Magdalena - Capítulos IX y X (Un café con Ángela & Joshua Güendell)
Llevamos unas semanas sin conocer nada del paradero de Magdalena, pero para compensar, hoy os traigo dos capítulos. Tras la aclamada reacción del vídeo que publiqué en el post anterior y que se difundió por las redes, y la realización de un proyecto artístico de otra índole, ando liado preparando un gran evento para el martes 18 de mayo a las 18:00 en la Sala Bretón de El Astillero.
Pero hoy no hemos venido a hablar de eso. Retomemos la novela con dos nuevos capítulos, y primero, el índice.
LISTADO DE CAPITULOS
Prólogo y Capítulo I - Reencuentro
Capítulo IV - La prisión del tiempo
Capítulo VII - Al llegar el alba
Capítulo IX – Un café con Ángela
No les habían puesto
trabas para entrar. A diferencia de Cadmillon, Manrilem, que pertenecía a un
estado tradicional, no era tan extrema con los pasaportes.
“Así era el viejo
mundo”, dijo su padre cuando se acercaban. “Nuestra ciudad estado no es más que
una utopía”. Benjamín tenía ganas de conocer la urbe, aunque el término “viejo
mundo” le daba que pensar que igual no había ordenadores. Giandro Salcedo los
había llevado a través de un polígono comercial donde grandes centros y
edificios de oficinas, y tras reducir la velocidad, atravesaron un pequeño
túnel que los llevó a una de las calles principales de la ciudad.
- Aquí no es como en
Cadmillon. Nada de Colmena, ni Piquera, ni ese círculo interior donde se
esconden los del Gobierno Central. Esta es una ciudad libre – dijo Alyn.
Para abandonar su
ciudad, Giandro tuvo que recurrir al viejo truco de “voy a llevarlos a la
estación” cuando lo pararon los guardias. Ahora, en pleno día, las calles de
Manrilem rebosaban vida, gente feliz que paseaba a sus perros, árboles,
columpios, y el mar. Él nunca había visto el mar, pero un extenso paseo
marítimo incitaba a ser recorrido.
- ¿Ahora, a dónde
vamos? – preguntó Amanda.
- Mis suegros viven, o
al menos vivían, en el número 3 de la calle Cammendoll. Iremos allí.
- ¡Marchando! – dijo el
taxista.
- Oye, Giandro, le
estoy muy agradecido por esto, es más, creo que todos lo estamos, pero tengo
una pregunta – dijo Marcos.
- Claro, dime.
- ¿Qué harás después de
dejarnos? Quiero decir, ¿no sería peligroso volver a Cadmillon?
- Lo sería, sin duda.
Si os buscan y se enteran de que yo os he sacado, y encima se dan cuenta de que
hermano de un militar fugado, la armamos buena.
- Quédate con nosotros
– le dijo la señora Gingercloth. – Puedes seguir siendo taxista aquí.
- Es una opción, pero
me imagino que os gustaría que vuestro hijo, la muchacha esa, y mi hermano,
pudieran venir, ¿no? Que andando desde Cadmillon es un buen paseo…
- ¿Vas a volver? ¿Estás
loco? – exclamó Benjamín.
Giandro asintió.
- Bueno, antes de precipitarte,
déjame intentar algo cuando lleguemos.
El chico rubio tenía
una idea en la cabeza. Quizás, y solo quizás, podía hacer algo para ayudar a
sus amigos, pero para eso necesitaba un ordenador o un teléfono.
Tras numerosos
semáforos, los refugiados finalmente llegaron a su destino. Aquella ciudad
había sido erigida sobre una colina y el tráfico no ayudaba.
- ¡Maldita sea! ¡Menuda
cabeza la mía!
- ¿Qué ocurre, señora
Lorenz? – preguntó el taxista.
- Hoy llegaba el camión
con toda la carne de la próxima semana, ¡ya verás cómo me lo deja en la puerta
el muy canalla!
Todos rompieron a reír,
pero era una risa triste, amarga, el lamento camuflado de aquellos que sabían
que su vida acababa de cambiar radicalmente y no les quedaba más remedio que
aceptarlo poco a poco. Salcedo logró aparcar junto a la acera frente a la
puerta de los señores Longshallow, un suelo gris granito sobre el que
descansaban hojas secas y excremento de perro.
Los cinco se apearon
tranquilos, estirando las piernas que habían mantenido recogidas después de
todas las horas de viaje. Ante el riesgo de que los persiguieran no se habían
detenido “ni para mear”, como decía el piloto. Formaban un grupo variopinto, y
en consonancia fue la sorpresa que se llevaron los dos ancianos al mirar por la
mirilla.
La casa era grande, de
dos plantas y construida en ladrillo. Tenía un largo patio trasero donde Alyn
recordaba que realizaban barbacoas cuando Garret y ella eran novios.
- ¿Quién va? – preguntó
la voz cascada de Harriet Longshallow.
