Magdalena - Capítulo IV
Apurando un poco, que ya es domingo, os traigo el siguiente capítulo de la novela Magdalena. Os puedo prometer que el de hoy será realmente revelador.
Cómo siempre, por si esta es la primera vez que os sumáis a las más de doscientas personas que siguen la novela, os dejo todos los enlaces actualizados por capítulo y por crédito.
LISTADO DE CAPITULOS
CRÉDITOS DEL CAPÍTULO
Créditos del Prólogo y Capítulo I
Capítulo IV – La prisión del tiempo
Gritó y pataleó, pero
no sirvió de nada. Estaba aterrada y no sabía cómo podía salir de allí.
Le dolían mucho los
nudillos. Había roto la silla del interrogatorio contra el cristal blindado de
la sala, pero de poco había servido. Dos lágrimas caían lentamente por sus
mejillas recorriendo sus surcos como los ríos en primavera.
Se sentó en el suelo y
comenzó a mirar a las rendijas de la ventilación. Le parecía escuchar algo al
otro lado, pero quizá era su cabeza jugándola una mala pasada y amenazando con
volverla loca.
“¿Cuántas horas llevo
ya aquí?” No había respuesta a aquella pregunta. “Tal vez dos, tal vez
cuatro…”. Lo peor era el estrés: odiaba estar encerrada. A su alrededor
únicamente podía encontrar paredes color marfil, una mesa bastante vieja y el
gran cristal.
Doble-W abrió la puerta
y entró, llevando consigo una silla plegable y una carpeta.
- Vaya, no te ha
sentado bien venir aquí – dijo con tono sarcástico.
Ella intentó lanzarse
contra él, pero de un tortazo la sentó en el suelo.
- ¿Por qué me hacéis
esto? – preguntó Magdalena entre lágrimas.
- Lo sabes muy bien,
así que cuanto antes respondas a mis preguntas, antes podrás irte a casa.
- Los dos sabemos que
no me dejarás ir, no después de lo que hicisteis a la gente del metro.
- Habría sido muy
egoísta dejarlos con vida, ¿no crees? Unos pocos con un potencial tan grande de
hacer daño… imaginad lo que podría pasar si el pueblo de Cadmillon descubre que
existen esas criaturillas correteando por los túneles del metro.
- ¿Ya lo sabíais?
- ¿Tú no? ¿Después de
tantos años? Por favor, Magdalena – Winterlich posó la carpeta sobre la mesa y
la abrió. – Estaba yo pensando… ¿qué puedes decirme sobre tus padres?
- Sólo te pido que no
le hagas daño a mi padre, por favor… él no tiene la culpa de nada.
- ¿A tu padre? ¿O tal
vez debería decir a tu tío?
Magdalena se quedó
muda.
- Bien, vamos entendiéndonos
– dijo él. – Me gustaría saber más sobre tus padres biológicos, así que si me
das lo que quiero, tal vez yo pueda contarte algo más y mantener a tu tío al
margen de esto, siempre que no haga demasiadas preguntas.
- Mis padres murieron, y
yo… yo nunca llegué a conocerlos. Mi tío me dijo que ella murió en el parto y
él poco después. No sé más… ¡lo juro!
- ¿Y nunca te has
preguntado por qué pasa lo que pasa? ¿Por qué la Bruma saca lo peor de algunas
personas? Gente marcada por el destino, sin duda.
- No sé a qué te
refieres y no tengo tiempo para pensar en ello. Estoy completamente centrada en
mis estudios, así que por favor, se lo ruego, déjeme ir.
- ¿Después de haber
presenciado lo que has presenciado? Puedo ofrecerte el mismo destino que al resto
de pasajeros.
Esta vez la chica
volvió a sentir la necesidad de llorar, pero no la quedaban lágrimas dispuestas
a sacrificarse por ella. Doble-W se levantó y abandonó la habitación, dejándola
con la única compañía de su soledad.
Volvió a escuchar el ruido
que provenía de los conductos de ventilación. Pestañeó varias veces, cada vez
más deprisa, y se frotó los ojos. Habían comenzado a picarla mucho.
Gritó y se pegó contra
la pared, aterrada. Una niebla verdosa comenzó a manar de aquellos conductos,
lentamente, amenazando con llenar toda la habitación. No tardó en atravesar los
orificios nasales de la chica y en inundar sus pulmones. Arañó, pataleó, e hizo
todo lo que pudo por evitarlo, pero fue en vano. Al cabo de unos minutos se
dejó caer, rendida.
