se agarró fuerte pero la cabeza le daba vueltas, aunque poco a
poco comenzaba a despejarse. Magdalena también estaba sudando, y frente a ella
se colocó una de las criaturas con sus cuatro brazos bien abiertos en mitad de
la carretera. El impacto sonó estridente y destrozó el capó del coche, pero la
bestia falleció bajo las ruedas igual que una cucaracha atropellada, llenando
todo con el verdoso icor que corría por sus venas.
- Son
como jodidos bichos – dijo la otra chica.
“En su
ignorancia, tiene toda la razón”, pensó la piloto.
Un adorador
saltó sobre el vehículo en plena marcha, aferrándose como pudo, pero Magdalena
giró rápidamente el volante a ambos lados para perderlo. Antes de caer, golpeó
con un cuchillo el cristal trasero de la izquierda, rompiéndolo y permitiendo
que se filtrara la Bruma. Magdalena comenzó a respirar con fuerza y las venas
de sus brazos comenzaron a hincharse por la presión.
-
¡Contrólalo, contrólalo! – le gritó Taylor.
- ¡Eso
intento! – respondió ella hiperventilando.
Apenas
había podido contaminarse el interior del vehículo ya que contra más se
alejaban del centro de la ciudad, menor era la densidad de la Bruma, pero las
partículas tóxicas flotaban el aire. Apretó con fuerza el volante mientras las
venas de sus brazos seguían marcándose cada vez más firmemente.
- ¡No
sé cuánto tiempo voy a poder controlarlo! – exclamó.
Ángela
se dejó caer de lado, rendida, inconsciente. La cocaína, el alcohol, y los
continuos meneos mientras intentaba salvar su vida fueron más de lo que pudo
aguantar. El olor de su propio vómito no impidió que abrazara el plano onírico.
Una de
las Criaturas de la Bruma se encaramó al techo del vehículo. Sus afiladas garras
atravesaron el vil metal y poco a poco comenzó a convertirlo en un
descapotable. Magdalena intentó librarse de ella, pero no pudo. Taylor cogió la
escopeta de su compañera y apuntó al monstruo. Únicamente tenía un cartucho y
le fallaba la vista. El boquete del techo permitía al ser llegar hasta la
indefensa Ángela, y de su abotargada cabeza surgía una larga y babeante lengua
que ya pensaba en el festín que se iba a dar con el cuerpo de la joven. Sonó un
único disparo y el cadáver inerte del ser cayó el interior del coche, ya sin
cabeza que pudiera transmitir órdenes al resto del cuerpo.
-
¡Sácalo cómo puedas! ¡Ahora no puedo ver por el espejo! – le gritó la piloto.
Taylor
se desabrochó el cinturón y saltó al asiento de atrás. La criatura estorbaba
mucho y Magdalena comenzó a adelantar a otros vehículos que estaban abandonando
la ciudad. A su izquierda se imponía el mar, bravo bajo el cielo estrellado, y
a su derecha la Bruma y los lamentos de los desamparados. Taylor abrió la
puerta del cristal rotó e intentó arrojar por ella a la bestia, pero la puerta
reventó contra un coche que estaba aparcado.
- ¿No
puedes tener más cuidado? – preguntó Magdalena nerviosa.
-
¡Hago lo que puedo! Este cabrón pesa muchísimo – respondió Taylor mientras se
esforzaba por arrojarlo fuera del vehículo.
Tras
lograrlo, se preparó para volver a su puesto de copiloto tras atar bien a
Ángela, ya que ahora que faltaba una puerta no quería perderla. Sin querer, él
también se había pringado de vómito.
- ¡No
me jodas ahora! – gritó, profundamente sorprendido.
Los
faros del coche, destrozados por los múltiples atropellos, iluminaron a una
figura humanoide que se alzaba frente a ellos en la carretera. Era muy alta y
portaba una túnica morada profundamente decorada, apoyándose en un bastón
dorado. El chico lo conocía muy bien, no era la primera vez que lo veía. Cuando
se acercó el coche, no hizo ningún ademán de apartarse.
