Magdalena - Capítulo VI
Al fin está aquí, el capítulo que todos y todas deseabais leer desde que leísteis el prólogo.
Es largo, es intenso, va a doler, y es el penúltimo capítulo de la primera parte de Magdalena.
Alto ahí, no os asustéis: no voy a dividir la novela en una saga de tomos interminables. Únicamente, entre este capítulo y el siguiente se cerrará la primera etapa del arco narrativo. Pero antes de seguir, el índice de capítulos.
LISTADO DE CAPITULOS
CRÉDITOS DEL CAPÍTULO
Créditos del Prólogo y Capítulo I
Capítulo VI – El Monstruo
- No puedo ir más
deprisa tampoco, ¿es que no lo ve?
- No me diga que no puede
hacerlo, ¡simplemente hágalo!
Doble-W estaba
nervioso. El científico correteaba de un lado a otro del laboratorio,
aguantando el chaparrón de improperios que el sicario escupía en su dirección.
Sobre la única camilla
del salón yacía Magdalena. Sus cabellos rizados ahora ocupaban una papelera en
una esquina, y todas las vías que tenía conectadas a su cuerpo no hacían más
que succionar su sangre poco a poco.
- ¿Usted entiende algo
sobre esto? Si aceleramos el proceso, morirá – dijo el más anciano de los dos.
- ¿Te crees que me
importa la chica? Yo sólo sigo órdenes y las cosas se están poniendo feas ahí
fuera, al menos hasta que lleguen los refuerzos, pero… ¿sabes lo que pueden
tardar en bajar hasta aquí?
El científico se
encogió de hombros.
- Lo suficiente como
para que usted pueda ser asesinado por uno de esos rebeldes. No sé si me
entiende.
Las amenazas de Doble-W
surtían efecto en el hombre, que nada más escucharlas comenzó a corretear por
la habitación intentando mantener el cuidado suficiente como para evitar
destrozos innecesarios.
La chica abrió los
ojos. Se sentía débil y la dolía mucho la cabeza. La luz de la estancia la dañó
y la obligó a parpadear. No podía moverse, la habían amarrado.
- Buenos días bella
durmiente – dijo el sicario.
- ¿Qué quieres de mí? –
acertó a balbucear ella.
- Te aseguro que visto
tu nuevo corte de pelo no busco lo mismo que todos los hombres.
Magdalena restregó la
cabeza contra la camilla y notó su piel chocando contra el tejido. Entonces, lo
recordó todo, el sonido de la maquinilla, sus lágrimas, sus gritos…
Fuera sonaron disparos.
Era una ráfaga solitaria. Frente a ella acertaba a ver una puerta blindada.
- No creo que quisieras
salir por ahí, hay mucha gente mala fuera – la dijo el Lich.
- ¿Dónde estamos?
- En el mismo sitio
donde te interrogamos, pero un poco más abajo. ¿Ves lo que pasa cuando eres una
niña mala? Que los mayores tenemos que ponernos serios y castigarte.
Magdalena se fijó en
los tubos que chupaban la sangre de su cuerpo. Cada vez se sentía más débil y
la daba bastante asco.
- Os lo ruego… parad…
no puedo más…
- ¿Amas a tu pueblo,
señorita?
- ¿A mi pueblo?
- Al pueblo de
Cadmillon, por supuesto.
- Yo… amo a mi gente, a
la cercana, a la Colmena…
- La Colmena, la Piquera…
¿sabes que todos están en peligro, verdad? Y todo por culpa de esa puta Bruma.
El móvil de Doble-W
comenzó a sonar. Era un teléfono de la marca Lemon, un LE-Phone último modelo.
El hombre miró un momento a la pantalla y dudó antes de responder, pero lo hizo.
- Está aquí conmigo –
dijo ante una pregunta formulada desde el otro lado de la línea.
La chica estaba
demasiado débil como para escuchar quién había realizado la llamada, pero por
el murmullo parecía un tono femenino y furioso.
- ¡No puedo darme más
prisa! Sí, perdone, no debería hablarla así. ¿En cinco minutos? Imposible.
Bueno, vale, está bien, en cinco minutos.
Tras colgar, suspiró y
miró a la mujer.
- Parece que vas a
tener suerte, en cinco minutos tenemos que irnos.
El científico se giró
hacia él.
- ¿Cinco minutos? ¡No
vamos a tener la dosis suficiente?