Tal y como había
llegado se fue. La niebla se disipó. Magdalena comenzó a respirar agitada el
aire puro e intentó recomponerse. La puerta volvió a abrirse y Doble-W entró
otra vez por ella.
- Te veo muy nerviosa,
¿ha pasado algo?
Magdalena se moría de
ganas por borrar aquella sonrisa estúpida de su boca.
- He estado tirando un
poco del hilo y creo que voy a poder sacarte de aquí – dijo él.
A ella se le iluminaron
los ojos. Dos hombres armados entraron detrás de su interrogador, protegidos
por cascos, chalecos antibalas y porras. Agarraron a Magdalena por los brazos
mientras Walter Winterlich cubría su cabeza con una bolsa, para después
arrastrarla fuera de la sala de interrogatorios.
- ¡Alto! ¿A dónde me
lleváis?
No obtuvo respuesta.
Sus piernas se revolvieron a través de laberínticos pasillos, no siempre
haciendo pie, hasta que finalmente perdió el conocimiento por culpa del poco
aire que la permitía respirar la bolsa que envolvía su cabeza.
Al recuperarlo, ya no
estaba en ninguna comisaría. A decir verdad, no sabía exactamente a dónde la
había llevado Doble-W desde la estación de Termas, era una especie de edificio administrativo
del Gobierno Central; pero ahora estaba totalmente desorientada y encadenada.
Intentó mover piernas y
brazos pero era inútil. Sin duda aquello era una especie de celda de alta
seguridad de apenas diez metros cuadrados. Miró hacia abajo y la habían
cambiado la ropa por un “look” naranja de presidiario.
Al menos aún notaba su
larga caballera sobre las sienes. Intentó gritar pero no pudo, no tenía voz.
Intentó forzar los grilletes pero no logró nada. A su alrededor únicamente la
envolvía un lugar oscuro y siniestro, lleno de muescas y arañazos de los que
tuvieron el dudoso honor de estar allí antes que ella.
Una mujer vestida de
enfermera entró en la estancia usando lo que parecía una tarjeta magnética.
- ¿Dónde coño estoy? –
preguntó Magdalena.
No la gustaba ser mal
hablada, al menos no después de conocer la responsabilidad que portaba, pero en
aquellos momentos no podía controlar sus modales.
- Traga – dijo ella.
La enfermera metió un
puñado de pastillas en la boca de la prisionera y se la mantuvo cerrada,
taponando sus fosas nasales hasta que no la quedó más remedio que tragar.
Después, dio media vuelta y se fue.
Pronto comenzó a
sentirse tremendamente cansada. Toda la adrenalina y la tensión de los momentos
previos comenzaron a disiparse y sus párpados empezaron a sentirse pesados.
- Me… habéis… drogado…
Cuando se quiso dar
cuenta, estaba soñando. Era un sueño lúcido, y ella era plenamente consciente.
Parpadeó rápidamente y se pellizcó el brazo en un intento de despertar pero fue
en vano.
Abrió los ojos de golpe
y ya no se encontraba en la celda. Igual aquellas pastillas habían provocado
que pasara de nuevo, pero lo que más la extrañaba era que no sentía ningún tipo
de dolor ni siquiera en las muñecas, donde debía de aparecer la marca de los
grilletes.
Magdalena avanzó por un
estrecho pasillo a oscuras y al final encontró una solitaria puerta de madera.
Giró el pomo y la abrió. Por alguna extraña razón, hasta cruzar su umbral no se
fijó en la estancia que la rodeaba. Cerró la puerta a su paso y se tapó los
ojos unos instantes hasta acostumbrarse a la luz. Las enfermeras corrían a un
lado y a otro, de derecha a izquierda e incluso en la dirección contraria.
Estaba en un hospital,
pero no en uno que conociera. Ella únicamente había acudido al hospital de su
sector de la Colmena cuando su tío estuvo enfermo o cuando la tocaba vacunarse,
a pesar de que las vacunas siempre llegaban demasiado tarde a manos de la gente
pobre. Aquel lugar no se le parecía en nada, estaba terriblemente limpio, casi
tanto que el pavimento del suelo reflejaba los focos que iluminaban la
estancia.