- Alguien a quien en
otro tiempo has querido mucho – respondió la señora Gingercloth.
El anciano abrió la
puerta y se frotó el cristal de las gafas. Tenía setenta y cuatro años ya, y
hacía más de una década que no veía a esa mujer.
- Mi querida Alyn. ¿Qué
os trae por aquí?
- ¿Podemos hablar
dentro?
- Pasad, pasad. Estáis
en vuestra casa.
Los cinco entraron tras
el señor. Habían dejado el poco equipaje que tenían en el coche, y el único
dinero que llevaban encima era lo que tenían en efectivo. Tras cruzar un gran
recibidor que conectaba con la planta superior por unas grandes escaleras de
madera, Harriet los guio hacia el salón, que tenía dos grandes ventanales a
modo de puertas conectando con el patio trasero.
- Viejo cascarrabias,
¿has vuelto a traer invitados sin decirme nada? Si es que no aprendes, ¡ni que
llevara cincuenta años casada contigo!
La voz de Zoe
Longshallow robó una inoportuna sonrisa a Alyn, que tras ver como la anciana se
asomaba al salón la sorprendió con un inoportuno abrazo.
- Que vieja estás, mujer
– le dijo su suegra en tono jocoso.
- Tú en cambio estás
estupenda, cada día más joven – respondió ella a la señora de setenta y un
años.
El espacio era amplio,
así que tras cargar Giandro y Benjamín con un par de sillas de la cocina, todos
tomaron asiento.
- Bueno, ya estamos todos
cómodos, así que contadme. ¿Quiénes sois y por qué habéis venido aquí? Por lo
que veo, ni nuestro hijo ni nuestro nieto están con ustedes – dijo impaciente
Harriet.
- Perdone las
molestias, señor Longshallow. Mi nombre es Marcos Lorenz, y estos son mi mujer
Amanda y nuestro hijo, Benjamín. El hombre que nos acompaña es Giandro Salcedo,
y a la mujer creo que ya la conocéis. Hemos venido en busca de ayuda.
- Ayuda, ayuda… ¿y qué
podemos hacer dos viejos septuagenarios por ustedes?
- Refugiarnos – dijo
Alyn yendo al grano. – Mi hijo y dos amigos más también deberían de venir,
aunque no sabemos cuándo. Siendo sincera, todo fue idea suya.
- ¿Ya ha explotado todo
en el medallón ese donde os había llevado mi hijo? – preguntó Zoe.
- Cadmillon, vieja loca
– la respondió su marido.
Ambos se miraron con
cara de haber discutido previamente ese día.
- Las cosas se están
feas por allí, sí – dijo Salcedo. – Yo soy un humilde taxista, y mi hermano es,
o era, mejor dicho, militar como vuestro nieto, y últimamente no paran.
Atentados, manifestaciones…
- Y Bruma, ¿verdad? –
interrumpió Harriet.
- Y Bruma – confirmó el
taxista.
El viejo hombre tosió
con fuerza y su mujer le acercó un pañuelo de papel, que él rechazo de mala
manera.
- Viejo cochino… -
murmuró ella.
- Por lo que decís,
supongo que nuestro hijo aún no ha vuelto, ¿no? – preguntó el señor
Longshallow.
- No. No he vuelto a
saber nada de Garret desde que desapareció hace diez años – respondió
Gingercloth.
- Sabes que lo hizo así
por vuestro bien. Por el bien de todos. Mi hijo tenía muchos defectos, ya te
avisé de que antes de casarte con un Longshallow te lo tenías que pensar dos
veces, pero era buena persona y no el clásico hombre que abandona a su familia
– dijo Zoe.
- Lo sé, soy consciente
de ello. Su investigación lo era todo para él, por eso nos mudamos a Cadmillon,
y cuando llegaron allí las primeras Brumas… supongo que supo que el momento
había llegado, pero eso no quita que para mí fuera muy difícil sacar hacia
delante a Taylor yo sola.
- Pero eres una mujer
fuerte y lo has hecho bien – dijo su suegro. – Si queréis que intentemos seros
de más ayuda, estaría bien que nos contarais un poco más cómo están las cosas
allí. No sé si sabréis que todo lo que ocurre tras esos muros nunca se filtra
al exterior…
- Básicamente, esos del
Gobierno Central no hacen más que aplastar nuestros derechos y la gente se ha
cansado – dijo Benjamín.
Los dos señores mayores
le miraron con curiosidad.
- Es algo más complejo
de lo que dice mi hijo. Desde que se inició la Bruma, el gobierno ha destinado
muchísimos recursos al mantenimiento de los cuerpos de seguridad para poder
mantener el orden, y eso se ha pagado con los impuestos y el trabajo duro de
los ciudadanos de a pie de la Colmena, los más pobres de la ciudad. Lejos de
cambiar, un ataque terrorista ha acabado con la vida de muchísimas personas,
entre ellas estudiantes, y la gente no ha podido más y ha decidido manifestarse
de forma violenta. Esa religión, el Culto la llaman… no ha hecho más que encender
los ánimos de la población y hacer que se maten entre sí.
