Magdalena - Capítulo XI - Vía Muerta
Ayer mismo volví a Madrid tras presentar El Ministro del Silencio en la Sala Bretón de El Astillero. Como adelanté en la entrada previa, al evento acudió el alcalde, y bueno, sin explayarme demasiado diré que fue un rotundo éxito, el aforo permitido casi lleno, los libros agotados. ¡Y me he quedado sin más marcapáginas que los que he conseguido traerme a Madrid!
En cuanto tenga las fotos del fotógrafo que cubrió el evento, crearé una entrada hablando del mismo más en detalle (y actualizaré esta página, que han sido unos días muy intensos y el retorno a la capital apenas me está dejando horas muertas de trabajo). Añadiré una sección de proyectos donde hablaré de su estado, crearé la ya mencionada entrada, retocaré la estética aprovechando el reportaje... ¡y muchas cosas más si consigo librar una mañana!
Ya sabéis que en la sección de obras se indica como conseguir la novela, pudiendo encargarla en Distrito Zero por un precio ligeramente mejor.
Hoy venimos a hablar de Magdalena. La verdad es que todo lo relacionado con tiempos y con créditos se ha tornado un poco irregular (por buenas causas), pero hoy os traigo un capítulo lleno de acción y que termina con una revelación esperada desde el inicio de la novela. ¿El índice? ¡A continuación!
LISTADO DE CAPITULOS
Prólogo y Capítulo I - Reencuentro
Capítulo IV - La prisión del tiempo
Capítulo VII - Al llegar el alba
Capítulos IX y X - Un café con Ángela & Joshua Güendell
Capítulo XI – Vía Muerta
Estaba cansado del olor
a mierda, y, además, le dolía mucho la herida de bala. Se la habían curado, es
cierto, pero le dolía tanto físicamente como en el orgullo. Un veterano como él
no se esperaba que un “niñato” consiguiera alcanzarlo.
La carretera hacia el
norte era seca y árida. La deforestación había acabado con hectáreas de verde y
ahora apenas quedaban arena, piedras y lagartos, algunos de ellos más que
creciditos por la contaminación. “Monstruos” los llamaban los ciudadanos, igual
que a todas las criaturas grandes y peligrosas que no eran capaces de
catalogar.
El Lich se había
estudiado varias veces los bestiarios de la Vía Muerta. Si tenía que pasar, que
pasara, no sería la primera vez.
Con desdén, tiró un
cigarrillo fuera del jeep. A su lado, un forzudo coronel del ejército de
Cadmillon conducía; y tras ellos, un camión blindado transportaba la preciada
mercancía.
- ¿Entonces, no tienes
ni un poco de curiosidad por saber qué hay ahí detrás? – preguntó al piloto.
- Ni la más mínima, yo
únicamente cumplo órdenes – respondió Sreader.
- Que aburridos sois
los soldados. Menos mal que de vez en cuando alguno rompe filas y la cosa se
pone interesante, como el muchacho de anoche.
El coronel suspiró
intranquilo. Tras ver las grabaciones, no tenía dudas de que el soldado del que
hablaba Doble-W era Taylor. Él conocía y apreciaba al chaval, lo había guiado
desde que ingresó en el campamento Río Negro, pero lo que había hecho rompía
todos sus esquemas.
- La verdad es que
tenía pelotas – respondió.
- ¿Tenía? Ya sabes que
la bestia no lo mató – dijo el copiloto con malicia.
- Quién sabe si
nuestros hombres no han dado ya con él.
- Aunque lo hagan,
tienen órdenes de no derribarlo. Es probable que el Gobierno Central quiera
usarlo como imagen de campaña mientras dure la Bruma.
- Tú y yo sabemos lo
que le ocurre a los insubordinados, Walter.
“Walter”. Generalmente
no lo llamaban así, pero el coronel y él se conocían desde hacía muchos años y
probablemente era uno de los pocos hombres de Cadmillon que no le temía.
- Tengo entendido que
le tenías aprecio – continuó diciendo.
- No es de tu
incumbencia.