Igual estaba muerta.
Frente a ella encontró
un cristal similar al de la sala de interrogatorios, y con curiosidad, se
acercó. Al otro lado había un montón de incubadoras realizando su mecánico
trabajo sobre los niños y niñas recién nacidos. Una enfermera negra pasó a su
lado sin cuidado, como si ella no estuviera allí. Se esforzó para intentar
escuchar lo que decían pero no entendía su idioma.
“Todo esto es muy
extraño”, pensó. Dejó a un lado la incubadora y continuó andando hacia la
derecha, encontrando nuevamente una única puerta entreabierta al final del
pasillo. Se apoyó levemente para mirar dentro y lo único que vio fue a una
mujer postrada en una camilla con un bulto entre sus brazos y a un hombre
frente a ella. La mujer tenía el pelo castaño claro y estaba sudorosa, vestida
con ropa de hospital; frente a ella, el varón portaba guantes y un mono de
protección, seguramente para evitar traer bacterias del exterior. Bajo la red
que cubría su alopécica cabellera asomaba algún cabello cenizo.
- Llévatela, llévatela
lejos de aquí – dijo la mujer entre lágrimas.
- ¿A dónde? ¿Dónde
quieres que vaya? – respondió el hombre.
- Donde sea. Busca a mi
hermano en Cadmillon, él os dará alojamiento y comida para poder empezar de
nuevo lejos de aquí.
- ¿Y tú? ¿Piensas
abandonar a tu hija así?
- Cyrus… me estoy
muriendo. Nos lo avisaron los médicos desde el momento en que me quedé
embarazada… el cáncer… he renunciado a la quimioterapia por ella. No hagas que mi
muerte no sirva para nada, no hagas que su vida sea inútil.
El rostro del tal Cyrus
se llenó de lágrimas. Intentó hablar, pero no pudo, así que respiró fuerte y se
limpió la cara antes de volver a intentarlo.
- Pero… amor mío… ahora
puedes recibir el tratamiento…
- Estoy demasiado
débil, no puedo sobrevivir a la terapia. Yo elegí esto, la elegí a ella por
encima de mí misma. Estos meses hemos tenido suerte, pero sabes que nos buscan,
llevan tiempo haciéndolo.
- Yo me enfrentaré a
ellos, por ti y por mi hija. ¡No voy a dejar que me arrebaten lo que más quiero
únicamente por lo que hay en mi sangre! Es mía, no les pertenece.
- Ellos… llevan
décadas… siglos… no lo sé con exactitud, pero llevan muchísimo tiempo preparándolo
todo. Por eso se fundó Cadmillon, allí estaréis a salvo…
- Cadmillon es una
ciudad de mierda donde los ricos no hacen más que joder a los pobres, ¡no es para
eso para lo que se fundó! Por muy buenas intenciones que hubiera detrás, hoy en
día no nos espera más que la miseria y la esclavitud.
- Pero al menos
viviréis… ¡Cyrus, escúchame! Gente de todo el planeta acude a esa ciudad, lleva
años siendo así… allí no podrán encontraros, no se atreverán. “Una ciudad donde
todas las lenguas se vuelven una”, recuerda.
- “Una ciudad donde
todas las lenguas se vuelven una”, lo sé, por eso se construyó sobre los restos
de aquella maldita torre. ¿Te crees que me importan esas historias? Me
importáis vosotras, Eucharis, y nada más.
Un golpe sacó a
Magdalena del trance hipnótico que la mantenía inmóvil visualizando aquella
escena. Las dos personas que hablaban le resultaban familiares, pero lo que vio
al girarse la aterró. El sonido provenía de puerta por la que ella había
accedido al hospital, y mientras la miraba, sonó otra vez. El pomo comenzó a
girar y se abrió lentamente, mientras un brazo grisáceo y musculoso comenzó a
restregarse por la pared, acabando su mano en afiladas garras. Tras ellas un
cuerpo encorvado llegó al pasillo.
Parecía un gorila, pero
era algo mucho más perturbador. Una cresta de color castaño rizado era el único
pelo que tenía, y a su musculoso cuerpo lo acompañaban dos monstruosos senos
llenos de vasos sanguíneos y un rostro desolador: nariz chata, ojos rasgados y
unas fauces con dos hileras de dientes afilados que recordaban a la mandíbula
de un tiburón. Sus cuádriceps se tensaron cuando la bestia se alzó a dos patas
mientras olfateaba el ambiente como un perro de presa, fijando su mirada sobre
la chica.
