Magdalena - Capítulo XV - Alcohol y cocaína
Menudo título más directo, y es que el capítulo de hoy no se parece en nada a lo que estamos acostumbrados a leer.
A esta nueva entrada, que marca la mitad de la novela, la acompañaré con dos noticias estrella: la primera es que ya he terminado la corrección de la versión final de Magdalena; y la segunda es que la antología siete pecados, en la cual he participado con un relato fantástico sobre la lujuria, por fin sale hoy a la venta (aunque, tiempo al tiempo y cuando reciba mis propios ejemplares, recibirá su propia entrada).
Lamentablemente me veo redactando esta prosa mientras padezco esta enfermedad que está tan de moda últimamente, la Covid-19, pero espero que ustedes, lectores, estéis mucho mejor y disfrutéis de este pequeño avance en la historia.
LISTADO DE CAPITULOS
Prólogo y Capítulo I - Reencuentro
Capítulo IV - La prisión del tiempo
Capítulo VII - Al llegar el alba
Capítulos IX y X - Un café con Ángela & Joshua Güendell
Capítulo XII - Magna Quidem Illustrans
Capítulo XIII - Visita a medianoche
Capítulo XIV - El hombre de sus sueños
Capítulo XV – Alcohol y cocaína
Habían
escapado por los pelos. Estaban sucios y llenos de arañazos, y no tenían otra
opción que esconderse donde pudiesen. Probablemente, las autoridades o los
miembros de los Visionarios estarían investigando lo ocurrido en la Iglesia del
Santo Prejuicio, y la residencia de estudiantes había dejado de considerarse
una opción cuando todas las habitaciones se iluminaron por culpa del estruendo.
- Al
menos no había perros – dijo Taylor intentando relajar a la chica.
El
corazón de Ángela amenazaba con escapar de su pecho. Ella se consideraba una
antisistema y una revolucionaria, pero nada de lo que había vivido hasta
entonces la había colocado en una situación de extremo peligro como aquello.
- ¿Qué
eran esas cosas? – preguntó al exsoldado cuando recuperó la voz.
La
pareja comenzó a avanzar por callejones, esquivando a los mendigos, subiendo
las escaleras desgastadas de los barrios pobres que se alejaban del mar en pos
de la seguridad de una pequeña colina.
- No
estoy seguro – respondió él.
- No
me mientas, Taylor. ¡Estamos de mierda hasta arriba! – gritó plantándose en
seco.
Ella
tenía razón. Había decidido comprometerse con su causa, una causa que,
realmente, estaban intentando averiguar cuál era. No tenía por qué ocultarla
nada.
- Esas
son las Criaturas de la Bruma, cómo las llamamos en el ejército – respondió.
-
Menudo nombre tan original. ¿Eso explica por qué esa puta gente tenía esas
lenguas tan asquerosas y esos ojos monstruosos? – preguntó ella con un tono
alto, histérica.
- No,
no lo explica, pero está bastante claro. Cuando aparece la Bruma, aparecen esos
seres acompañando a cosas como lo que intentaron hacer con el anciano. Parece
que era el Culto, o cómo se quieran hacer llamar aquí, quién está detrás de
todo esto.
-
Entonces tenemos que dar la voz de alarma. Llevamos una década con la Bruma y
esos malditos religiosos no hacen más que culparnos por ella. ¡Os odio! – gritó
hacia el infinito.
-
¡Cállate, que te van a oír! ¿A quién cojones quieres contárselo? ¿No ves que
aquí lo controlan todo y acabamos de cargarnos una puta iglesia? Tenemos que
encontrarnos con nuestros compañeros como sea – le dijo agarrándola por los
hombros.
Ángela
pensó en replicar, pero se guardó sus palabras y asintió con la cabeza. No
había sido lo más inteligente.
- ¿Qué
te parece entrar ahí? – preguntó Taylor.
El
chico estaba señalando a un local que estaba algo más adelante en la misma
calle. Había una gran puerta ignífuga blindada separando el ocio nocturno del
resto de los mortales que descansaban plácidamente a aquellas horas de la
noche, y frente a la misma, un hombre no demasiado alto, pero extremadamente
musculoso vestido de esmoquin.
- ¿Me
estás invitando a bailar? ¿Ahora? – preguntó ella horrorizada. No podía sacar
de su cabeza el recuerdo de Salcedo, a pesar de haberlo conocido poco. Aún
seguía en shock.