- Ya sabes que tarde o
temprano se sabe todo. ¿No te preocupa que te relacionen con él? Quizá piensen
que tú le incitaste a ello…
- No me preocupa lo que
piensen mientras no se interpongan ni en mi camino ni en mi trabajo – respondió
Sreader con tono serio.
- Tranquilo, tranquilo.
No te pongas nervioso – dijo Doble-W sonriendo.
Los dos hombres
mantuvieron la misma trayectoria durante varias horas. Sabían lo que podía
ocurrir si decidían salirse del camino. El agente se moría de curiosidad por
saber qué es lo que estaban transportando, pero la señora Pyotrolai había sido
bastante escueta en detalles. Había pensado echar un vistazo, pero el cierre de
seguridad registraba cada apertura y conociendo a su jefa, podría costarle la
vida, así que quizá en otro momento.
Más tarde que pronto
tuvieron que parar a repostar. En la gasolinera había un pobre hombre, bajo y
flacucho, vestido con un mono vaquero y botas altas. Para protegerse del calor,
llevaba un sombrero de paja. Al ver llegar a los dos vehículos no pareció ni inmutarse.
Sreader se desmontó y comenzó a repostar el jeep mientras el hombre se le
acercaba.
- Sois el tercer convoy
en dos días, ¡menudo jaleo tenéis montado en el granjero! – dijo.
El coronel se giró
hacia él, erguido, y lo miró con cara de pocos amigos.
- Ocúpate de tus
asuntos – se limitó a responder.
El hombre se encogió de
hombros y se encerró en la pequeña estructura que hacía las veces también de
tienda. Tras llenar el depósito del jeep, dejaron paso al camión blindado, pero
por alguna razón, la manguera no funcionaba. Uno de los tres soldados que había
en el vehículo se acercó a llamar al encargado, pero no parecía responder.
Sreader se acercó a golpear el cristal pero fue en vano.
- No veo a nadie dentro
– dijo el soldado.
Doble-W se acercó de mala
gana y disparó contra el cristal, pero la bala rebotó en el mismo.
- Por qué cojones
tendrán cristales blindados aquí – murmuró.
Bajo sus pies, la
tierra comenzó a temblar. Los soldados se pusieron alerta y los dos que
quedaban en el camión desembarcaron con sus subfusiles en mano. El militar que
estaba junto a Sreader lo miró aterrorizado, pero su coronel le devolvió una
mirada inspiradora.
- Estad atentos – dijo
a sus tropas.
La intensidad del
temblor aumentó. Los soldados y el agente formaron un cerco, pero pronto
notaron algo bajo ellos.
- ¡Qué cojones!
El grito de Sreader se
perdió con el salto que dieron los hombres para esquivarlo. La tierra se había
abierto bajo sus pies y uno no lo había conseguido. El cuerpo se agitó en su
boca, ignorando su propia muerte, pero el veneno hizo que dejara de moverse.
- Es una jodida
garganconda – exclamó Doble-W.
Los otros dos militares
abrieron fuego contra la enorme serpiente que se elevaba unos diez metros sobre
la tierra. Su piel era de color canela, recubierta por escamas triangulares, y
su cabeza era plana y ancha, rematada por un par de pupilas verticales. El
coronel corrió hacia el jeep, pero la cola de la gargantuesca criatura fracturó
el suelo ante él, derribándolo con un fuerte coletazo. Doble-W sacó de su
bolsillo una esfera y se dispuso a arrojársela a la bestia, que había terminado
de tragarse al soldado fallecido. Las balas rebotaban sobre su piel, y
rápidamente esquivó el objeto lanzado por el agente, que estalló tras ella. Con
una celeridad inusual para una serpiente de su tamaño, y volviendo a ocultar su
cola bajo la arena, abrió sus fauces para tragar a otro de los soldados y se
volvió a enterrar en la arena.
Sreader consiguió
levantarse y abrió la puerta trasera del jeep, sacando tras de sí un
lanzacohetes. El arma pesada contaba con un sensor térmico para buscar al
animal, pero la garganconda contaba con el mismo mecanismo de caza. Poco a
poco, el temblor cesó.
- Voy a cargarme esa
puta puerta – dijo el coronel mientras la apuntaba con el lanzacohetes.