Magdalena retrocedió
lentamente, empujando con su trasero la puerta que daba a la habitación de
Cyrus y Eucharis. La criatura no la quitaba la vista de encima, y por cada paso
que ella daba, el ser daba otro igual, caminando a cuatro patas, repartiendo el
peso entre los cuartos traseros y sus poderosos brazos. A su alrededor nadie
más parecía fijarse en la presencia de aquella extraña pareja. Magdalena llegó
a la altura de Eucharis y pudo ver que el bulto que tenía entre los brazos era
un bebé recién nacido.
El monstruo comenzó a
correr hacia ella. Llegado ese punto, no había nadie más en el pasillo, y la
madre y el padre también habían desaparecido. Estaban solos. Magdalena entró en
pánico, sabedora de que no tenía escapatoria: no había ninguna otra puerta
cerca y no podía franquear el pasillo estando allí la bestia. La única opción
era saltar por la ventana.
Se asomó al cristal y
lo único que vio era niebla y nubes, así que no sabía ni la altura a la que se
encontraba ni qué había al otro lado. Seguramente moriría, pero si dejaba que
la alcanzase, moriría seguro. La criatura le pisaba los talones, así que cogió
algo de carrerilla y corrió hacia el cristal, rompiéndolo con el impacto de su
cuerpo y protegiéndose la cara como pudo con ambos brazos.
Ni siquiera notó el
impacto contra el suelo. Se quitó los brazos de la cara y miró a su alrededor,
sorprendida al ver que el paisaje se había transformado en el de la Colmena.
Frente a ella, estaba el portal de su tío, pero todo el entorno urbano estaba
en mejores condiciones de las que podía recordar. Avanzó a tocar el timbre pero
la puerta estaba abierta, así que entró y se situó frente a los buzones,
intentando leer los nombres de sus vecinos, pero su cansada vista no la quiso
hacer el favor de descifrar unos jeroglíficos que únicamente se veían borrosos.
Tomó la escalera y subió.
Frente a la puerta
había dos pares de zapatos de hombre, uno de vestir y otro de montaña.
Magdalena levantó el pequeño tiesto que descansaba frente al marco de la
ventana de la zona común. Sabía que únicamente tenía tierra, pero debajo
encontró la copia de la llave que su tío siempre dejaba para una emergencia,
así que abrió la puerta y comenzó a escuchar los gritos que venían de la
cocina. Nuevamente, estaba todo muy cambiado, pero ya no la sorprendía.
- ¿Y quieres que me
ocupe de vuestra puta hija? – gritó su tío.
- Serán solo unos
meses, mientras tu hermana lucha contra el cáncer. Ella está convencida de que
va a morir sola, pero si sabe que Magdalena está a salvo y ve que yo estoy con
ella, quizá…
- ¿Quizá qué, engendro?
¿Eres consciente de que nunca me gustaste para ella, verdad? Y ni siquiera en
esta ciudad de mierda me dejáis en paz. Dime, ¿qué tengo que hacer yo?
- Por favor, le ruego
que la cuides…
“Magdalena”. El tal
Cyrus había nombrado al bebé igual que ella, y el hombre con el que discutía
era aquel que conocía tan bien. Si Eucharis era su hermana, no dejaba lugar a
dudas.
- ¿Y qué gano yo con
eso? Deja de decir tonterías de persecuciones místicas y mierdas similares, si
eres un maleante y te has metido en problemas por la droga o por las furcias
tal vez mi hermana se crea toda esa sarta de mentiras, pero a mí no me tomes
por subnormal.
- Sabes que hablo
enserio. El propósito con el que fue construida Cadmillon fue para preservar a
gentes de todo el mundo por si perdíamos la guerra. Nuestra sociedad está
infectada y yo soy parte de esa infección, pero tu hermana no lo era y espero
que la niña tampoco.
- Tú eres peor que el
cáncer de Eucharis, ¡seguro que lo contrajo por tu culpa!
