Magdalena - Capítulo VIII – Hollyfrey
Toca comenzar con la segunda parte de Magdalena, que se corresponde con el cuerpo de la obra.
Tras un final explosivo de la introducción, ha llegado el momento de desarrollar la historia más allá de las diversas incertidumbres de la primera parte y darle forma a las sombras de Cadmillon.
LISTADO DE CAPITULOS
Prólogo y Capítulo I - Reencuentro
Capítulo IV - La prisión del tiempo
Capítulo VII - Al llegar el alba
CRÉDITOS DEL CAPÍTULO
Créditos del Prólogo y Capítulo I
Capítulo VIII – Hollyfrey
Hacía frío y estaba
desnuda. El viento rozaba su piel mientras ella se acurrucaba fuerte en una
esquina, apretando sus manos contra sus piernas, muerta de terror.
Las primeras luces del
alba hacían brillar sus ojos verdosos, vidriosos del color del agua del mar.
Cuando corría el aire, las hierbas la hacían cosquillitas en el costado y en
las plantas de los pies.
Por alguna extraña
razón no tenía hambre, pero la ardía el estómago. Los recuerdos del día
anterior se difuminaban en el horizonte de sucesos de su memoria, y lo que se
aparecía ante sus ojos como una realidad onírica amenazaba con convertirse en
verdad.
No sabía a dónde podía
ir ni qué hacer ahora. Lo último que tenía claro es que estaba con Clark y
Taylor cuando apareció la Bruma, y al igual que cuando la atacó el vagabundo,
perdió el control. Después de eso sólo había imágenes de sangre y fuego, y
antes, la visión de ese tal Doble-W y el científico experimentando con ella.
Se llevó una mano a la
cabeza y lo único que notó fueron las raíces de su pelo intentando nacer,
buscando suplantar los rizos perdidos. Ya ni trenza, ni gorro, ni nada sería
capaz de buscar camuflarla entre la población.
Algo le decía que las
cosas habían ido mal. Cuando perdió los libros, a la mañana siguiente toda la
Colmena conocía del asesinato del mendigo a pesar de que ella no recordaba lo
que había pasado después de que intentara violarla; únicamente notó que aquella
sensación estaba invadiendo su cuerpo.
Los libros. Cuando tuvo
lugar el incidente del metro y el Gobierno Central la raptó, ella estaba
intentando encontrar nuevos ejemplares de aquellas obras, algo que ahora sabía
que no podía lograr gracias a su padre. Tenía que recuperarlos, pero… ¿por
dónde empezar?
“Lera Pyotrolai”,
pensó. “La mujer que llamó al sicario se llamaba así. Seguro que ella sabe algo
que yo no.”
Tendría que averiguar
quién era esa mujer. Es la única pista que tenía, esa, y su tío. De golpe la preocupación
la inundó, provocando que se aferrara más fuerte a sí misma. Si a ella la
habían tratado así, lo más seguro es que él estuviera muerto.
Otra opción era buscar
la tumba de su madre y conocer qué le había ocurrido a Cyrus exactamente. Si
existía alguna posibilidad de que no estuviera muerto, debía de tirar del hilo
para llegar a él o al padre de Taylor. Magdalena sospechaba que su desaparición
no fue casual, sino fruto de sus investigaciones, pero tampoco podía
comprobarlo.
Estaba agobiada. Había
numerosas opciones por las que decantarse, y sin embargo, ninguna era cierto
que la ayudara en su búsqueda. Ni siquiera sabía en qué ciudad había sido
enterrada Eucharis. Lo único que tenía claro es que tenía que abandonar
Cadmillon para evitar dañar a nadie más, cargar con su propia maldición en
soledad y encontrar la forma de liberarse de ella.
Recordaba con añoranza
los columpios que tenía frente a ella. Ahora estaban sucios y embarrados, el
tobogán roto en su parte interior, el arenero vacío, y la casita de plástico
duro con forma de gato, vacía. Cubriéndose sus vergüenzas, se adentró en ella.