- ¿El Culto, dices?
- Así es, señor
Longshallow.
- No serán esos que
culpan a la humanidad de su estado actual por culpa de los pecados capitales…
- Los mismos – dijo
Alyn.
- Hace unos años se
establecieron aquí también. ¿Fue bastante sonado, sabéis? Pero sin nada de
revueltas como tal, únicamente hubo una serie de misteriosos asesinatos y de
repente el líder de la derecha ultra religiosa se convierte en alcalde de
Manrilem. ¡El único afín al Culto! Aunque aquí se hacen llamar los Visionarios,
pero ya sabéis, mismo perro distinto collar.
- ¿Sabes si en más
ciudades ha ocurrido lo mismo? – preguntó Benjamín.
- Uno sabe lo que dicen
en las noticias o dicen en la radio, pero sí, esas doctrinas han ganado muchos
adeptos los últimos años. Me acuerdo cuando Garret era joven y comenzó a
estudiar en la universidad, ¡menudos veranos tuvo que pasarse en casa con
nosotros! Paleografía, historiografía… pero su asignatura favorita era historia
de las religiones, todo un clásico – respondió Harriet.
- ¡Menudas turras a la
hora de comer! Yo venía con el arroz y el chaval empezaba a hablarnos de los
cultos esotéricos y las doctrinas esas raras, que si estaban aquí desde hace
milenios, que si hace tres siglos o así la gente dejó de creer en ello…– añadió
Zoe.
- Bueno, mujer, que no
era para tanto. Yo era profesor de matemáticas, de letras lo justo, pero la
pasión con la que el chico hablaba y lo interesante de esos temas es algo que
nunca olvidaré. ¡Y mira ahora! Poco después de que empezara con sus
investigaciones, la gente ha vuelto a creer como si fueran zánganos obedeciendo
a una nueva abeja reina.
A Benjamín le
interesaba mucho todo lo relacionado con el Culto y los sucedáneos. Había visto
de lo que eran capaces en el arte de manipular a la gente, y año tras año,
muchos de sus conocidos antisistema habían abandonado su movimiento político
para pasar a formar parte de sus filas.
- Supongo que es más
fácil culpar a un dios de estar enfadado con nosotros que aceptar el mundo tal
y como es e intentar cambiarlo – dijo a los señores.
Todos asintieron.
- Bueno, ¿y qué más
pasó? ¿Por qué no ha venido nuestro nieto y esa otra gente?
- Ha ido a buscar a una
amiga nuestra – respondió Benjamín. – Los del Gobierno Central la habían
raptado.
- Ya sabéis cómo son –
dijo Marcos quitándole hierro al asunto.
- ¿Por qué iban a
raptar a una muchacha? – preguntó Zoe, inquieta.
- Ya sabéis como son,
no respetan nada a la gente y a veces pasan estas cosas. Nada grave, no os preocupéis
– dijo Alyn mientras dirigía una mirada letal al chico gordo.
- Yo mientras no me
metáis a ningún delincuente en casa, ya sabéis que sois bien recibidos, aunque
tendremos que poner colchones aquí en el salón y a alguno le tocará el sofá.
Las palabras de Harriet
sonaron reconciliadoras, sin embargo, una idea corría por la cabeza de
Benjamín.
- Disculpen, ¿tenéis un
ordenador? – preguntó.
- Aquí no tenemos
ninguna de esas modernidades – respondió la señora Longshallow. – Pero tres
calles más abajo hay un cibercafé, igual te sirve.
- Me tendrá que valer.
Si me disculpáis, tengo que irme.
- ¿Ya estás otra vez
con los videojuegos? ¿Ni en una situación así eres capaz de olvidarte de ellos?
– le regañó su madre.
- No es por los
videojuegos.
Su padre lo miró y lo
entendió.
- Yo te acompaño –
dijo.
Los dos hombres
abandonaron la casa y comenzaron a seguir las indicaciones que Harriet y Zoe
les habían dado en la puerta. En el camino había varias peluquerías,
zapaterías, y algún bar, pero el principal lugar de ocio eran los recreativos
que estaban pared con pared con el cibercafé. No podían perderse.
- ¿Por qué no vas a
hacerlo con el móvil? – le preguntó Marcos rompiendo el silencio.
- Porque no quiero que
rastreen mi llamada y pueda ponerlos en peligro.
Estaba orgulloso. Su
hijo estaba actuando con cabeza y no de la forma egoísta en que solía hacerlo.
Quizá aquel cambio era el que necesitaba para madurar.
A su paso, la gente
vivía inmersa en su rutina, tranquila, ajena a los horrores de Cadmillon. Un
camión de la basura recorría las calles intentando cumplir con su deber y un
coche de policía pasó a su lado mientras patrullaba las calles. Benjamín se
sobresaltó.