El tío de Magdalena
intentó empujar a Cyrus, pero este le agarró por los brazos y lo detuvo. Ambos
cayeron al suelo forcejeando, pero más que para intentar hacerse daño, la chica
tuvo la sensación de que querían liberarse de su frustración, sacarla fuera. Al
poco tiempo se separaron y los dos comenzaron a llorar.
- Está bien, está bien,
lo haré. Cuidaré de ella, pero tienes que prometerme una cosa.
- Lo que me pidas.
- Trae a mi hermana
sana y salva, os aceche el peligro que os aceche y cueste lo que cueste.
Prométeme también que si es necesario darías tu vida por ella. Es la única
familia que me queda. Yo sé lo que es perder una esposa y nunca he tenido
hijos.
- Entonces cría a
Magdalena como si fuera tuya. Yo te prometo dar mi vida por Eucharis, si no, no
volvería ahora a por ella. Las fronteras permanecerán abiertas por mucho que
esos capullos del Gobierno Central hagan de las suyas, así que en cuanto mejore
volveremos.
- “Esos capullos” del
Gobierno Central, como tú los has llamado, son los únicos que logran sacar
hacia delante esta ciudad. Si realmente se fundó por lo que dices…
- Bueno, da igual.
Antes de irme quiero darte una cosa.
Cyrus cogió una mochila
del suelo y la puso sobre una mesa de cocina blanca y alargada, de plástico
duro pero con cuatro firmes patas de madera. De ella sacó dos libros que
Magdalena conocía muy bien, “Historia Antigua de Badgdylon” y “Credo de los
Antiguos Caminantes”.
- ¿Qué demonios es
esto? – preguntó su tío.
- Son libros prohibidos.
Si la situación empeora y no consigo volver, dáselos a mi hija cuando sea el
momento adecuado.
- ¿El momento adecuado?
¿Cuál es el momento adecuado?
- Seguro que cuando lo
sea, lo sabrás. Esos libros esconden los secretos por los que ella está aquí. Protégelos
igual que a ella.
- Está… está bien,
claro.
El frigorífico comenzó
a abrirse lentamente pero ninguno de los dos hombres reparó en ello. La misma
mano, el mismo brazo, las mimas garras. La criatura comenzó a salir lentamente
del electrodoméstico, siendo un misterio el cómo había logrado entrar allí.
Arañó la superficie exterior del congelador dejando caer a su paso los imanes
de la nevera, y su mirada nuevamente se clavó en la de Magdalena, esbozando una
especie de mueca que podía confundirse con una monstruosa sonrisa.
La chica tomó un vaso
de cristal y se lo arrojó a la criatura, impactando en su hombro derecho y
estallando en pedazos, inundando el suelo con sus vidriosos restos. Su
perseguidor dio un paso hacia ella, clavándoselos en el pie, pero no pareció
importarle. Ella cogió otro vaso y se lo volvió a arrojar, pero lo detuvo de un
manotazo. Tenía que volver a huir.
Magdalena agarró el
aspirador que descansaba junto a la puerta y lo tiró, intentando bloquear el
paso mientras se daba media vuelta y comenzaba a correr por el pasillo, que era
mucho más largo de lo que recordaba. La bestia destrozó la puerta de la cocina
a su paso y comenzó a andar detrás de ella, sin borrar su burlona sonrisa.
- No puedes huir de mí
– dijo con una voz ahogada y gutural.
La chica continuó
corriendo y finalmente llegó frente a la puerta de su habitación, pero a
diferencia de la suya en que descansaba una gran “M” sobre el marco y estaba
pintada de rojo, era una puerta normal de caoba con un acabado brillante y sin
ninguna consonante que la coronada. La cerradura estaba atrancada y la criatura
parecía que iba a darla caza.
- Soy inevitable –
volvió a decir.
Magdalena estaba
aterrada y la voz de aquel ser aumentaba sus niveles de pánico. Finalmente
logró forzar la cerradura y entrar en la habitación.
Lo primero que sintió
fue la lluvia cayendo sobre sus mejillas y la tierra bajo sus zapatillas. Había
poco césped y el suelo estaba embarrado en aquel paisaje que rodeaba a los
olmos, guardianes de madera que se alzaban imponentes sobre el cementerio.
Frente a ella, un único
hombre aguantaba un paraguas frente a una tumba. Vestía de negro y en su rostro
se podían confundir los surcos de agua. Estaba más mayor, maltratado por el
destino, pero al acercarse descubrió que indudablemente se trataba de Cyrus.