Había una pequeña escalerita de metal que subía a la terraza desde la que los
niños gritaban felices a sus padres mientras jugaban, pero allí ya no jugaba
nadie.
Era únicamente un
parque sin nombre en las afueras de la Colmena, pero ella, Benjamín y Taylor
habían disfrutado de montones de aventuras imaginarias allí. “En cierta medida,
es poético”, pensó. “Tras enfrentarnos aquí a tantos monstruos de mentira, ahora
es la guarida de uno de verdad”.
La gente dormía aún
pero temía que pronto comenzaran a llenar las calles para ir a trabajar. Por
aquella zona, además, solían montar un mercadillo, pero había tenido suerte y
aquel no era el día marcado en el calendario para ello.
Asomándose un poco
fuera de la casita, Magdalena observó una tapa de alcantarilla caída en mitad
del parque, destrozada por el impacto de algo, o alguien. Únicamente con
fijarse en ella la daba un calambre en la mano derecha, confirmando nuevamente
sus sospechas. La entrada al mundo subterráneo estaba abierta pero ella sabía
lo que la esperaba allí dentro.
Cuando volteó la
cabeza, una señora muy mayor la estaba mirando. Era menuda, apenas llegaría al
metro cincuenta, y vestía de gris y negro, con un pañuelo del mismo tono
cubriendo su blanca cabellera. La chica se volvió a esconder rápidamente.
- Chiquilla, no tengas
miedo, yo no te voy a hacer daño – le dijo la señora.
Magdalena tragó saliva.
Tenía la garganta seca y la dolía. Con cautela, asomó la cabeza.
- ¿Ves? Mucho mejor
así. ¿Qué hace una chica como tú aquí? ¡Oh, estás desnuda! ¿Qué te han hecho?
- Nada, señora…
- Señora Hollyfrey.
Anda, acompáñeme a casa. Yo te daré ropa limpia y algo de comer, mientras,
puedes ponerte esto.
La mujer le dio a
Magdalena el pañuelo que cubría su cabeza y otro que llevaba bajo la chaqueta,
a modo de bufanda, para que se cubriera aunque fuera parcialmente. A paso
lento, sin dejar de mirar en todas direcciones, la chica la acompañó sin mediar
palabra.
La mujer vivía en una
de las casas que hacían pared con el muro de la Colmena. Al igual que todos
esos edificios, tenía el techo destrozado, desnudo de tejas, y el hormigón que
sostenía la estructura se encontraba al aire libre. Era una casa pequeña, y la
puerta se abrió sin necesidad siquiera de llaves. Frente a ella había un banco
de madera, y en su interior, tras un pequeño recibidor, un salón también
modesto que conectaba con la cocina, el baño, y las tres habitaciones.
- Muchos hijos, ya
sabes – dijo ella tras ver la incrédula mirada de Magdalena al ver tantas
estancias en un lugar tan pequeño.
La muchacha se sentó
nada más llegar en uno de los sillones del salón, alejada de las ventanas que
daban al exterior, y la señora comenzó a buscar entre los armarios de las
distintas habitaciones.
- Aquí está, ¡ya me
sonaba a mí que debería estar en alguna parte! – exclamó al fin.
La señora Hollyfrey
volvió junto a la chica llevando en sus manos un conjunto completo de ropa,
zapatos incluidos. Era un pantalón vaquero y una camisa verde, de un tono más
oscuro que sus ojos. La ropa interior era clásica, ninguna modernidad
lujoriosa, y los zapatos eran del mismo color que la camisa.
- Prueba a ver qué tal
te queda. Era de mi hija, pero ella ya no lo va a usar. Puedes usar una de
estas dos habitaciones – dijo Hollyfrey, excluyendo la que se presuponía era la
suya.