- No te preocupes,
hijo. Aquí no nos siguen.
Al cabo de unos diez
minutos llegaron frente al cibercafé. La fachada era blanca y sencilla, y en su
interior, había una estancia estrecha que hacía las veces de bar y al fondo una
amplia sala diáfana donde los adolescentes jugaban a videojuegos. Los ojos del
joven se iluminaron al ver a uno de ellos jugar al Leage of Losers, pero supo
que no era el momento. Ya habría tiempo.
A su lado se erigía
imponente el local de recreativos, que disponía de dos plantas repletas de
consolas, juegos de mesa y poca iluminación. Tampoco era el momento. Con
cuidado de cerrar suavemente la puerta, los dos hombres entraron al cibercafé.
- Un cortado, ¿y tú? –
preguntó Marcos en respuesta al camarero.
- Una Broca Cola –
respondió.
Arrastraron una silla
sin hacer ruido y se sentaron en una mesa redonda, también blanca pero de werzalit
a diferencia de los asientos metálicos con cojines. No tenían prisa, o al
menos, no podían aparentarla, así que comenzaron a beber mientras hablaban de
temas triviales.
- Así que con las
chicas, nada de nada – le preguntó su padre.
- No es que me gusten
los chicos, ¿eh?
- No tendría nada de
malo.
- Ya, ya. Pero no soy
de esos. Simplemente yo no soy el tipo de hombre que les gusta a las chicas, ya
sabes, me gustan los videojuegos, la política…
- ¿No has pensado que
tiene algo que ver con la alimentación?
- ¿Qué quieres decir?
- Que ere mi hijo, y te
quiero muchísimo, pero estás muy gordo para la edad que tienes. ¿Por qué no
bajas de peso?
- Lo he intentado, pero
me cuesta muchísimo.
- No te he visto
intentarlo, Benjamín. Mira ahora como ejemplo, podías haber pedido un café y te
has pedido una Broca Cola. ¡Puro azúcar! Dieta y ejercicio.
- Pero papá, me gusta
mi vida.
- ¿Y cambiaría en algo
si descansas una hora al día de estar pegado a la pantalla para salir a correr,
y cuando comes lo haces mejor?
- Supongo que no…
- Pues entonces
inténtalo. No me gustaría enterrar a mi hijo porque no se cuida.
- Bueno, creo que voy a
ir a la sala de ordenadores.
Marcos pidió un
periódico para afrontar la soledad mientras su hijo se adentraba en la red.
Gracias a la consumición, podía usar los ordenadores, así que se sentó frente
al ordenador más alejado y lo inició, poniéndose unos auriculares. Siempre
tenía el recordatorio activado para todas las contraseñas que utilizaba, pero
por suerte las recordaba de memoria, así que sin mucho problema fue capaz de
acceder al portal que usaban sus colegas para charlar. Únicamente estaba Ángela
conectada.
- ¡Muchacho! ¿Qué tal
estás? Que anoche te fuiste de golpe y nos dejaste muy preocupados.
- No tengo mucho
tiempo, pero necesito que me hagáis un favor.
- ¿Dónde estás? Te
repito, ¡me tienes muy preocupada!
- Estoy en Mantilem
para evitar problemas, ya te diré en más detalle. Escucha muy atentamente.
- Venga, dispara.
- Necesito que
encontréis al chico del vídeo y lo saquéis de la ciudad.
- ¿Al militar?
- Sí, su nombre es
Taylor. Lo acompaña otro militar llamado Fabio Salcedo, y si todo ha ido bien,
están con Magdalena, la del barrio. Ella no sé cómo estará ni cómo irá, pero
ellos dos llevaban mi ropa y les quedaba enorme.
- Vale, sí, lo veo
bien, pero ¿cómo coño quieres que los encuentre?
- Ángela, estoy en un
cibercafé, no quiero decir más de lo necesario en voz alta. A él seguramente lo
veáis en las noticias, ya sabes cómo va a esto, intentarán culparlo de las
muertes que provocó la bestia.
- Lo han intentado en
los informativos de esta mañana, pero ahora al mediodía han cambiado la versión
oficial.
- ¿Y qué han dicho?
- Que una bestia del
norte se coló en la ciudad a través de las alcantarillas y ese chico murió
defendiendo a los ciudadanos. Vaya, que es un mártir.
- ¿Y tú te lo crees?
- ¿Del gobierno? Nada,
ni pa´ tras. Y menos si me dices que ese chico está por ahí con nuestra vecina.
Vamos, que no te preocupes, que veré lo que puedo hacer, voy a reunir a los
muchachos y seguro que tirando de los hilos los encontramos, total, no habrán
podido ir muy lejos.
- Lo más importante es
conseguirlos un transporte para que lleguen aquí, Taylor ya sabrá dónde ir una
vez llegue, pero me imagino que la cosa esté difícil para salir en coche de
Cadmillon. Si podéis ayudarlos a salir y que lleguen aquí sanos, te amaría por
siempre.