- Hola, soy yo,
Magdalena… tu hija – le dijo ella, emocionada, con las lágrimas naciendo de sus
ojos.
Pero él no la
escuchaba. Una vez más, era como si ella no estuviera allí, así que intentó
gritar pero fue en vano. Tenía frente a sí a su padre por primera vez en la
vida, y al lado, la tumba de su madre.
“Eucharis. 2.317-2.344.
Que descanse por siempre con todo el amor de su marido, su hermano y su hija.”
Un hombre se acercó a
Cyrus. Llevaba un abrigo largo marrón y un gorro del cual asomaba cabello
rubio. Mediría algo menos de metro ochenta y era bastante delgado pero no
poseía un cuerpo atlético. En su boca tenía un cigarrillo que amenazaba con
morir vencido por la lluvia.
- Un curioso lugar para
reunirnos, ¿verdad? – le dijo su padre al advertir la presencia del recién
llegado.
- Lo siento en el alma,
de verdad…
- No hace falta que lo
hagas, no nos conocíamos lo suficiente.
Los rasgos del extraño
le parecían bastante familiares a la chica, especialmente los ojos marrones que
le sonaba haber visto ya en alguna parte.
- Igualmente, es una
pena. Veintisiete años… era muy joven, y más con un marido y una hija.
- ¿Sabes una cosa,
señor Longshallow? Eucharis y yo nunca llegamos a casarnos. Teníamos planes
para hacerlo, pero el embarazo… fue todo muy repentino, demasiado. Un día
estábamos celebrando nuestro amor, y al día siguiente la hospitalizaron por los
vómitos. Imagina mi sorpresa cuando el doctor me dijo que tenía una noticia
buena para darme, y una mala. Mi mujer estaba embarazada pero tenía cáncer.
“Longshallow”, pensó.
Ella conocía ese apellido. Lo conocía muy bien.
- Tiene que ser muy
duro. Mi mujer está a punto de dar a luz, ya le dije que por eso no quería
pasar mucho tiempo fuera de casa. Ni me imagino cómo me hubiera sentido yo en
su lugar…
- Es como si te
clavasen un puñal en el corazón y en vez de morirte sintieras como te desangras
poco a poco mientras te arrebatan todo lo que amas en el mundo. Nuestro
noviazgo fue duro, ¿sabes? Llegamos aquí tras atravesar varias ciudades a lo
largo del mundo, huyendo siempre del mismo enemigo. Nuestra idea era
establecernos en Cadmillon y poder ver cómo crecía nuestra hija mientras
disfrutábamos de un matrimonio feliz, pero no pudo ser señor Longshallow. Hay
fantasmas que nunca dejan de atormentarnos.
- Bueno, sintiendo
mucho cortarle, me gustaría preguntarle el motivo de nuestra cita. Cuando me
contactó me dijo que tenía información relevante sobre mi investigación pero no
me dijo nada más.
- Por supuesto, por
supuesto. Cómo sois los historiadores, ¡siempre vais al grano! ¿Curioso, no? Os
pasáis meses enteros leyendo textos densísimos únicamente para encontrar el
párrafo correcto, pero cuando os citáis con alguien, todo son prisas. Está
bien, ha llegado a mis oídos que está realizando una investigación sobre los
Antiguos Caminantes y la ciudad perdida de Badgylon.
- Así es, pero no
cuento con el respaldo de la comunidad científica. Un equipo de investigadores
me ayuda a datar los objetos que sacamos de los yacimientos, pero poco más, es
bastante frustrante y en la facultad los compañeros se burlan de mí.
- ¿Y por qué la
iniciaste? Quiero decir, ¿qué te atrajo del tema como para poner en juego tu
propio nombre dentro de la comunidad de eruditos?
- La verdad, señor
Tesat. Desde que era un crío siempre he perseguido la verdad, por eso me hice
historiador y por eso inicié esta investigación, para descubrir la verdad que
está ahí fuera y no la que nos transmiten los políticos. Pero ahora mismo
incluso yo dudo de haber hecho bien, me he quedado estancado revisando las
fuentes.
- ¿Qué harías si te
digo que Cadmillon se asienta sobre las ruinas de la antigua Badgylon?