- Es lo que hay, señor
Kirfeller. Tendremos que conformarnos.
- ¿Y qué vamos a hacer
con ella?
- Dejarla aquí, ¿no ves
que no tiene fuerzas ni para moverse? Únicamente nos ralentizaría.
- Pero si esos
traidores dan con ella…
- Confiemos en que
nuestros soldados la encuentren primero y nos la devuelvan.
Las ráfagas de tiros
volvieron a sonar fuera, esta vez con más fuerza. El científico se acercó a
Doble-W y Magdalena pudo verlo, menudo, jorobado y prácticamente calvo,
embutido en una bata con restos de sangre sobre ella.
- No pensará salir por
la puerta principal – le dijo al más joven.
- Usaremos el túnel de
evacuación.
- ¿El túnel? ¡Hace
décadas que no se usa! Además… hay tramos que pasan relativamente cerca de las
alcantarillas. Puede ser peligroso.
- Más peligroso es
desobedecer a Lera Pyotrolai.
- Lera… Pyotrolai… -
murmuró Magdalena.
- ¿No crees que lo
mejor será que la matemos? Sabe muchas cosas y no deberías haber pronunciado
ese nombre delante de ella – dijo Kirfeller.
- Si sobrevive puede
sernos útil en el futuro. En cambio, de ti tal vez no pueda decir lo mismo. Ya
sabes, nuevo laboratorio, nuevos profesionales… ¿por qué debería de salvarte la
vida? No hemos visto avances en tu investigación.
- ¿Avances? ¡Estamos
trabajando día y noche! Si estamos en lo cierto, con la sangre de estos
híbridos podremos crear un efecto parecido a lo que se consigue con la Bruma.
¡Imagina lo poderosos que se volverán nuestros soldados! Si me matas, ¡todo eso
se perderá!
- La señorita Pyotrolai
me ha pedido pruebas, si no, tal vez sea mi cabeza la que pida en bandeja de
plata. Sí, de plata – dijo ante la aterrada mirada del científico. – Ya sabes
que ella no repara en lujos ni gastos.
- Pero el suero no está
depurado del todo. ¡Teníamos órdenes muy estrictas! Primero conseguir el máximo
de suministro posible y luego comenzar su producción en masa.
- Bueno, tenemos
muestras, ¿no? Podemos probar una en un paciente humano, y si realmente
funcionan, significará que el experimento funciona.
- Señor, sin ánimo de
ofender, no le recomiendo probarlo. El aumento metabólico es demasiado
arriesgado para un ser humano normal a día de hoy, lo hemos depurado para
probar en ratones y algunos han fallecido por ello. Si me dais dos semanas más
puedo alterarlo para que sea más seguro.
- No me recomienda
probarlo… señor Kirfeller, ¿tan inteligente que es y no se ha dado cuenta de que
en esta habitación estamos tres personas? Ya que haré caso a sus
recomendaciones, pues sabe mucho más que yo, agradecería que fuera usted el que
amablemente se sacrifique por la ciencia. No se preocupe, señor Kirfeller, si
sobrevive y demuestra que merece la pena seguiremos contando con usted – dijo
Doble-W asomando el cañón de su Beretta 92 F bajo su abrigo negro.
El científico
retrocedió dos pasos, aterrorizado.
- No tenemos mucho
tiempo, a la señorita Pyotrolai no le gusta que la hagan esperar – insistió el
sicario.
Kirfeller tragó saliva
y se acercó al mobiliario. Empujó un sensor de contacto y accedió a una caja
metálica, y sin quitarse los guantes, la abrió. El vaho gélido se despejó en
unos instantes, dejando a la vista muchos viales. Tembloroso, tomó uno en sus
manos, y tras volver a rogar con la mirada una piedad que nunca llegó, se lo
inyectó.
- ¿Y bien? ¿Te sientes
más fuerte?
- No me encuentro muy
bien… - respondió el científico.
Magdalena observaba
incrédula. Aquel hombre se acababa de inyectar su sangre, y de no ser suya,
sería de otra persona. Se escucharon más disparos fuera y el cristal de la
puerta blindada se tiñó con la sangre de los guardias muertos.
El científico comenzó a
retorcerse y se dejó caer de rodillas. Sus nudillos tocaron el suelo de gres
grisáceo mientras vomitaba, empapando su bata. Magdalena sintió como sus ojos
se salían de sus cuencas cuando su mirada pasó de la incredulidad al terror, y
Doble-W se levantó corriendo y se acercó al hombre.