El otro soldado se
alejó y Doble-W se acercó a él.
- No malgastes munición
así. El cabrón que está ahí dentro sabía lo que venía, por eso nos la ha jugado
así – dijo con tono calmo.
El coronel suspiró y
bajó el arma, pero nada más hacerlo, comenzó a temblar el suelo de nuevo.
- ¡Dispersaos! – gritó.
El sicario saltó sobre
el jeep y el soldado comenzó a correr hacia la carretera, mientras que el
coronel intentó esconderse dentro del blindado. La bestia surgió nuevamente de
las entrañas de la tierra, pero esta vez, lo hizo bajo el jeep, derribándolo y
arrojando al suelo a su vez a Doble-W. La gasolina comenzó a gotear,
esparramándose sobre el suelo. El soldado la disparó, acertándola en un ojo y
haciendo que el animal se retorciera de dolor, lanzándose velozmente contra el
hombre mientras su lengua bífida aún tenía restos de la sangre de sus
compañeros.
El disparo fue certero,
y el impacto, demoledor; pero por desgracia no lo hizo a tiempo. Sreader
disparó su lanzamisiles contra la garganconda volando su cabeza, pero la bestia
había sido lo suficientemente rápida como para antes despedazar al último de
los militares. Su cuerpo inerte cayó tendido sobre el árido suelo, regando la
poca vegetación que sobrevivía con sus propios fluidos. Lleno de ira, el coronel
se giró hacia la estación de servicio dispuesto a disparar, pero se contuvo:
con tanta gasolina tanto por el suelo como en los depósitos subterráneos,
aquello podría significar su propia muerte.
- ¿Qué vamos a hacer
ahora? Estamos bien jodidos – le dijo Doble-W.
- Cumplir nuestra
misión – respondió el coronel.
- Pues ya me dirás
como. El coche que tenía gasolina está destrozado, y el otro necesita repostar.
- ¡Muerte al Gobierno
Central y muerte a sus secuaces!
El grito vino de la
azotea del edificio. Era el dependiente, armado con una escopeta y cara de
fanático. En su torso desnudo se podía ver tatuada una silueta humanoide con
cuatro brazos en posición de oratoria, alternando los colores azules y morados.
Tras el sonido de un disparo, su cuerpo cayó frente a la puerta de la
estructura. Doble-W sopló la punta de su Beretta 92 F y se encogió de hombros
ante la mirada del coronel.
- Estoy empezando a
hartarme de estos putos fanáticos – dijo el agente.
- Vamos a por las
llaves.
Sreader inspeccionó el
cadáver del dependiente y encontró las llaves del edificio. Tras entrar,
reactivo el flujo de fuel para poder repostar el camión blindado y cogió un par
de latas de medio litro de cerveza Rock Damm. Doble-W, por su parte, cogió
cigarrillos. El musculoso militar se subió al blindado de piloto y el agente se
situó a su lado, consiguiendo arrancar y esquivando los restos del jeep y de la
garganconda.
- Eran buenos hombres –
dijo el coronel al cabo de un rato.
- Han muerto en misión,
recibirán los honores correspondientes.
- ¿Honores? Poco
importan si ya están muertos. Además, una misión de este calibre no va a salir
a la luz, así que nunca se sabrá nada más de ellos – respondió en tono
melancólico.
El trayecto continuó
sin incidentes. No tardarían mucho más en llegar al granero abandonado junto al
cual se ocultaba una base secreta militar del Gobierno Central. Una vez
entregada la mercancía, se irían, sin preguntas y sin respuestas.
Al llegar, lo que
vieron no fue más que la vieja estructura de madera hecha añicos en un incendio
provocado y varias señales de peligro por radiación y por la fauna salvaje.
Sreader desembarcó y entró en la estructura sin miedo, pues sabía que no era
más que una proyección holográfica.
- Coronel Sreader de
los Hijos de la Luz. Solicito acceder a las dependencias – dijo con tono
solemne.
- Motivo de la
solicitud – respondió una voz metálica.
- Entrega de un
cargamento de máxima prioridad.