- Yo
no soy de bailar mucho, pero ahí dentro nadie nos buscará por haber volado la
iglesia. Podemos esperar hasta que amanezca o hasta que nos encuentren los del
Movimiento Panonírico.
Las luces de neón iluminaban todo el
garito. La música, si se le podía llamar así ya que nacía de las máquinas, chocaba
con las paredes emulando un ritmo metálico y constante, añorando ser acariciada
por instrumentos más tradicionales. Hombres y mujeres de dudoso aspecto meneaban
sus cuerpos al son de aquel sonido, sumidos en la oscuridad salvo por algunos
destellos de color intenso que los iluminaba.
En el centro de la planta de abajo había
un espacio cerrado, alejado del jolgorio generalizado, donde dos exuberantes
camareras repartían ilusión en pequeños tragos. Escaleras arriba, en el
reservado, un hombre menudo vestido de traje acariciaba el lomo de una chica
rubia semidesnuda. Cuando llegaron los dos desconocidos, la melodía no se
detuvo, pero él se fijó en ellos. Taylor, alerta, tocó el hombro de Ángela.
- Vamos a tomar algo - la dijo en voz
baja.
- ¿Ahora? - preguntó ella.
- Hazme caso, será lo mejor para pasar
desapercibidos - respondió con voz firme.
Había algo en aquel chico que la volvía
loca. No sabía si era su pasado militar, la determinación con la que afrontaba
cualquier situación por desesperada que fuera, o sus dos ojos siempre fijos que
amenazaban con robarle hasta el alma. Con fuerza, le cogió de la mano y sonrió.
"¿Hasta qué punto estará
disimulando?", se preguntó él. Tirando de ella con delicadeza y tras
abrirse paso como bien pudieron, llegaron a la barra.
- ¿Qué os pongo, chicos? - les preguntó
una camarera.
Era alta, más que Taylor, mucho más aún
si cabe por culpa de aquel par de tacones de aguja. Su pelo castaño casi
parecía tornarse de color cobre, y su piel blanca la desnudaba como mujer
venida del norte.
- ¿Qué nos ofreces? - preguntó sonriendo
el antiguo soldado.
- ¡Algo fuerte, seguro! La noche es
joven y os veo muy serenos a los dos - respondió ella, divertida.
Ángela no pudo evitar sentirse algo
celosa. Para ella no había pasado desapercibida la furtiva mirada que Taylor
había dirigido al escote de la camarera.
- Yo quiero un Blue Bull con Whisky, por
favor - dijo la muchacha con una sonrisa fingida, lanzando una indirecta a la
otra mujer para que se alejara de Taylor.
- Yo lo mismo, supongo - dijo él,
ligeramente sonrojado.
La camarera sonrió y comenzar a preparar
las bebidas.
- No quitabas ojo, ¿eh? - preguntó su
compañera.
- ¿Yo? ¿A qué te refieres? - dijo él,
poniéndose cada vez más rojo.
- Sabes perfectamente a lo que me
refiero, ¡pero no te confundas! Es imposible ligar con una camarera.
- Te noto muy nerviosa - dijo el chico
intentando defenderse.
- Cómo no voy a estarlo... - suspiró
ella.
- La mejor manera de sobrevivir a esta
noche será olvidándolo nosotros mismos. Ya habrá tiempo de llorar mañana, Fabio
era un buen hombre. Tuvo varias ocasiones para acabar conmigo y sin embargo,
renunció a todo por una causa justa.
El tono de Taylor era melancólico.
Ángela apoyó una de sus pequeñas manos sobre el hombro del chico y este casi se
echa a llorar, pero se contuvo.
"Qué tierno es", pensó ella.
No se esperaba verlo en tales circunstancias, pero por triste que fuera el
dolor ajeno, no hizo más que reblandecerle el corazón.
- ¡Aquí tenéis, chicos! ¡Ocho cuarenta!
La voz de la camarera interrumpió aquel
momento íntimo. Él se recompuso y pagó la cuenta, aumentando la propina hasta
llegar a los nueve. Tuvo suerte, pues por la cercanía a Cadmillon, aceptaban la
misma divisa.
- Esto no se tomará de un trago, ¿no? -
preguntó Taylor mientras se recomponía.
- Allá tú, pero piensa que igual tenemos
que salir por patas - le respondió Ángela riéndose.
No era del todo su tipo, pero tenía una
sonrisa bonita cuando dejaba a un lado todos sus problemas.