- Aguante señor
Kirfeller, ya casi lo tiene.
Las venas del cuello se
ensancharon al ritmo de la presión sanguínea y su cara se tornó del color del
fuego. El poco pelo que le quedaba se desprendió y su columna crujió cuando se
retorció bruscamente hacia atrás. Doble-W apoyó su mano en el hombro del
científico y este lo miró directamente a los ojos, transmitiéndole el pánico
que sentía.
- ¡Sé fuerte!
¡Domínelo!
Kirfeller arreó un
manotazo al agente, arrojándolo contra la camilla de Magdalena y haciéndola
caer de lado. La chica se golpeó la cabeza en el rebote y el pistolero gimió de
dolor. El científico comenzó a hincharse enormemente, aumentando el tamaño de
sus hombros y brazos. El cráneo se fragmentó y comenzó a crecer pero su rostro
se mantuvo, formando una diminuta estampa al frente de su cara.
- Creo que tenemos que
irnos, señorita – le dijo a la muchacha.
Doble-W comenzó a
desatarla mientras el hombre continuaba su transformación. La bata se rompió en
mil pedazos y él comenzó a golpearse contra las paredes, incapaz de aguantar el
dolor de la mutación, arrojando todo tipo de material de laboratorio,
compuestos y cristales por el suelo. Magdalena consiguió levantarse apoyándose
en el hombro de Walter y respiró fuerte.
El científico miró a la
pareja y dio un paso en su dirección. Su mirada carecía de toda la inteligencia
que previamente había tenido.
- Deténgase, señor
Kirfeller – dijo el sicario apuntándolo con su arma.
- Usted me ha obligado
a hacer esto – dijo el hombre arrojando una caja a la derecha. – Huid mientras
podáis… ¡no puedo controlarlo más!
Kirfeller se dejó caer
mientras la pareja comenzaba a retroceder hacia la salida trasera. Al alzar la
cabeza, la transformación había finalizado y además del aspecto hinchado uno de
sus brazos se había convertido en una grotesca extremidad y el otro se había
dividido en dos.
La puerta de seguridad
se abrió de golpe y entraron tres hombres a través de ella: eran manifestantes.
Uno disparó con un revólver al científico, que pareció ignorar el disparo y
únicamente se llenó de ira. Tras dos zancadas, agarró con el brazo grotesco al
hombre por la cara y le reventó el cráneo. Otro de los hombres lo golpeó con un
pico de minería en la espalda, pero Kirfeller se revolvió y lo arrojó por los
aires.
- ¡Vamos, es nuestra
oportunidad! – gritó Doble-W a Magdalena.
La pareja atravesó la
puerta trasera y descendió por un túnel estrecho, dejando atrás golpes,
disparos y gritos. Las escaleras estaban húmedas pero la chica se agarró a la
barra lateral mientras el hombre intentaba que anduviera más rápido.
- Me ibas a haber
dejado allí… ¿por qué me ayudas?
- No soy tan malo como
puedo aparentar – dijo él sonriendo.
La puerta fue arrojada
por los aires de un impacto y cayó al suelo frente a ellos, rozando sus
cabezas. El monstruoso cuerpo de Kirfeller estaba cubierto por la sangre fresca
de los tres rebeldes y parecía haber perdido el control sobre sus acciones. Tras
proferir un monstruoso rugido, arrancó una de las patas metálicas de la camilla
y comenzó a descender tras ellos. Doble-W sacó una esfera del bolsillo y la
arrojó al suelo frente al mutante.
- ¡Quédate quieto,
cabrón!
La esfera destelló y
liberó un campo eléctrico frente a Kirfeller, que intentó atravesarlo pero
retrocedió tras recibir la descarga. Gruñó de dolor y volvió a intentarlo, pero
fracasó, llenando el aire de olor a carne quemada.
- Esa puta
electrogranada no lo va a mantener ahí mucho tiempo, debemos de darnos prisa –
dijo él.
La pareja aceleró el
paso y cruzó otra puerta, accediendo a un parking subterráneo donde había
varios vehículos antiguos, entre ellos la moto a la que el hombre se dirigió
directo. Se subió a ella y Magdalena lo hizo tras él, abrazándolo para no
caerse cuando arrancara. Por su cabeza se pasó la idea de intentar noquearlo y
robar sus llaves, pero estaba demasiado débil como para intentarlo.