El holograma interior
se desvaneció, revelando una plataforma metálica bajo sus pies. Doble-W se puso
en el asiento del piloto y desplazó el vehículo hasta situarlo sobre la
plataforma, donde montó el coronel. La plataforma comenzó a descender hacia el
interior de la besa subterránea. Al llegar abajo, varios soldados los
recibieron y los cachearon, obligándolos a dejar sus armas. El agente cedió su
pistola y sus diversos recursos poco nobles, mientras que Sreader dejó el
lanzamisiles, dos mini uzis y un machete.
- Informe de la misión
– solicitó el sistema informático.
- Tres bajas por el ataque
de una garganconda en la gasolinera del kilómetro ciento cuarenta y tres y un
civil abatido por el agente Walter Winterlich al revelarse como un terrorista
religioso.
El ordenador que lo
evaluaba cambió su luz roja y fija por una luz verde, permitiendo a ambos
hombres acceder a la siguiente sala. Un hombre de traje salió a recibirlos.
- Así que al final
estáis aquí, el coronel Sreader de los Hijos de la Luz y el famoso Lich – dijo
el hombre.
Mediría alrededor de
metro ochenta y cinco, con una larga melena negra cayendo sobre sus hombros y
complexión delgada. En su rostro podían verse las arrugas de la edad, y su
andar y tono de voz revelaban su afluencia política.
- Prefiero ser llamado
Doble-W – dijo el afectado.
El hombre sonrió.
- Espero que el cargamento
haya llegado intacto, ya sabéis como se pone la señorita Pyotrolai con estas
cosas – dijo él.
- A pesar de las
dificultades, la entrega ha tenido lugar en perfectas condiciones señor
Mattpher – respondió el coronel.
- Menos formalismos,
podéis llamarme simplemente Joseph. Pasad.
Los tres hombres
accedieron a una pequeña sala donde varios ingenieros revisaban continuamente
sus computadoras y el flujo de datos que pasaba por ellas. Frente a sí, había
un gran cristal, y al otro lado, un único hombre. A esa estancia daba otra
puerta, que se abrió para dejar paso a dos militares y una tercera persona que
llevaba lo que parecían dos libros en sus manos. La mujer se los dejó al hombre
sobre la mesa, y tras decirle algo que los demás fueron incapaces de comprender,
abandonó la sala seguida por los militares.
- ¿Libros? – preguntó
el Lich.
- ¿Por qué está
encadenado? – preguntó simultáneamente Sreader.
Joseph Mattpher sonrió
y se giró hacia los recién llegados.
- Veo que tenéis mucha
curiosidad. Bien, bien, os daré las respuestas que buscáis ya que se ha probado
vuestra lealtad a nuestra causa una vez más. Lo que habéis transportado son dos
libros de alto valor, ejemplares únicos en el mundo. Sus títulos son “Historia
Antigua de Badgdylon” y “Credo de los Antiguos Caminantes”.
- ¿Tanta importancia
tienen esos dos libros como para haber sacrificado tres vidas humanas por
ellos? – preguntó Sreader mientras apretaba los puños.
- Su valor es
incalculable, coronel Sreader. Esos dos libros contienen fragmentos de nuestra
historia que no conocemos, y poder estudiarlos y analizarlos nos permitirán
afrontar las crisis de nuestro gobierno.
- Supongo que te
refieres a los disturbios provocados por el Culto y a la Bruma – interrumpió
Doble-W.
- Exactamente. Creemos
que en esos libros se puede encontrar la verdad sobre el fenómeno de la Bruma,
y si damos con ella podremos romper los argumentos de esos fanáticos religiosos
y restablecer el orden en Cadmillon.
- Entonces, si
descifrarlos es tan importante para el bien común, ¿por qué el encargado de
ello lleva cadenas? – preguntó el coronel.
El hombre que analizaba
los libros llevaba un jersey marrón de cuadros, pantalones de pana y una camisa
blanca. Su aspecto era desaliñado, y su largo cabello rubio se mezclaba con las
canas de su barba. Tendría alrededor de medio siglo de vida y sus ojos le
recordaban al coronel a alguien que había creído llegar a conocer muy bien.
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