- Anda, grandullón, si
eso sabes que lo vas a hacer de todos modos – dijo ella en tono jocoso. – De
todos modos, cuando puedas llamarme ya hablaremos mejor, que tiene pinta de ser
importante y aquí todo se está poniendo muy feo.
- Claro, cuenta con
ello. Tengo que irme, ya hablaremos.
Tras despedirse,
Benjamín abandonó la sala de los ordenadores, pero su padre no estaba. Un
segundo café estaba a medio tomar, frío, y el periódico estaba en el suelo.
Frente a la puerta estaba el camarero y varias de las personas del bar, y
fuera, había un fuerte jolgorio.
- ¿Qué pasa ahí? –
preguntó temiéndose lo peor.
Abriéndose camino entre
la multitud, logró ponerse en primera fila. Marcos estaba entre una chica joven
y dos hombres vestidos de traje, con americana y vaqueros azules y camisa y
zapatos morados. Ella tendría más o menos su edad, y los dos hombres rondarían
la treintena.
- No la defiendas,
viejo. Ella ya está condenada – dijo uno de los dos.
- ¿Condenada? ¿Se puede
saber qué decís? ¡Solo es una niña!
- ¿Una niña? Ese
monstruo ha usado su puta vagina únicamente para obtener placer sin estar
casada. ¿Qué tienes que decir a eso? ¡Es indefendible?
- No me digáis que
vosotros nunca habéis hecho algo así.
- ¿Qué sentido tendría
hacerlo? Sus ojos están sumidos en la lujuria. Por gente como ella la sociedad
está encaminada hacia su declive – dijo el otro golpeando a Marcos en el
hombro.
El señor retrocedió,
pero sin apartarse de la chica. Su hijo contemplaba la escena horrorizado.
- La sociedad está así
por cabrones sin escrúpulos como vosotros, que os ensañáis con viejos y con
niñas – dijo Marcos.
- ¿Qué dices, anciano?
Uno de ellos sacó una
extensible de la americana y lo golpeó en la cara, haciendo caer de rodillas,
sangrando. La gente dentro del cibercafé se alteró, al igual que los
transeúntes que se habían detenido a mirar, pero nadie hizo nada.
- Podéis haceros llamar
los Visionarios, el Culto, o como se os ponga de los cojones, pero eso no va a
cambiar la mierda que sois – dijo él mientras escupía sangre contra el suelo.
El más alto de los dos
sacó una pistola y apuntó a Marcos en la frente. Este presionó hacia el arma,
mirando desafiante. Benjamín únicamente miraba impotente, paralizado por el
miedo, incapaz de actuar.
Un disparo espantó a
todos los pájaros que había en tres manzanas a la redonda.
Capítulo X – Joshua Güendell
“Tenemos que salir de
aquí”.
Desde que había
encontrado a Magdalena, aquel solitario pensamiento era lo único que Taylor
tenía en la cabeza. Se habían detenido cerca de una de las entradas principales
de la ciudad, la misma que había usado el con taxista para llegar, pero estaba
bloqueada por un control de militares.
Dentro de la Colmena no
parecía que iban a correr mejor suerte. La policía estaba realizando registros
armados a los ciudadanos dentro de sus propias casas, buscando tanto a los
fugitivos como a los familiares de los manifestantes. Si la cosa seguía así, no
tardaría en haber nuevos conflictos, pero si no tenían cuidado, los detendrían
en cualquier momento.
Tanto Taylor como
Salcedo llevaban sus armas escondidas bajo las sudaderas. Al mayor de los
soldados le quedaba algo corta al ser más alto, pero se había puesto una
riñonera para disimular. Entre sus pintas y el pañuelo de Magdalena parecían
más tres drogadictos que un grupo de peligrosos terroristas.
- Igual tenemos que
volver ahí abajo – propuso Salcedo. – En las tuberías hay túneles que llevan
fuera de la ciudad.
- ¿Estás loco? Ya he
estado demasiadas veces cerca de esas cosas. Si nos atacan ahí dentro, se
acabó, y por lo que parece están revueltos – respondió Taylor de forma
desesperada.
- Yo ya os he dicho que
atacaron el metro. Lo que hicieron con la gente… fue espantoso – dijo
Magdalena.
- Lo que tú hiciste con
la gente también.
- ¡Basta ya! – gritó
Salcedo ante la mirada de infinita tristeza de Magdalena. – Ya tendremos tiempo
para hablar de ello, lo primero es llegar con los demás.
Los chicos la habían
comunicado que su tío había sido arrestado, aunque ellos pensaban aún que era
su padre. Ella no pareció inmutarse mucho, quizá porque aún seguía confundida
por sus propias vivencias, o quizá porque sabía que no podía hacer nada para
ayudarlo.