Cuando el hombre
arrancó, la segunda puerta fue reventada por Kirfeller. La bestia gritó y
corrió hacia ellos, pero Doble-W logró acelerar la moto y comenzó a esquivar
los coches que estaban aparcados mientras el engendro les seguía los talones,
arrojando los vehículos con sus golpes y dificultando su huida.
El sicario sacó su
pistola alargando la mano derecha y disparó dos veces sobre el científico,
impactándolo en el bíceps de uno de los dos brazos menudos y en la mandíbula.
En respuesta, Kirfeller arrojó la pata metálica de la silla en dirección a la
moto, golpeando contra la rueda trasera cuando estaban cerca de salir del
parking. El golpe desestabilizó al vehículo y provocó maniobras bruscas.
Magdalena se mareó y fue incapaz de mantenerse agarrada, cayendo contra el
suelo y golpeándose en los antebrazos. Doble-W frenó y se detuvo, disparando
nuevamente sobre el científico.
- ¿Qué cojones es eso?
– gritó alguien desde la puerta.
- Da igual lo que sea,
¡dispara! – gritó otro hombre.
El primero de los dos
comenzó a disparar con su pistola a la abominación, mientras el segundo hizo lo
propio con su subfusil. Magdalena alzó la vista hacia ellos y le pareció ver
que uno era moreno y el otro rubio.
- No puede ser cierto…
- dijo.
Kirfeller agarró uno de
los coches, un Lock del 46, y lo arrojó hacia los dos hombres, que para
evitarlo, saltaron a los lados, adentrándose así en el parking. El rubio apuntó
a la cara de la criatura y descargó todo su cargador contra ella. El científico
intentó protegerse con su brazo monstruoso mientras avanzaba en su dirección.
Cuando se quedó sin balas, la bestia comenzó a correr hacia él, obligándolo a
protegerse detrás de uno de los vehículos estacionados para poder recargar.
Doble-W no daba crédito
a lo que veía. Aquellos dos chicos no parecían proletarios descontentos. Se
acercó a Magdalena, que seguía postrada en el suelo, y la alzó agarrándola de
la cintura.
- Tenemos que irnos,
señorita. La cosa se va a poner aún más fea – la dijo.
- ¡Deja a mi chica en
paz! – gritó el chico moreno.
Clark se abalanzó sobre
el sicario, desequilibrándolo y haciendo caer a los tres al suelo nuevamente.
Magdalena los miró y vio a su novio sobre el hombre, preparado para golpearlo
en la cara. Doble-W detuvo el golpe y apretó fuerte su mano, haciéndola crujir.
El chico se quejó y perdió el impulso, haciendo que el Lich lograra dar la
vuelta a la tortilla y pudiera hacerlo perder el equilibrio para ponerse sobre
él.
Taylor no dejaba de
correr mientras Kirfeller lo seguía. Incapaz de recargar, agarró el subfusil con
su mano izquierda y tomó la pistola en la derecha. Los vehículos chocaban entre
sí dejando un rastro de gasolina y cristales rotos, y la iluminación led del
techo comenzaba a apagarse al son de las bombillas rotas. Sin previo aviso,
apuntó al científico con el arma y consiguió impactarlo en el ojo izquierdo,
incrustando una bala en su cerebro. Kirfeller se llevó las tres manos a la
cabeza y gritó.
A lo lejos se escuchó
un disparo.
Con más celeridad de la
habitual, Kirfeller golpeó con los dos pequeños puños a Taylor, arrojándolo
contra el capó de un coche. El muchacho se reincorporó rápidamente a pesar del
dolor y pudo esquivar por los pelos un golpe de martillo de la monstruosa
extremidad. Pensó rápido, y tras ver a la abominación recubierta de gasolina,
encendió su mechero y se lo arrojó. Kirfeller se prendió en llamas e intentó
revolcarse por el suelo, pero dado que todo estaba impregnado de aceite,
únicamente aceleró el proceso. Antes de que Taylor pudiera hacer nada, había
dejado de moverse.
El militar alzó la
vista y vio a Clark postrado en el suelo y al Lich agarrando a Magdalena por el
cuello mientras intentaba llevársela a la moto. Si fallaba, podría darla a
ella, pero no falló. Con un único disparo impactó a Doble-W en el brazo que
apresaba a la chica, permitiéndola liberarse y correr en dirección a Taylor.