Magdalena se adentró en
una de ellas. Era un cuarto alargado y estrecho. Al fondo, cerca de la puerta
corredera de madera, había también un armario del mismo material pero más claro
y unas estanterías sobre las que descansaban muchos juguetes. Camiones de
plástico, palas excavadoras, juegos de mesa… “Huida del Imperio Cobra”, ponía
en una de las polvorientas cajas. Frente a ella, había una cama individual y un
escritorio sobre el que se mantenían intactos bolígrafos y rotuladores cuya
tinta estaría seca. Ella se probó la ropa y salió.
- ¡Estás estupenda! Si
que es mi pequeña Melinda tenía una talla igual que la tuya. Cuando te vi…
déjalo, no tiene importancia. Seguro que tienes hambre, voy a prepararte una
sopa.
La mujer se había
emocionado y sus ojos se habían vuelto vidriosos mientras luchaban por contener
las lágrimas. Tras escurrirse a la cocina, rápidamente comenzó a hervir agua.
Magdalena no sabía cómo rechazar su oferta así que se limitó al silencio. En un
pequeño espejo que había sobre un viejo modelo de teléfono fijo, confirmó que
la quedaba muy bien la ropa, el pantalón algo ceñido a su cintura, pero bien.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al verse calva.
Hollyfrey volvió con la
sopa lista e indicó a Magdalena que se sentara en una silla de madera anexa a
una mesa del mismo material que había en el centro del salón. La sirvió y se
sentó junto a ella, frente al candelabro de cobre que coronaba el centro del
mueble. En una vitrina junto a la pared había muchas fotos de la señora con dos
niñas, un niño, y un hombre adulto.
- Recuerdos enlatados,
nada más – dijo al advertir a la chica mirándolos.
- Son sus hijos, ¿no?
- Y mi marido, sí. Cada
mañana recorro el parque, es casi una tradición, pero no logro olvidarme.
- ¿Olvidarse?
- De todo, chica, de
todo. No me ha dicho su nombre, señorita.
Ella dudó, pero
respondió.
- Me llamo Magdalena.
- Mi pobre Magdalena…
nunca había conocido a nadie con ese nombre, y mira que en mis casi setenta
años he conocido a mucha gente. ¿Qué te había ocurrido? ¿Por qué estabas
desnuda en el parque?
Sopló la sopa y tragó.
Estaba caliente, pero al menos alejó aquel sabor de su garganta.
- No… no lo sé.
- No tienes que
contármelo si no quieres, pero si te drogaron o abusaron de ti, deberías de
contárselo a la policía – dijo la señora fijándose en los hematomas que habían
dejado las vías en su piel.
- Es más complejo que
todo eso, señora Hollyfrey.
- Puedes llamarme Mila,
ya somos amigas, ¿no?
Magdalena asintió y
siguió bajando el nivel de sopa, entreteniéndose en derretir los fideos antes
de tragarlos.
- La vida en sí es
compleja, joven Magdalena. Un día eres feliz y todo cobre sentido y al día
siguiente el cielo de vuelve gris, o verde, ya me entiendes. Sea lo que sea que
te atormenta, debes ser más fuerte, y no te preocupes por el pelo que volverá a
crecer.
- Muchas gracias señora
Hollyfrey – la mujer la miró apretando los labios. – Mila, quería decir Mila.
- Así está mejor.
- ¿Dónde están sus
hijos ahora, si no es mucho preguntar? La ropa que me ha dado, la de Melisa…
parecía nueva.
- Es nueva. Ella nunca
se lo puso. ¿Conoces la Escuela Formativa? Ya sabes, la de coliseo – Magdalena
asintió. – Mi hija pequeña estudiaba allí, justo la habían notificado que había
aprobado el examen que la faltaba para acceder a trabajar como funcionaria en
el Registro Civil. ¡Dios, fue uno de los días más felices de mi vida! Ella, su
novio, mis otros dos hijos con sus parejas, mi marido… dame un momento.
Mila Hollyfrey se
levantó a por otro pañuelo donde limpiarse los mocos y las lágrimas, y
prosiguió.