Un helicóptero de la
policía sobrevoló sus cabezas. El tiempo se acababa y estaban en un punto
muerto. Taylor valoró por unos instantes pedir ayuda al Culto para abandonar la
ciudad, ya que vista su oposición al Gobierno Central, quizá tuviera suerte,
pero tras recordar cuanto lo odiaba desechó la idea.
Un extraño se cruzó en
su camino. Llevaba una gorra roja y blanca y un pantalón negro. La cazadora
americana guardaba unos cuantos cigarrillos y la camiseta que llevaba debajo
representaba el inconformismo.
- Llevo todo el día
buscándoos – dijo él.
Salcedo miró a Taylor,
que lo calmó con la mirada. Magdalena dio un paso hacia el extraño.
- ¿Joshua Güendell? –
preguntó.
- Sí señorita. Benjamín
llamó a Ángela muy preocupado por vosotros, decía que quería sacaros de aquí.
Yo pensaba que estaba loco, pero, joder, viendo vuestras pintas el loco debo
ser yo.
- Entonces has venido a
ayudarnos – dijo Taylor.
Joshua asintió.
- Si te ha llamado
Benjamín será porque mi hermano no ha podido sacarnos de aquí. Me lo imaginaba,
si un Salcedo está en busca y captura, a él lo detendrían seguro.
- Los telediarios no
hablan mal de vosotros, pero el Gobierno Central nunca habla mal de aquellos
que se quiere cargar. Nos hemos dividido todos por Cadmillon para ver qué
hacíamos, así que ahora tendréis que seguirme.
- ¿Y cómo sabemos que
no es una trampa? – le respondió Salcedo.
- Yo le conozco. Es
amigo de Benjamín desde hace tiempo, no creo que vaya a traicionarnos – dijo
Magdalena.
- Si lo intentas – le
dijo Taylor amenazante. – te clavaré una bala entre ceja y ceja.
El recién llegado sonrió
y comenzó a caminar mientras los demás lo siguieron. Pronto llegaron a un
callejón a la par que el sol comenzaba a calentar cada vez más fuerte.
- Tenemos que movernos
con cuidado, que estos cabrones están registrando toda la puta Colmena. Ya
veréis cómo nos joden la obra – dijo Joshua.
- ¿La obra? – preguntó
Magdalena.
- Sí, a eso me dedico,
a la construcción, y allí es donde vamos. ¿Conocéis el solar de Janis?
- Cómo no, allí es
donde pensábamos meter a todos los sin techo de la Colmena – respondió Salcedo.
Taylor los miró
extrañados.
- Así es. Estábamos
construyendo varios edificios para meter a los pobres, pero con todo lo de
ayer, hoy la obra ha sido paralizada. Ángela y Maykel nos esperan allí, y no sé
si alguno más de los chicos. Tenemos ideas para sacaros, pero hasta llegar
allí, no diré nada.
Los otros tres se
miraron, buscando una confirmación para seguir a Joshua que vino de la mano de
la chica. Sin bajar la guardia, los dos militares decidieron seguirlos. El
callejón dio paso a una avenida en la que el suelo se encontraba en pésimas
condiciones, desgastado por el continuo paso de los vehículos en una de las
zonas más pobres de la ciudad.
- Aquí la gente se
apaña como puede – lamentó Magdalena.
- Igual que nosotros –
respondió Taylor.
Ambos se miraron. A
pesar de su larga amistad, en la mirada de ambos podía hallarse desprecio, y en
la del chico, rabia contenida.
Cruzaron junto a un
semáforo que no funcionaba y atravesaron una serie de puestos de comida
tradicional. Las señoras intercambiaban cuchicheos en la calle mientras los
niños miraban por la ventana. Una ligera brisa facilitaba el camino y hacía
revolotear el pañuelo de Magdalena. Aquello la daba lástima, pero sabía que
tendría que acostumbrarse.
- A esta zona tardará
más en llegar la policía – dijo Joshua.
- Los pobres no le
importan a nadie… - murmuró Taylor, reflexivo.
Media hora después,
tras cruzar varias manzanas, un puente, y un par de pequeños parques, llegaron
al solar de Janis. Ante ellos se encontraba una amplia extensión inerte donde
cuatro armazones de hormigón representaban los enormes edificios residenciales
reservados para los pobres. El lugar estaba cerrado por varias vallas
metálicas, y en el suelo sin edificar se encontraban todo tipo de materiales de
obra y maquinaria como palas excavadoras y grúas.
- Por aquí podemos
entrar – dijo el obrero.
Sacó unas llaves del
bolsillo y abrió una puerta metálica. El grupo entró y él cerró tras de sí. La
suela de sus zapatos se llenó con la tierra y con el polvo, pero daba igual.
Joshua miró a ambos lados para asegurarse de que no los seguían.
Tras descender por una
pequeña ladera, llegaron a tres grandes tubos de hormigón de gran tamaño. Desde
fuera se podían escuchar voces que venían de su interior.