Este volvió a disparar al sicario pero falló, y en respuesta el hombre hizo lo
mismo pero el muchacho pudo cubrirse tras una de las pocas columnas que seguían
en pie. Tras recargar rápidamente su subfusil, desató una ráfaga de disparos
sobre su oponente, obligándolo a cubrirse tras la moto. Magdalena se detuvo
junto a Clark y se tiró al suelo a su lado. Taylor avanzó y se colocó detrás de
los restos de un vehículo sin perder de vista la ubicación del sicario.
- Esta vez ganas tú,
muchacho – le escuchó decir.
Tras impactar contra el
suelo, la bomba de humo comenzó a desperdigar su gas por la estancia. Taylor
volvió a disparar en su dirección pero lo único que obtuvo por respuesta fue el
rugido de la moto al arrancar. En apenas un par de minutos todo volvió a la
normalidad y no quedaba ni rastro de Doble-W.
“¡Clark! ¡Magdalena!”,
pensó mientras corría en su dirección. La muchacha lloraba, arrodillada junto a
él. El chico sangraba a través de una herida en el costado. Taylor se arrodilló.
- Lo ha disparado –
dijo la chica entre lágrimas.
- Estoy bien…
- No es mortal – dijo
Taylor tras examinar la herida. – Vamos a taponar la herida para evitar que
pierdas mucha sangre. La bala no ha alcanzado ningún órgano vital, así que si
lo hacemos bien, te recuperarás. ¡Reacciona, Magdalena! ¡Necesito tu ayuda!
El militar arrancó las
mangas de su sudadera y preparó un vendaje improvisado con ayuda de Magdalena.
Clark se reincorporó poco a poco, dolorido. Escupió sangre.
- ¿Puedes andar?
Tenemos que salir de aquí – le preguntó el militar.
- Sí… creo que sí…
Clark se apoyó en los
hombros de las otras dos personas y probó a dar unos pasos. El soldado le dio
los mapas de los túneles a la chica y guardó su subfusil para tomar en la mano
derecha su pistola al necesitar el otro brazo para cargar con su compañero.
- Habéis venido – dijo
ella. – Habéis venido a por mí.
- Cómo… cómo iba a
dejarte aquí, florecilla… - le dijo su novio mientras intentaba contener el
dolor.
Los tres comenzaron a
aventurarse en la oscuridad al dejar atrás el parking.
- Tenemos que encontrar
una salida cercana utilizando las alcantarillas. Clark necesita un médico, pero
uno de la Colmena, es importante que no lo vinculen con las manifestaciones
violentas de hoy… y creo que tú también necesitas otro.
- Yo estoy bien,
únicamente algo débil… y calva – dijo ella.
- Encontraremos una
bonita peluca – la respondió Clark, bromeando como ella.
“No tengo tiempo que
perder haciendo el puto aguanta velas”, pensó Taylor. Los túneles estaban
oscuros, quitando la pequeña iluminación cercana al parking secreto que
serviría a los científicos y a la élite para acceder a los laboratorios. El
olor a humedad y a mierda llenaba el ambiente, y tras ellos, el humo del
incendio flotaba sobre el cadáver del científico.
- Hoy estoy de fuego
hasta los cojones. Debe de ser mi elemento – dijo el rubio en voz alta. – Es
una larga historia.
Las goteras y el sonido
de las aguas residuales acompañaban al paseo de los tres compañeros. Al fin
habían logrado encontrar a la chica y habían tenido la suerte de que fuera su
amiga, pero la situación se los había ido de las manos.
- ¿Cómo sabíais que
estaba ahí? – preguntó ella.
- Siempre es bueno
tener amigos hasta en el infierno – respondió Taylor en memoria de lo
acontecido en la Academia Formativa. – Y suerte.
- Aunque nuestra idea
era llegar por aquí – respondió Clark articulando mejor las palabras. – Pero la
cosa cambió fuera. Ha habido un atentado y yo… estaba muy preocupado por ti… y
la gente… no ha aguantado más, han asaltado varios edificios del Gobierno
Central.
Magdalena se
sobresaltó, incómoda. Con aquella mención, un breve flashback cruzó rápidamente
por su cabeza, recordándola los sueños reveladores que había tenido en el
laboratorio. Aquel no era el momento de decirle nada a su amigo, primero tenían
que ponerse a salvo.