- Salimos todos juntos
a celebrarlo, ya sabes, como suele hacerse. Éramos una familia muy humilde pero
era una ocasión especial, ¡reservamos mesa en la Hastagliatella! ¿Lo conoces?
Magdalena asintió. Era
uno de los restaurantes de pasta y pizza más famosos de la Colmena, al que
incluso acudían de vez en cuando habitantes de la Piquera.
- Cuando acabamos de
cenar, volvíamos a casa tranquilamente todos juntos. La habíamos preparado una
sorpresa aquí, pero la Bruma… era al principio, cuando apenas sabíamos nada
sobre ello. No le dimos mucha importancia pero pronto supimos que las cosas no
iban bien, el ambiente estaba muy cargado, y nos dispersamos. ¡No podíamos ver
ni siquiera lo que teníamos delante! Yo conseguí abandonarla por casualidad,
mientras gritaba sus nombres. La policía me encontró y me hizo esperar, estaba
aterrada. Si yo había podido salir, ¿por qué ellos no? ¿Se habrían perdido?
Cuando se disipó… ya sabes lo que le ocurre a la gente que se queda demasiado
tiempo en la Bruma. Toda la gente a la que yo amaba, la sangre de mi sangre, mi
marido, sus parejas… acababa de encontrar el éxtasis de mi felicidad celebrando
con todos ellos, y se habían ido. Nunca jamás en lo que me quede de vida podré
olvidar los cadáveres descuartizados de mi familia. Me dijeron “tranquila,
señora Hollyfrey, encontraremos al asesino”. ¡Diez años han pasado! La forma en
la que estaban… no era normal, ningún hombre podía haber hecho eso, parecían
destrozados por alguna bestia. ¿Y sabes lo más triste de todo?
La chica negó con la
cabeza.
- Lo más triste de todo
es que moriré sin saber qué les pasó. Al menos pude enterrarles, o mejor dicho,
a lo que quedaba de ellos. Mi vida cambió en un instante y no te negaré que se
me pasó por la cabeza poner fin a todo con un montón de pastillas, pero no lo
hice, fui fuerte y no lo hice. Desde aquel día todas las mañanas he paseado por
el parque donde llevaba a mis hijos cuando eran pequeños, tal vez intentando
regresar a aquellos momentos, tal vez con la esperanza de volver a verlos y
reunirme con ellos. No lo sé, pero ese pequeño homenaje que aún les hago me ha
permitido encontrar a ti hoy. La ropa que te he dado era parte de la sorpresa que
habíamos preparado para Melisa, ¡elegida especialmente para el día de su
graduación! Al menos tú podrás llevarla por ella.
Magdalena se emocionó y
la abrazo muy fuerte, rompiendo a llorar las dos. Se acababan de conocer, pero
el relato de Mila Hollyfrey era un lamento desgarrador, y la chica, lejos de
poder ayudarla, únicamente se calló, sabedora de que era la gente como ella la
que sin saber por qué la había causado tanto daño. Por un momento, pensó en
quitarse la vida y evitar más daño innecesario, pero la señora tenía razón: si
la mantenía, tal vez en el futuro podría ayudar a alguien tal y como habían
hecho con ella.
- Supongo que tú
tendrás que irte – la dijo la señora.
- Así es, Mila. Debo de
continuar mi camino, aunque realmente no sé ni por dónde empezar.
La señora Hollyfrey la
agarró por la muñeca con fuerza y la miró directamente a los ojos. Los suyos
eran negros, un pozo de infinita oscuridad alimentado por todo lo que había
vivido.
- Puedo notarlo en tu
pulso, en tu sangre. No eres mala chica, Magdalena, así que no te martirices
por aquello que no está en tu mano. Creo que nuestro encuentro no ha sido
casualidad, ¡no puede serlo!
- Yo tampoco creo que
haya sido casualidad. La agradezco mucho todo lo que ha hecho por mí.
- No te preocupes,
querida. Creo que tienes un papel muy importante que jugar, lo veo en tus ojos.