- Te diría que
únicamente son rumores y leyendas. No ha podido ser demostrado nunca.
- Bueno, ¿no te parece
curioso que gentes de todos los rincones del mundo lleguen allí? Un estado
reducido, una ciudad con una estructura circular… y todo de reciente creación.
A mí me parece curioso que incluso tú y yo estemos hablando aquí y ahora cuando
nuestras familias descienden de lugares tan distantes en el mundo, ¡sólo hace
falta comparar nuestros apellidos!
- Me parece curioso,
sí, pero lo más seguro es que únicamente sea propaganda política para atraer a
más gente a esa puñetera Colmena.
- Seré franco con
usted, señor Longshallow. A mí no me queda mucho tiempo, vienen a buscarme,
pero todo lo referido a los Antiguos Caminantes y a Badgylon es verdad. Si
quieres completar tu investigación deberás viajar a Cadmillon.
- Pero… no puedo. Ya le
he dicho que mi mujer va a dar a luz en cualquier momento, y el chico…
- Viaja con ellos. Si
saben que nos hemos reunido, es probable que intenten daros caza a vosotros
también. Los míos llevan siglos provocando esto, avanzando hacia el inevitable
final… ¡debes de detenerlos!
- ¿Los tuyos?
¿Detenerlos yo? Únicamente soy un historiador, y en breves, seré un padre
primerizo. No soy la persona que buscas.
- Los míos… el secreto
está en la sangre, señor Longshallow. Busca al hermano de mi mujer, vive en la
Colmena y mi hija Magdalena vive con él. Ella tiene apenas unos tres meses. No
sé cómo acabará todo esto pero quizá la niña pueda ayudarte en un futuro. Mi
cuñado tiene dos libros que necesitas pero te pido que cuando los leas, se los
devuelvas para que mi hija pueda hacer lo mismo cuando sea adulta. El mundo
tiene derecho a conocer la verdad… antes de que sea demasiado tarde.
Los dos hombres
estrecharon sus manos derechas mientras la chica observaba la escena
conmocionada. Su padre y el de Taylor… no era casualidad que se conocieran,
pero su amigo la dijo que con las primeras Brumas él había desaparecido.
Tenía que contárselo
todo y recuperar los dos libros ahora que sabía de dónde venían. Su tío
únicamente le había dicho que eran un legado familiar, pero en ningún momento
había mencionado su importancia o rareza.
La tierra húmeda
salpicó el suelo cuando la monstruosa mano emergió del suelo justo delante de
la tumba de su madre. El monstruo sacó de la tierra su otra zarpa y comenzó a
desenterrar su cuerpo justo de dónde debía descansar el cuerpo de Eucharis.
Magdalena retrocedió.
Esta vez no tenía ninguna puerta que atravesar, así que comenzó a correr hacia
el este. La criatura la persiguió, saltando entre los árboles y destrozándolos
a su paso, hostigando a la chica como un tigre que juega con su presa.
- ¡Déjame en paz! –
gritó ella.
- Yo te seguiré allá a
donde vayas – escuchó en su mente.
Era la voz de la
bestia, tan seca como un puñado de tierra del camposanto en la garganta.
La chica llegó a los
límites del cementerio, una valla de acero oxidada que acaba en diferentes
puntas. Comenzó a correr hacia el sur, siguiendo el muro, intentando llegar a
una puerta. Fuera únicamente había niebla. El monstruo cayó frente a ella y se
irguió bípedo. Aterrorizada, ella retrocedió dos pasos mientras sus miradas no
se separaban. La criatura apoyó su peso sobre sus cuartos traseros y saltó en
su dirección.
- ¡Para! – gritó
Magdalena.
Pero al abrir los ojos,
no había nadie que pudiera escucharla. Miró a ambos lados y no vio más que la
sala parcialmente iluminada de un laboratorio, lleno de probetas en las cuales
había cuerpos extraños flotando en líquido. Intentó moverse, pero estaba atada
a una camilla.
- Vaya, al fin te has
despertado.
Era la voz cascada de
un hombre viejo. No podía verlo, estaba detrás de ella. Una maquinilla de
cortar el pelo comenzó a sonar a sus espaldas y el hombre la acercó a su cabeza,
mientras, entre lágrimas, cabellos castaños comenzaron a caer en el suelo del
laboratorio.
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