- Todo es culpa de esos
embaucadores del Culto, ¡están intentando convencer a todo el mundo de que la
culpa de que pasen estas cosas es nuestra, de nuestros pecados y todas esas
mierdas! Estaban con un puto megáfono volviendo locos a los manifestantes, y al
final mira, ha acabado todo esto con muchísimas muertes – dijo su amigo.
Ella tragó saliva.
Sabía más de lo que les había dicho. Ese era el motivo de que no hubiera
querido reunirse con Taylor y por lo que evitaba a Clark.
- Magdalena… - comenzó
a decir Taylor. – Esa cosa que nos ha atacado en el parking… ¿qué era?
Ella tragó saliva
nuevamente.
- Era un científico. El
doctor Kirfeller, por lo que tengo entendido.
- No me suena de nada
ese nombre, pero su apariencia… ¿qué le había pasado? ¿Qué te estaban haciendo
en ese laboratorio?
- No… no es el momento…
- dijo Clark.
- Querían mi sangre –
respondió ella ignorando a su novio.
- ¿Y para qué podían
querer tu sangre? Es muy raro que alguien vaya al CID. Sé lo que hicieron con
los demás pasajeros. Ellos… nosotros, debería decir, hacemos eso cuando la
gente ve más que lo que debe, y ese tal Kirfeller se parecía mucho a los
monstruos que aparecen en la Bruma.
- Así que tú también
has participado en esas matanzas… – dijo ella profundamente decepcionada.
- Si estoy aquí es
porque he renunciado a ser soldado, es lo único que importa. Respóndeme
sincera, ¿qué relación hay entre Kirfeller, tu sangre y la Bruma?
Magdalena miró el mapa
y encontró la salida que buscaban. Por suerte, estaba muy cerca. Los tres se
detuvieron cuando escucharon corretear alrededor suyo, en los túneles.
- No hagáis ruido –
murmuró Taylor en voz baja.
Tras soltar un segundo
a Clark, apagó la luz del móvil que llevaba en el bolsillo del pecho para
iluminar su camino. Había unas escalerillas junto a ellos. Magdalena fue la
primera en subir, poco a poco, intentando no hacer ruido.
Dos de ellos sabían que
era lo que había en los túneles.
Clark intentó agarrarse
pero no tenía la fuerza necesaria para subir. Respiró fuerte, pero era
imposible. A lo lejos se escuchó un gruñido. No se parecía en nada al sonido
emitido por los animales que ellos conocían. Empezó a oler raro, y la luz que
se filtraba del exterior a través de la apertura, comenzó a nublarse.
“No puede ser”, pensó
el soldado. Se aferró a la escalerilla e indicó a Clark que se agarrara a su
cuello, realizando un gran esfuerzo físico para subir antes de que la Bruma lo
inundara todo.
Al llegar arriba, dejó
a su amigo a un lado y cerró rápidamente la trampilla en un intento desesperado
de que fuera lo que fuera que habían escuchado allí dentro no saliera detrás de
ellos. Al girarse pudo ver a Magdalena llorando de rodillas.
- Lo siento, lo siento
muchísimo – dijo ella entre lágrimas. – Debéis iros.
- No podemos
abandonarte aquí – la respondió su novio. – No hemos hecho todo esto para nada.
La Bruma comenzó a
filtrarse a través de todos los accesos de las cloacas hacia la calle. Habían
aparecido en una cuesta. A un lado tenían la fachada de un gran edificio
residencial y a su izquierda había dos pequeños patios comunes que daban a
varios pisos más pequeños. Delante y detrás había dos calles principales.
- Iros, de verdad. No
os preocupéis por mí – repitió la chica quitándose de encima los brazos de su
novio.
Él intentaba abrazarla.
- ¡He dicho que no
pienso irme sin ti! ¿No te enteras? ¡Así que levántate y vamos a por mi puto
Fivrolet P-78!
La densa neblina de
color esmeralda se filtraba desde el suelo como si fuera el gas contaminado de
una fábrica. Taylor sacó su subfusil y, de repente, lo entendió todo.
- Clark, tenemos que
irnos.
Él no se movió del lado
de Magdalena, que se había colocado en posición fetal mientras lloraba. La
calle estaba en silencio pero se podía escuchar aún el sonido de los disturbios
algo más allá.
- ¡Clark, ostia,
tenemos que irnos!
- ¡No sin ella! –
respondió.
Magdalena comenzó a
convulsionarse y se tornó hacia atrás, haciendo crujir todo su cuerpo. Clark la
miró horrorizado y consiguió levantarse a pesar del dolor de la bala. Taylor lo
agarró por el hombro y tiró de él, pero se liberó y volvió a sentarse junto a
ella.