- Bueno, entonces brindemos por nosotros
y porque todo acabe bien - dijo él, y suavemente, chocó el vidrio. Ambos
bebieron poco a poco mientras intercambiaban conversaciones triviales, sobre el
ejército, la vida en la ciudad, las crisis y el trabajo.
- Y de amores, ¿qué tal andas? -
preguntó ella al posar la segunda copa.
- ¿Estás revelando tus cartas? –
respondió Taylor a modo de contraofensiva.
Ella se quedó de piedra, pero al momento,
él la dio una palmadita juguetona. El alcohol comenzaba a pasarles factura a
ambos. A la tercera copa ya estaban bailando como los demás, habiendo despejado
de su mente los sucesos traumáticos de aquella noche. Las horas pasaban con
dudoso recorrido, acelerando el minutero del reloj mientras ellos miraban para
otro lado.
- Voy un momento al baño - dijo ella.
Ángela se perdió entre la multitud.
Taylor pidió otra copa, y al ver que su compañera, comenzó a preocuparse
imbuido por un delirio etílico.
- Al fondo - le indicó otro chico.
Tenía el pelo corto por arriba y largo
por los lados, olía a sudor y a alcohol, y vestía perfectamente para la
ocasión. Él se abrió paso y llegó finalmente frente a los aseos, pero nadie
hacía cola. Dentro del de mujeres escuchó un ruido, y sin pensar en las
consecuencias, se asomó a ver.
- Pasa, pasa - dijo ella.
Ángela estaba apoyada contra el mármol,
en un estado de decadencia absoluta. Él, borracho, se acercó a ella dispuesto a
sacarla de allí.
- Debemos irnos - dijo.
- ¿Ahora? ¿Por qué no te quedas un poco
más? - preguntó ella mientras lo agarraba de sus partes más nobles.
El calor y la soledad aceleraron las
hormonas de Taylor, mientras la sangre que corría al galope por sus venas se
dirigió al extremo más alejado de su cuerpo. Sin poder pensar, la abrazó y
comenzó a besarla de forma apasionada. Ella lo rozó con más fuerza y él comenzó
a hacer lo propio, humedeciéndola.
- Mira lo que tengo - dijo ella
enseñando una pequeña bolsita que contenía polvillo blanco.
- ¿De dónde has sacado eso?
- ¿Importa? ¡No seas carroza!
La chica esparció el polvillo sobre el
lavabo y ambos lo esnifaron por la nariz. Era cocaína. Con los ojos rojos y
tras casi echar abajo la puerta de una de las cabinas del baño, se atrancaron
dentro. Con brusquedad, comenzaron a tocarse a través de la ropa, excitándose
por momentos. Taylor la bajó los pantalones y ella se apoyó contra la pared. No
le costó mucho encontrar el lugar correcto, y minuto a minuto comenzaron a
llenarse de sudor mientras él la agarraba fuerte del culo. Luego se sentó en la
taza y ella se puso encima de él, cabalgando al viento que se escapaba de su
boca con cada nuevo movimiento de caderas.
Ni poco ni tanto después, éxtasis, un
abrazo, y final feliz. Ambos volvieron a colocarse la ropa como pudieron,
intoxicados por tantas sustancias. Ángela lo miró pero no dijo nada.
- Espero que nadie quisiera mear - dijo
él.
- Que se fuera a una esquina, cómo los
perros – respondió ella riendo.
Taylor la agarró de la mano y ambos
llegaron frente al espejo del aseo. Con un poco de agua del grifo, se mojó la
cara.
- ¿Has estado con muchas chicas? -
preguntó ella.
- Bueno, con alguna que otra.
- ¿Puedes dejar de ser tan misterioso en
algún momento? - preguntó Ángela algo molesta.
Su estado alterado de conciencia
empezaba a pasarles factura a ambos.
- Debemos de ir a alguna parte, ¿no? No
puedo pensar con claridad...
- Podríamos quedarnos aquí para siempre haciendo
lo mismo que estábamos haciendo.
- Sabes que me encantaría, pero creo que
nuestros amigos nos necesitaban... ¿No te parece?
Con un gesto triste, ella asintió. Esta
vez fue Ángela la que lo arrastró fuera del aseo. La luz estaba encendida y la
gente había abandonado el local. El hombre del traje los estaba esperando junto
a dos matones.
- Creo que os lo estabais pasando bien.
No me parecía de buena educación interrumpiros.
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