- Seguro que están al
llegar, no te preocupes. Güendell no es de los que la lía con los sms.
Era una voz femenina.
Joshua se adelantó nada más escucharla.
- Aquí estamos. Hemos
tardado, pero oye, que todo guay.
Sus tres acompañantes
entraron en los túneles detrás de él, agradeciendo la sombra que proyectaban.
Allí dentro había una chica y otro chico.
- Ángela y Maykel –
dijo su anfitrión haciendo las presentaciones. – Os presento a Magdalena,
Fabio, y a Taylor, el soldadito que está tan de moda. Los apellidos nos los
ahorramos por si nos pillan, que no queremos ponernos en más peligro del
necesario.
La chica se levantó,
roja como un tomate, y se acercó a saludar a Taylor con dos besos. Llevaba un
único pendiente en la oreja izquierda, con forma de estrella, un flequillo
negro recortado que acababa en coleta, y una camiseta negra a juego con una
falda corta y dos medias largas. A su lado, el tal Maykel permaneció sentado,
con su pelo castaño corto y su piel pálida a resguardo de la radiación solar.
Los pantalones de pana marrones y la camiseta blanca que patrocinaba a una
conocida marca de tomate frito, TomatOps, avisaban a la gente de que era un tío
pecular.
Magdalena miró con
cierto recelo a Ángela, que únicamente había saludado a Taylor y no dejaba de
mirarlo embobada.
- No me lo puedo creer,
sobreviviste frente a esa bestia. ¡Es que eres todo un hombretón! – le dijo
ella.
- Bueno… hice lo que
tenía que hacer – respondió él de forma algo torpe.
Salcedo le dio una
palmada en el hombro y estrechó la mano de Maykel.
- Bueno, ¿y cuál es el
plan? – preguntó Magdalena buscando romper el nicho de amor entre Longshallow y
la punki.
- Veréis, Benjamín se
puso en contacto conmigo – dijo la chica. – Y menuda sorpresa, que el muchacho
se ha ido a Manrilem y quiere que os llevemos allí, ¡aun sabiendo lo que nos
está poniendo en peligro!
- Pero nosotros somos
gente de fiar, y todo lo que combine joder al Gobierno Central y ayudar a un
amigo, ¡es asunto nuestro! – continuó Maykel.
- Así que tenemos
preparada una lujosa limusina que os va a llevar directamente hasta vuestro
nuevo hogar, ¡sólo tendréis que apretaros un poco! – finalizó Joshua.
Los dos militares y
Magdalena se miraron extrañaron tras contemplar el lamentable espectáculo
verbal. Salcedo miró a ambos lados y se encendió un cigarrillo.
- Vamos a ver, ¿cuál es
exactamente vuestra idea? – preguntó.
Cuando el obrero se
disponía a hablar, un perro se asomó a una de las aberturas del tubo. Era un
pastor alemán. Los miró en silencio mientras meneaba el rabo, y poco después,
se fue corriendo.
- Bueno, se habrá
colado por alguna zona rota de la valla. Como iba diciendo…
- Alto – interrumpió
Taylor. – Tenemos que salir de aquí.
- ¿Por? – le preguntó
extrañada Ángela.
- Porque esos perros
son los que usan los cuerpos de élite de Cadmillon – respondió Salcedo.
Las otras cuatro
personas se miraron confusas pero asustadas. Los dos militares tomaron las
armas y se acercaron al lugar por donde habían visto al perro. A lo lejos,
entrando en el recinto, había varios policías y un hombre de traje, y frente a
él, estaba el cánido ladrando, intentando advertirle de que había dado con el
rastro.
- Seguidme – dijo
Joshua en voz baja.
Los seis salieron
rápidamente por el otro extremo del túnel, buscando cubrirse entre los
escombros y los demás elementos de la construcción que estaban diseminados. A
lo lejos podían escuchar a los hombres siguiendo el rastro del animal.
El sol proyectaba una
sombra muy larga y eso preocupaba a Taylor. Aunque no los vieran directamente,
corrían el riesgo de ser descubiertos por su culpa.
- ¿Ves? Aquí no hay
nada. ¡Estúpido perro!
La voz masculina resonó
a lo largo del túnel, y tras ella, el sonido de las patitas del animal
dirigiéndose a su dirección. Les quedaba poco para abandonar el solar de Janis
cuando el animal volvió a dar con ellos. Ya no meneaba el rabo.
Joshua tomó en una mano
las llaves y se abrió se brazos para mostrar su tamaño al animal, pero el perro
comenzó a correr hacia él igualmente. Con un único disparo, el fusil de Salcedo
lo abatió.
- ¿Habéis oído eso?
¡Viene de la valla! ¡Corred!
Los policías comenzaron
a correr en la dirección del sonido. El chaval probó con varias llaves hasta
que dio con la correcta, ya que estaba muy nervioso. Los civiles salieron
primero y en último lugar los militares, sin cerrar la puerta tras de sí.