- ¿Qué coño le ocurre,
Taylor? – preguntó a voz en grito a su compañero.
De un zarpazo, la
cabeza de Clark salió volando por los aires antes de caer sobre la corteza
artificial que decoraba uno de los dos patios. La sangre roció todo el
pavimento y el cuerpo decapitado cayó tendido sobre el suelo. Taylor comenzó a
correr hacia abajo buscando huir de la Bruma.
Se lo tenía que haber
olido, pero la adrenalina de aquel día y la resaca del anterior no le habían
dejado pensar con claridad. Le dolían todos los músculos del cuerpo, pero en
Río Negro le habían acostumbrado a pasar más días sin dormir y a entrenar duro.
No podía hacer nada
para enfrentarse a ella. Ya habían visto a esas cosas primero y la única forma
de abatirlas era usando artillería pesada, algo que, por desgracia, no tenía.
El golpe se sintió como
el impacto de un misil. El cristal saltó por los aires y algo se introdujo en
la vivienda. Taylor se protegió de la lluvia de vidrio y escuchó los gritos de
terror que venían del interior. Fuera lo que fuera aquella cosa, estaba
despedazando a los habitantes del edificio. Derribó la pared e hizo lo mismo
con los del piso de al lado, y gracias al ruido, comenzaron a iluminarse todas
las ventanas del vecindario. El soldado disparó contra una de ellas para atraer
la atención de aquello mientras seguía corriendo.
Cuando saltó delante de
él, aún tenía en sus fauces el cuerpo de un niño moreno de no más de seis años.
Mirándolo fijamente, apretó, destrozándolo, y acto seguido comenzó a tragar.
Era repugnante.
- ¡Detente, ostia! –
gritó Taylor disparándolo.
Las balas impactaron en
el torso de la criatura pero no lograron atravesar su dermis. Era de color azul
grisáceo, como un tiburón, pero uniforme menos en la espalda que era casi
negro. De su cabeza colgaba una cresta rizada de color castaño y de su pecho lo
hacían dos grandes senos llenos de vasos sanguíneos, tan marcados como los de
sus musculosos brazos y piernas. Su nariz era chata y separaba dos ojos
rasgados; bajo ellos, dos hileras de afilados dientes trituraban los restos del
niño. La sangre fresca de las personas asesinadas decoraba sus garras, dientes,
pecho y nariz. Cuando terminó de tragar, rugió.
- ¡Detente, hija de
perra! – gritó otro hombre.
De uno de los pequeños
pisos laterales surgió un señor en pijama. Tendría entorno a sesenta años, pelo
blanco y una escopeta entre sus manos. Tras él corría una mujer joven que
llevaba un bebé en brazos y otro niño de la mano. El hombre disparó con su
escopeta a la criatura, dañándola.
- Ven a por mí si
puedes, jodida abominación – la increpó.
El monstruo saltó hacia
el hombre, que entró torpemente en el portal cerrando tras de sí una puerta
acristalada. La mujer con los hijos, que podría ser su hija, llegó a un
vehículo e intentó abrirlo de la mejor manera que pudo. Taylor disparó a la
bestia por la espalda, pero su calibre era ineficaz. De un golpe reventó la
puerta de cristal y accedió al portal que se había iluminado por los sensores
de movimiento.
- ¿Qué ocurre ahí
abajo? – gritó otro hombre escaleras arriba.
La Bruma comenzó a
filtrarse dentro del edificio. Un segundo disparo de escopeta enrabietó más al
monstruo.
- ¡Cierra la puta
puerta y no dejes que entre nadie! – gritó el señor.
Taylor, incapaz de
ayudar, siguió corriendo hacia abajo, llegando así a una de las calles
principales. Cuando intentó alcanzar el coche en que se había montado la familia,
ésta comenzó a acelerar, dejándolo atrás. Tras de sí dejó los gritos de dolor
del hombre mientras la criatura lo destrozaba, algo que por suerte duró poco.
Estaba aterrado. No
sabía hacia donde huir ni cómo poder parar los pies a la bestia que, si no se
equivocaba, era su amiga. Pronto llegarían los militares, pero frente a él la
gente comenzaba a salir a la calle, dispuesta a huir como cada vez que aparecía
la Bruma. Magdalena no lo había seguido y por el ruido que provenía de los
pisos cercanos, seguramente había entrado en alguna vivienda dispuesta a seguir
matando.