-
¡Acelera fuerte, llévate por delante a ese hijo de perra! – gritó Taylor a la
piloto.
“Vuelve
a casa, cordero descarriado. Tus hermanos y hermanas añoran tu regreso”.
La
voz, muy masculina y grave, retumbó en la cabeza de Magdalena, que pestañeó
varias veces para darse cuenta de que no estaba loca. No tuvo tiempo de frenar,
ni tampoco era su intención hacerlo, pero cuando debía de impactar contra aquel
hombre, simplemente lo atravesó como si no estuviera allí. Taylor se giró
rápidamente pero no vio ningún rastro de él, cosa que tampoco pudo ver
Magdalena a través del espejo.
-
¿Quién era ese hombre? – preguntó la chica.
- No…
no lo sé exactamente… estaba dirigiendo al Culto en la iglesia, pero es
imposible que sobreviviera al derrumbe.
Magdalena
tragó saliva. Finalmente habían abandonado la ciudad, y lo único que la quedaba
por dejar atrás era el polígono industrial que los rodeaba. El depósito estaba
casi lleno, pero el coche había sufrido muchos daños.
- Lo
has visto, Taylor… estaba delante nuestro, y de repente… dime que lo has visto,
que no estoy loca.
- Lo
he visto, Magdalena, pero ahora no tenemos tiempo de pensar en ello. Lo primero
que tenemos que hacer es alejarnos de esta ciudad y ponernos a salvo. ¿Por qué
no estabas con el resto?
-
Tenía asuntos más importantes que atender – respondió ella algo seca. – Espero
que estén todos bien. ¿Dónde está Fabio?
- No lo
consiguió. Las cosas en la Iglesia del Santo Prejuicio se pusieron feas por
culpa de ese hombre que acabamos de ver. Creo que él es el culpable de lo que
te pasa, o al menos, debe de estar relacionado. Allí había una multitud de adoradores
extraños y deformes realizando sus rituales bajo tierra, Salcedo perdió los
papeles y tuvimos que huir como pudimos. Las Criaturas de la Bruma comenzaron a
aparecer por todas partes, a él lo hirieron, y bueno, las granadas hicieron el
resto…
- Lo
siento mucho por él. Parecía un buen chico – dijo ella a punto de llorar.
- Lo
era. Cuando veamos a su hermano, yo mismo se lo diré. Es lo mínimo que puedo
hacer. En el poco tiempo que había podido compartir con Fabio, lo había cogido
muchísimo cariño. Era leal, y eso es algo muy raro de ver hoy en día – dijo el
borracho.
- ¿Y
qué es lo que visteis exactamente ahí abajo? ¿Cómo eran sus rituales? Si había
criaturas de esas…
-
Ellos provocan la Bruma, Magdalena. Ese tío tenía una especie de líquido que
dio de beber a un hombre. Lo que ocurrió después… bueno, fue horrible. Se
retorció y comenzó a transformarse, pero su cuerpo no lo soportó y murió. Luego
arrojó gotas al fuego y comenzó a flotar la niebla verdosa. ¿Y si a ti te
hicieron lo mismo? ¿No recuerdas que a ti te dieran de beber algo raro de
pequeña?
- No…
no lo sé – respondió ella. No quería hablar de sus padres ni de lo que había
visto en sueños, al menos por el momento.
- No
te preocupes que lo averiguaremos. Si Manrilem ha acabado así, no creo que sea
la única ciudad donde decidan sublevarse. El ataque a Cadmillon fue parecido,
pero en menor escala. Esto ya no es sólo por ti o por mí, ni siquiera por los
caídos. Sea lo que sea que está pasando, no se va a detener si no hacemos algo,
pero el problema es el de siempre, ¿qué podemos hacer?
-
Tengo una idea. No creo que solucione el problema, pero al menos tal vez nos de
pistas sobre cómo solucionarlo. ¿Recuerdas que anoche hablé de Lera Pyotrolai?
– preguntó ella.
- La
dueña de Lemon, ¿no? Que su padre murió en extrañas circunstancias y todo eso.
Magdalena
afirmó.
- Creo
que es el momento de ir a la Torre Lemon.
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