Relato para certamen - El vampiro novato

 


El vampiro novato

 

Por mucho que lo molestara, el ataúd nunca iba a pasar de moda, y a pesar de haber abandonado la cripta se había tenido que llevar el suyo al hotel. Las noches en que, como aquella, la luna llena se cuela por la ventana y los hombres lobo no le dejaban salir a cenar, era incapaz de dejar de pensar en cómo conoció a Pyotrolai.

Que tendría, ¿veinte años? ¿Treinta a lo sumo? Alcohol, besos, y a la mañana siguiente estaba más frío que un invierno en Madrid. Siempre le habían gustado maduritas, ¿pero tanto? ¡Podría tener ochocientos años aquella señora y su cuerpo aparentaba veintiseis! Al menos le había caído bien, y aunque no lo arropó, tras el Beso de Sangre hizo que le salieran un par de graciosos colmillos.

- ¿Cómo voy a comer manzanas ahora? – le preguntó.

- ¿Manzanas? – dijo ella entre risas. – Cariño, nosotros no comemos de eso.

- ¿Y rabas? ¿Cocido? Por dios, ¡dime que cachopo sí!

No sin cierta decepción y un pequeño apretón de labios, ella negó con la cabeza. Aquel era el fin del mundo, sin duda. ¿Cómo iba a pasar toda la eternidad sin poder disfrutar de una buena comida? Sobra decir que no mejoró mucho la cosa cuando comprobó que con la bebida pasaba lo mismo. ¡Ni una mísera Coca-Cola!

Aquella misma noche, tras pasar el día durmiendo la mona (que es lo que tiene que te dejen sin sangre por mucho alcohol que haya en ella), la chica decidió invitarlo a cenar.

“Qué considerada”, pensó.

- ¿Qué haces, idiota? – le dijo ella cuando él iba a llamar al timbre.

- ¿Pero has visto qué hora es? Si son más de las doce, ya te digo yo que seguro que les pillamos durmiendo, ¡qué menos que un poco de educación!

Si ya se lo decía su madre, que de todos los hijos que había tenido le había tocado ser el más tonto. Más razón que un santo la señora.

Ella le enseñó un mensaje del móvil.

- ¿Iberdrola?

- Una excusa como cualquier otra, ya sabes.

- “El miércoles veintitrés haremos una revisión…” y te han dado un “ok”.

- Es que los vampiros no podemos entrar si no nos invitan, así que primera lección, hazte pasar por un cartero o por el del gas. Les mandas un SMS, un correo, un Whatsapp… ¡y bingo! En cuanto te digan que sí, vía libre.

“Curioso”, pensó él. “Curioso y sutil”. Aunque tras encenderse una bombilla en su cabeza, se preguntó qué pasaría ahora con su línea telefónica si se la daban de baja por defunción.

Tras abrir la puerta con cuidado y entrar como si no hubiera ningún tipo de cerradura al otro lado, Pyotrolai comenzó a subir lentamente las escaleras. Un yorkshire, el perro de la familia, salió a recibirlos.

- ¿Qué pasa bonito? – dijo él mientras lo acariciaba con la mano.

- ¿Se puede saber qué haces? ¿Quieres dejar al perro en paz?

- Sólo lo estaba acariciando, que ya sabes, mejor que no ladre. ¡Diantres!

El perro lo había mordido en la mano al sentirse asustado. La vampiresa fijó su mirada en el animal y lo sumió en un profundo sueño.

- Lección número dos, mentecato. No pierdas el tiempo con los animales, que luego pasan estas cosas o te mean encima.

Se encogió de hombros y la acompañó. Había tres habitaciones cerradas en la planta superior, dos menudas y una matrimonial, separadas entre sí por los baños.

- ¿A cuál vamos ahora?

- A la de la niña, que es más dulce.

Los vampiros entraron en una de las dos habitaciones pequeñas. Sobre el marco de la puerta descansaba una M de madera, y quizá de María también. En su interior dormía plácidamente una niña abrazada a un peluche de un oso.

- ¡Yo tenía uno igual! – dijo él mientras daba un paso hacia ella, dispuesto a quitárselo.

La mujer lo agarró por el cuello de la chaqueta y lo detuvo.

- De verdad, no puedo contigo. Anoche parecías menos imbécil, si llego a saberlo te convierto en zombi.

Tras ponerse al lado de la niña, cogió su muñeca y clavó uno de sus colmillos, creando un pequeño orificio por el cual chupar su sangre. Sorbió un poco y dejó paso al hombre.

- Yo pensé que los vampiros mordíamos en el cuello, ya sabes.

- ¿A una niña? ¿Qué quieres, matarla? Con una boca que alimentar me es suficiente.

Tras ver que en la otra habitación había un bebé, la ignoraron porque Pyotrolai no quería “llevarse la sorpresa” de que el bebé viniera con un premio adjudicado.

- Gajes del oficio – fue lo único que dijo.

Papá y mamá dormían en la misma cama, aunque cada uno abrazaba la almohada en una posición diferente. Tras apartar un poco los cabellos de ella, la mujer mordió con cuidado y bebió. Él hizo lo propio con el hombre, pero tras saborear la sangre y no notar nada más que su espesor, la escupió.

- Que asco – dijo.

- Ni lo pienses, sólo traga. Inténtalo otra vez.

Esta vez fue mejor. Tras volver a su casa, Pyotrolai dijo que “la dolía la cabeza” y se encerró en su habitación. Fue una pena que nunca la volviera a ver, pero de no ser por ella, el joven Fabio Salcedo nunca habría aprendido a comportarse como un vampiro de verdad, y mucho menos, a tener la necesidad de hacerlo.


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