- ¡Meteros en vuestras
casas y no salgáis! ¡Cerrad con llave, pestillo, candado, todo lo que haga
falta, ostia! – comenzó a gritar el militar a voz en grito.
La gente lo miraba
desconcertada mientras intentaban acceder a sus vehículos para huir de la
Bruma. Los más desafortunados lo hacían andando. La paz duró poco, pues el
monstruo saltó desde una ventana a la mitad de la calle.
- Mamá, ¿qué es eso? –
se escuchó preguntar a un niño.
La criatura miró a toda
la población con el gusto de haber encontrado un tesoro, saboreando el aire
como aquel que se dispone a disfrutar de un buen festín.
Los gritos de terror y
pánico se perdían como murciélagos entre las farolas que, silenciosas, fundían
sus ocres luces con la esmeralda de la extraña niebla. El monstruo saltó sobre
sus nuevas víctimas, una pareja de piel negra, y los descuartizó, bañando el suelo
urbano con los restos de sus piernas y brazos. Taylor corrió a esconderse en un
callejón y sacó su teléfono para enviar su ubicación a Sreader. Después lo arrojó
a un cubo de basura y volvió a la vía principal.
La bestia continuó
sembrando destrucción a su paso mientras los inocentes de la Piquera intentaban
sobrevivir cada a uno a su manera. Taylor disparó una nueva ráfaga sobre ella
mientras destripaba a un señor obeso que le recordaba a uno de los banqueros
que había visto en los informativos, alcanzando su oreja derecha y destrozando
el cartílago. Aquello la hirió y provocó que interrumpiera su banquete, así que
tras tragarse las tripas del hombre como si fueran salchichas, posó su mirada
en el chico.
- Para de una puta vez,
¡ostia!
La criatura lo miró
curiosa y comenzó a avanzar hacia él a cuatro patas. Exhaló el aire a través de
su boca y el vaho creó un surco entre la Bruma. El militar la apuntó de nuevo,
pero no disparó.
- Sigues ahí dentro,
joder, ¡recupera el control!
Cada vez tenía más
cerca al monstruo y en sus ojos le pareció ver por unos instantes la mirada de
su amiga. Ella se detuvo y se alzó sobre sus cuartos traseros, imponente,
demostrando ser mucho más alta que el chico. Rugió, pero él se mantuvo firme.
- ¡Acabad con ella,
panda de cabrones!
Disparos y más
disparos, provenientes de varias direcciones. Los soldados estaban llegando y
habían abierto fuego sobre la criatura, que al verse bajo ataque, se revolvió,
saltando en su dirección y despedazando a la infantería. La voz que dio la orden
era Sreader.
Dos patrullas de
policía llegaron a toda velocidad y Magdalena arrojó el cadáver de un hombre
sobre el cristal de uno de los coches, provocando que se estrellara contra una
farola. Taylor huyó, intentando alcanzar otro de los callejones paralelos al
cual había usado para avisar a su coronel. Con las prisas y el miedo se der
detenido, no se fijó en uno de los recién llegados que salió tras él.
- ¡No salgan de sus
casas! Repito, ¡no salgan de sus casas! ¡El Gobierno Central está controlando la
situación!
Uno de los policías
estaba avisando por megafonía a los ciudadanos, pero llegaba tarde pues el
suelo ya estaba recubierto con su sangre. El asfalto de hundió bajo el ruido de
los tanques que abrieron fuego con sus ametralladoras pesadas sobre el
monstruo, impactándolo en la espalda y provocando que gimiera de dolor.
Viéndose atrapada, Magdalena golpeó la entrada a las alcantarillas y saltó,
dándose a la fuga.
Taylor alcanzó el
callejón. Era estrecho y a ambos lados colgaban las escalerillas de las salidas
de emergencia de los edificios. En el suelo había cartones y basura acumulada,
y a medio camino, una pequeña alambrada y cajas de madera que seguramente
conectaran con algún rincón de la Colmena. El soldado se acercó, dispuesto a
subir por las cajas y saltar.
- No des ni un paso más
– le dijo una voz familiar desde la retaguardia.
Al girarse, la poca luz
que había le permitió reconocer al hombre. Era Fabio Salcedo.
Uf, que tensión !!!
ResponderEliminar¡Ahora solo puede ir a más!
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