- ¡Allí están, los veo!
– gritó un hombre.
Varios disparos se
dirigieron a su posición, pero no los alcanzaron. En vez de detenerse a
devolverlos, los seis corrieron detrás de Joshua, confiando ciegamente en su
plan. El chico los llevó a través de varios callejones para confundir a la
policía. Finalmente, se detuvo frente a un camión en un callejón. Únicamente
tenía plazas para dos pasajeros, piloto y copiloto; y tras de sí cargaba con muchos
sacos de material de obra.
- Aquí tenéis, la
fantástica Furgobra Nueva, un juguete que nunca ha fallado a mi familia.
Salcedo bajó la cara de
vergüenza ante tal nombre.
- Entonces, ¿ahora qué?
– preguntó Magdalena visiblemente nerviosa.
- Ahora os metéis ahí
detrás con todos los escombros, tenéis cuidado de que nada se os caiga encima,
os acucháis un poco, y disfrutáis del viaje – respondió Joshua.
- Vamos a tener que
estar juntos, Taylor. ¿Me protegerás si vuelve a aparecer el monstruo? – le
dijo Ángela al soldado.
Este se puso como un
tomate.
- ¿Vosotros también
venís? – preguntó Salcedo.
- No podemos
arriesgarnos – respondió Maykel. – Si alguna cámara nos ha grabado hoy con
vosotros, o rastrean la llamada de Benjamín a Ángela… podemos estar en apuros.
Todos asintieron.
Tenían razón en aquel argumento, y tras ofrecerlos su ayuda, no había motivos
para abandonarlos.
- Espero que no nos
traicionéis – volvió a decir Taylor.
Ángela lo agarró del
hombro y comenzó a llevárselo a la parte de atrás del camión.
- Habría sido muy fácil
entregaros a la policía en el solar, ¿no crees? – le dijo guiándole un ojo.
Él asintió mientras
Magdalena los fulminaba con su mirada.
- Entonces ponte cómodo
y disfruta.
Salcedo se acercó a
Magdalena y apoyó su mano derecha en su hombro.
- Tú también deberías
descansar. Lamento mucho lo que le pasó a tu novio, pero no te tortures, esa
cosa no eres tú. Ya verás cómo resolvemos este enigma.
Ella apretó su mano con
fuerza y todos se escondieron en el camión. Tras arrancar, Joshua comenzó a
conducir despacio para evitar incidentes. Recorrió las calles poco a poco, con
calma, y pasados más de quince minutos se detuvo.
- ¿Documentación? –
preguntó un varón con tono grave desde fuera.
Tras el ruido propio
del papeleo, el hombre volvió a hablar.
- Parece que todo está
en regla, ¿qué transportas ahí detrás?
“El mismo cliché que en
todas las películas malas. Espero que acabe igual”, pensó Taylor.
- Únicamente lo
necesario para continuar las obras de las nuevas fábricas estatales al norte de
Cadmillon, señor.
- Pero usted está
saliendo por la puerta sur. ¿Trata de ocultarme algo?
- No, señor.
- Entonces no le
importará que eche un vistazo.
- Claro que no, señor.
Lo que parecía un
guardia o un militar se acercó a la parte trasera de camión para asomarse a
mirar. Golpeó un saco de arena y no notó nada raro. En ese instante, le sonó el
teléfono.
- Agente Kartchens. ¿Al
solar de Janis? Claro, ya voy. Hasta ahora, sí, adiós.
El hombre colgó y
volvió junto a Joshua.
- Parece que está todo
en orden. Buen viaje.
El chico volvió a
arrancar y condujo fuera de la ciudad, pero hasta que la distancia no fuera
alta, ninguno se atrevió a moverse. Dentro del camión, Ángela se había
acurrucado junto a Taylor, y si bien a este le parecía un poco precipitado,
tampoco tenía cara de disgustarle.
Pasada aproximadamente
una hora, el vehículo se detuvo.
- Ya podéis dejar de
esconderos, ¡somos libres! – gritó Joshua.
El grupo se reincorporó
y varios de ellos salieron a estirar las piernas. Magdalena decidió quedarse
dentro del camión, aún temerosa.
- No creo que
debiéramos de detenernos mucho tiempo, quién sabe si pueden estar siguiéndonos
– dijo.
- Tiene razón – afirmó
Maykel.
- Entonces manos a la
obra, y nunca mejor dicho – bromeó Joshua. – A ponerse cómodos y a dormir un
rato, que por vuestra cara veo que os hace falta. Al anochecer llegaremos a
Manrilem.
Ni Salcedo, ni Taylor,
ni Magdalena. Ninguno de los tres tardó mucho en quedarse dormido. Habían sido
muchas emociones de golpe, y mientras ellos descansaban, el camión de Joshua
Güendell se dirigía hacia una ciudad libre.
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