- ¿Un papel? ¿En qué?
La señora agitó la
cabeza y volvió a mirarla, sonriendo forzadamente.
- Pamplinadas de una
vieja, no me lo tengas en cuenta. Toma esto también – dijo dándola un pañuelo
limpio para que cubriera su cabeza. – ¿A dónde irás entonces? Cuando te
encontré en el parque, había una tapa de alcantarilla en mitad del mismo, y
ninguna otra mañana me la había encontrado allí. ¿Por qué no empiezas por allí?
Tras el comentario,
Mila Hollyfrey la guiñó un ojo. Magdalena no quería revelarla nada, pero tras
ese comentario se sentía entendida casi al punto de pensar que la mujer que
tenía delante había podido leer dentro de sí. La chica asintió, y tras
abrazarla nuevamente, abandonó la casa y llegó al parque.
Al acercarse, pudo ver
a dos hombres delgados allí, merodeando de forma nerviosa. Vestían con
sudaderas y pantalones muy amplios, varias tallas superiores a las que deberían
llevar. Igual eran artistas urbanos o drogadictos. Uno de ellos se giró en su
dirección y la miró.
Era Taylor. El sol
sacaba a relucir sus cabellos dorados y lo recordaba de la noche anterior.
Ninguno alzó la voz, pero se acercaron.
- Sabía que estarías
aquí – dijo él al llegar a su altura.
- Taylor…
El otro chico se giró.
Esperaba que fuera Clark, pero desde lejos, parecía más menudo y menos
musculoso aunque la sudadera podía engañar.
- Fabio Salcedo, a su
servicio. Así que tú eres la famosa Magdalena.
- ¿Y Clark? ¿No ha
venido? – preguntó ella nerviosa.
Taylor bajó la cabeza.
No sabía cómo podía decírselo.
- Dios, no me digas que
el disparo…
- No fue el disparo –
dijo él.
Los lacrimales de
Magdalena la ardían. Casi sin voz, preguntó.
- Entonces… ¿por qué no
está? ¿Qué le ha pasado?
- Lo mataste tú, Magdalena.
La chica estuvo a punto
de desplomarse, pero entre los dos militares la agarraron.
- No recuerdo nada
desde la Bruma. Me sentí desmallarme, dormirme, y algunas imágenes oscuras me
atormentan como flashbacks, pero no sé nada más, Taylor… ¿qué le hice a Clark?
- Lo destrozaste,
arrancaste su cabeza de un zarpazo, y después, asesinaste a mucha gente
inocente. ¡Incluso niños! – respondió él entrando en furia.
- Bueno, ya está bien –
interrumpió Salcedo. – Debemos irnos.
- Así que es verdad… yo
soy el Monstruo… - murmuró ella.
- No te martirices, no
eres la única – la dijo el chico moreno. – A mucha gente la pasa lo mismo que a
ti, por eso te quería el Gobierno Central, pero ahora, tenemos que irnos antes
de que nos encuentren.
- Tiene razón Salcedo.
Debemos de ir a Manrilem, allí he enviado a mi familia y a la de Benjamín.
Luego hablaremos sobre esto.
- ¿Por qué a Manrilem?
– preguntó Magdalena a pesar de estar destrozada.
- Mis abuelos paternos
viven allí – respondió Taylor.
- Entonces, tu padre…
- Mi padre es de allí,
sí.
Magdalena calló. Si
Garret Longshallow había vivido en Manrilem, significaba que la tumba de
Eucharis Tesat debería de estar también en aquella ciudad.
- Antes de ir tenéis
que prometerme una cosa – dijo ella.
- Lo que sea, pero rápido
– respondió Salcedo. – Me estoy poniendo nervioso, y llevar la ropa de ese tal
Benjamín para disimular, me da mucho calor.
- Si vuelve a aparecer
la Bruma y yo estoy allí, por favor, matadme mientras todavía soy humana. No
quiero dañar a nadie más.
- Está bien – respondió
Taylor apretándose los dientes.
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